Fernando iba rápido hacia la plaza para comer con sus amigos cuando, para su gran sorpresa, vio a su hermana parada en medio del parque con cara de asustada.
Fernando corrió hacia ella y le dijo:
—Azucena, ¿qué son esos trapos que traes? ¿No se supone que ibas al rancho con tía Macaria?
Griselda gritó:
—¡Qué haces! ¡Suéltame! ¿Cuál tía Macaria?
—Azucena, no me hagas panchos aquí. Es más, debía estar con unos amigos, pero no sé qué te pasa. Vamos para la casa.
—Yo no me voy con ningún hombre si no tengo chaperona.
—Dale con lo mismo, Azucena. ¿No ves que estás actuando como loca?
En eso pasó una amiga de Fernando y Azucena que los conocía desde pequeños.
—¿No van a jugar boliche con los demás? —les preguntó.
Fernando le dijo:
—¿Nos puedes llevar a la casa? No sé qué le pasa a mi hermana, que está como loca.
—Sí, claro. Súbanse.
Se subieron al auto y Griselda iba muerta de miedo. No conocía ese monstruo ruidoso, ni los claxones, ni las luces brillantes. Todo era nuevo y aterrador. Cuando Fernando sacó esa cosa cuadrada que aventaba fuego, escuchó que le decían "celular".
—¡Por todos los santos! —murmuró Griselda, persignándose—. ¿Qué clase de brujería es esta?
Fernando y la amiga se miraron preocupados. Definitivamente algo muy raro le pasaba a "Azucena".
Llegaron a casa y Fernando casi metió a rastras a su "hermana". Cuando Griselda entró y vio cuadros con fotos de ella junto a una mujer que se parecía a su madre y otras con el joven que la había "rescatado", entendió que ese hombre decía la verdad. Cayó en la cuenta de que ella era Azucena, la de sus pesadillas.
Miró el periódico: "14 de marzo de 2025".
Lanzó un grito.
—¡Estoy en el futuro!
Y en eso volvieron las palabras de la anciana: "Pasado y presente colapsarán, pero el futuro debes alcanzar".
Se encerró en el cuarto que aparentemente era "suyo" y miró las paredes con horror: hombres sin camisa, chicas en ropa interior que llamaban "ropa deportiva", ella misma en varias fotos usando prendas que consideraba indecentes.
Fue al clóset y encontró pantalones y shorts, solo unos cuantos vestidos.
—¿Qué hago, Dios mío? ¿Por qué vine acá? —murmuró, cayendo de rodillas.
Se tocó el dije que colgaba de su cuello. Era idéntico al que tenía en sus "sueños", pero este era real. ¿Significaba que Azucena también tenía uno? ¿Significaba que habían intercambiado lugares de alguna manera?
Un toque en la puerta la sobresaltó.
—Azucena, ¿estás bien? Mamá quiere hablar contigo —gritó Fernando del otro lado.
—No... no puedo salir así —respondió, mirando su vestido de 1925—. Necesito... necesito cambiarme.
Pero la sola idea de ponerse esa ropa "indecente" la horrorizaba.
Vio un pantalón algo holgado y una blusa rosa con flores, era lo que le pareció más decente y cómodo. Se quitó el vestido y se puso la ropa moderna, sintiéndose extraña pero menos expuesta.
Salió del cuarto y su madre estaba en la cocina, preparando tortas de pollo.
—Azucena, tu hermano me dijo que estabas actuando como loca. ¿Qué no lo reconociste? ¿Qué te pasa?
Griselda no supo qué contestar.
—Perdóneme, señora madre, no era mi intención incomodarla, ni a usted ni a mi hermano —respondió con el lenguaje formal de su época.
La madre de Azucena la miró extrañada. ¿"Señora madre"? ¿Desde cuándo Azucena hablaba así?
Griselda, desesperada, regresó a su cuarto a llorar su suerte. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo era que había viajado al futuro? ¿Por qué estaba en este futuro? ¿La Azucena real dónde estaba?
Mientras tanto, la madre se quedó en la cocina preocupada, comentándole a su esposo cuando llegó del trabajo: —Amor, algo muy raro le pasa a Azucena. Habla diferente, se comporta como si no nos conociera...
De tanto pensar, Griselda se durmió, pero la despertó un ruido extraño en el cuarto de al lado. Su hermano tenía la música rock a todo volumen, lo cual para ella era un escándalo. Estaba acostumbrada a oír polkas o música clásica, no ese ruido infernal.
Salió de su cuarto hecha una furia y le dijo a su hermano: —¡Fernando! ¿Se puede saber qué clase de escándalo es ese? ¡Baja inmediatamente esa... esa algarabía! ¡Es una falta de respeto hacia los vecinos y hacia esta casa!
Fernando la miró boquiabierto. ¿"Algarabía"? ¿Desde cuándo Azucena hablaba como abuela?
El señor Don Omar Sansores es médico y la señora Elisa, ama de casa.
Al escuchar Don Omar el escándalo que había en el pasillo sale de su habitación con shorts y playera. Va hacia la recámara de Azucena tras oír que su hija azotó la puerta.
Toca la puerta y sale Griselda.
—¿Qué se le ofrece? —pregunta ella.
—¿Podemos hablar? —dice el padre.
Griselda asiente.
El padre, preocupado, le pregunta:
—¿Qué te pasa, hija? ¿Pasó algo en tu escuela? ¿No se supone que estarías de vacaciones en el pueblo con tu tía?
Griselda responde: —Tengo algunos pendientes escolares que resolver.
Se le ocurrió que quizá en el mismo lugar donde apareció podría haber algo para que regresara a su tiempo. Este lugar la estaba volviendo loca.
—Permítame, padre.
Sale del cuarto y va con el hermano y le dice me puedes llevar a donde me encontraste por favor, necesito buscar algo.
La madre grita vengan a desayunar, ya sentados en la mesa.
Omar observó a su hija mientras masticaba pensativamente su desayuno. Algo definitivamente no estaba bien. Azucena siempre era parlanchina en las mañanas, contándoles sobre sus sueños raros o comentando algún video que había visto en su teléfono. Pero esta versión silenciosa de ella, sentada con la espalda tan recta que parecía tener una regla pegada a la columna vertebral, lo tenía desconcertado.
Elisa, por su parte, no dejaba de lanzar miradas furtivas hacia su hija. La forma en que sostenía los cubiertos era... diferente. Como si nunca hubiera visto un tenedor en su vida, o como si estuviera en una cena de gala con la reina de Inglaterra.