Te encontraré en esta vida o en la otra

Capitulo 14: Recordando al contrario 

La fecha de la boda se aproximaba como una sombra larga que se alargaba cada día más sobre el corazón de Griselda. En un intento por entender mejor al hombre con quien se uniría para siempre —o al menos eso dictaba el contrato social— decidió pasar más tiempo con Alfredo. Lo observaba con atención: su manera de hablar pausada, su postura impecable, su cortesía exagerada. Era un hombre correcto. Atento. Educado; pero no era Daniel.

El contraste era inevitable. Alfredo era como una sala de estar bien decorada: elegante, silenciosa, sin sorpresas. Daniel, en cambio, era como una tarde de feria: ruidoso, espontáneo, lleno de vida. Griselda se descubría sonriendo al recordar las bromas de Daniel, sus ocurrencias, su forma de hacerla sentir ligera. Con Alfredo, cada conversación parecía una entrevista. Con Daniel, una aventura.

Y mientras más pasaban los días, más se le partía el corazón.

Por su parte, Alfredo vivía una disyuntiva similar. La mujer que ahora sería su esposa —Griselda— no era la misma que lo había cautivado semanas atrás. Aquella Griselda (que ahora sabía que era Azucena) era parlanchina, extrovertida, con una risa que llenaba los espacios vacíos. Esta Griselda, en cambio, era seria, un poco berrinchuda, y tenía esa costumbre de esperar que todo se le resolviera sin mover un dedo. A veces, Alfredo la veía como una niña mimada, atrapada en un cuerpo de mujer.

No podía negar su belleza. Ambas eran idénticas. Salvo por un detalle casi imperceptible: el lunar junto a la boca. Azucena lo tenía del lado izquierdo. Griselda, del derecho. Como si el universo hubiera querido dejar una pista, una firma, una pequeña rebelión contra el destino.

Sin embargo, ese pequeño lunar no resolvía nada; el amor no se mide en simetrías. Se siente. Y ninguno de los dos estaban conectados y sintiendo simpatía, se respetaban y procuraban, como quien cuida una planta, pero no la poda, solo la riega para que no muera.

Después de leer la noticia de la boda de Griselda en el periódico y reconocer que Azucena dijo la verdad sobre su Griselda la comprendió mejor. Sí, era berrinchuda. Sí, tenía aires de grandeza como si cada frase viniera con firma y sello de nobleza. Pero también tenía algo que lo desarmaba: su manera formal de hablar, como si cada palabra fuera una invitación a un baile. Le encantaba. Le hacía sentir que el mundo tenía reglas, y que él podía aprenderlas.

Le fascinaba mostrarle el mundo moderno. Para ella, todo era nuevo. Y no en sentido figurado: realmente lo era. Griselda venía de 1925, de un mundo de corsés, chaperonas y cartas escritas con pluma. El 2025 era para ella una película sin guion, una locura sin pausa.

Daniel recordaba la vez que fueron al cine. Ella salió pasmada, tanto por la historia como por el tamaño de la pantalla, el sonido envolvente y los efectos especiales. Se quedó en silencio durante diez minutos. Cuando acabó la película, le preguntó con genuina preocupación:

—¿Y van a regresar del espacio?

La pregunta inocente hizo estallar en risa a Daniel.

—Es una película, es falsa —le explicó entre risas.

Con eso calmó a Griselda, quien suspiró aliviada. A Daniel se le hizo extraño, pero a la vez le agradó su inocencia. Era refrescante estar con alguien que se maravillaba con cosas que él daba por sentado.

Recordó aquella vez en la calle, cuando vieron a una chica con crop top y jeans rotos. Griselda casi se lanzó a cubrirla con su chaqueta.

—¡Esa joven está en ropa interior! —dijo horrorizada.

Daniel, extrañado por su reacción, la calmó con suavidad:

—Así se viste la gente, no te preocupes. Es la moda.

Ella no lo entendió, pero lo aceptó… a regañadientes.

Ahora, Daniel comprendía perfectamente. Griselda no era arrogante. Era una extranjera en su propio tiempo. Y su forma de actuar —sus exigencias, sus gestos, sus silencios— eran solo intentos desesperados de mantener el control en un mundo que se le escapaba de las manos.

Y él... él se había enamorado de esa lucha. De esa fragilidad disfrazada de elegancia. De esa mujer que, aunque venía de otro siglo, lo hacía sentir más presente que nunca.

Por su lado, Azucena recordaba a Alfredo tan cortés y educado. Le encantaba oír sus palabras anticuadas y ella trataba de corregirse, ya que no tenía el aire refinado de la época. Y claro que no lo tenía: la verdadera Griselda era una mujer de la aristocracia del siglo pasado, acostumbrada a guardar silencio y medir cada palabra. Mientras que ella... ella era conversadora, espontánea, siempre decía lo que pensaba sin filtros.

Recordó aquella vez que Alfredo le comentó sobre "el fonógrafo nuevo de su padre" y ella casi suelta un "¿el qué?" antes de morderse la lengua. O cuando él le preguntó si sabía bordar y ella respondió con demasiada honestidad: "Solo sé coser botones, y ni eso muy bien."

La expresión de Alfredo había sido de sorpresa, pero también... ¿diversión? Como si su torpeza le encantara en lugar de escandalizarlo.

"Y así, separados por cien años de distancia, cuatro corazones latían desacompasados: cada uno enamorado de la persona equivocada, en la época equivocada. El dije había mezclado destinos como naipes en una baraja. Ahora quedaba por ver quién tendría el valor de jugar la mano que le tocó... o arriesgarlo todo por cambiarla."




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