Te encontraré en esta vida o en la otra

Capítulo 15: Añoranzas 

Para Griselda, ver pasar el primer tranvía de la ciudad ya no era novedad. Mientras todas sus amigas se agolpaban en las ventanas, señalando maravilladas los rieles recién instalados y el vehículo eléctrico que surcaba las calles como un milagro moderno, ella apenas levantaba la vista de su bordado. ¿Cómo emocionarse por un tranvía cuando había viajado en metro? ¿Cómo asombrarse por la electricidad en las calles cuando había visto edificios enteros iluminados como árboles de Navidad?

Añoraba las comodidades que llegarían en cien años. Extrañaba los baños con agua caliente instantánea, las tiendas abiertas hasta tarde, la música que salía de parlantes invisibles. Pero sobre todo, lo que más le fascinaba y torturaba recordar era ese "cuadrito mágico" que la gente llevaba en la mano: el celular. Toda la información del mundo en la palma de una mano. Mapas, música, fotografías, mensajes instantáneos. En 1925, enviar una carta tomaba días. En 2025, podías hablar con alguien al otro lado del mundo en segundos.

Y lo peor: había hablado con Daniel a través de ese aparato. Había escuchado su voz sin que él estuviera presente. Había visto su rostro en una pantalla. Y ahora... ahora solo tenía silencio.

Su vestido de novia ya casi estaba terminado. Las costureras de su madre trabajaban día y noche en el encaje francés, las perlas importadas, los pliegues perfectos de satén blanco. Cada puntada era un recordatorio: la boda estaba a semanas de concretarse.

Sus padres irradiaban felicidad. Don Ernesto caminaba por la casa con el pecho inflado, hablando de expansión comercial y nuevas rutas de distribución. Doña Leticia organizaba tés con las damas de sociedad, presumiendo la alianza con los Rubalcaba como si fuera un trofeo. Sabían que esa unión traería abundancia, prestigio, poder.

Nadie le preguntaba a Griselda si era feliz.

Alfredo, por su parte, multiplicaba sus viajes de negocios. Cada vez que podía, encontraba una excusa para ir al pueblo: revisar inventarios, negociar con proveedores, supervisar entregas. Cualquier cosa que lo alejara de la capital y de las miradas expectantes de su padre.

Pero Griselda sabía la verdad. No huía del compromiso. Huía de la culpa. Porque cada vez que la miraba, veía el rostro de Azucena superpuesto al suyo. Y cada vez que hablaba con ella, buscaba rastros de aquella muchacha parlanchina que lo había hecho reír en el baile.

Entre tanto Griselda buscaba a la anciana que le había entregado el dije. Necesitaba saber quién era y por qué se lo había dado precisamente a ella. ¿Era casualidad? ¿Destino? ¿O algo más oscuro?

Había preguntado discretamente en el vecindario, en la iglesia, en las tiendas cercanas donde se la topo por vez primera. Nadie parecía conocer a una anciana con esas características. Era como si hubiera surgido de la nada... y se hubiera esfumado igual.

Un día, caminando rumbo a la cafetería para reunirse con sus damas de boda y conversar sobre los últimos detalles de la ceremonia, se la encontró de nuevo; parada en la esquina, exactamente en el mismo lugar donde la había visto la primera vez. Vestida igual, con el mismo chal oscuro, la misma mirada penetrante. Como si el tiempo no hubiera pasado para ella. Como si hubiera estado esperando.

Griselda se detuvo en seco. Su corazón latía con fuerza.

La anciana extendió una mano arrugada. En ella, un pergamino enrollado, atado con un cordón rojo desgastado.

—Tú —susurró Griselda, acercándose—. ¿Quién eres? ¿Por qué yo?

La anciana sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era triste, sabia, cansada.

—Porque tú elegiste —dijo con voz ronca—. Todas eligen. Algunas lo saben, otras no. Pero todas abren el dije cuando su corazón está listo para romper.

—No entiendo...

—Lo entenderás. —La anciana presionó el pergamino en sus manos—.

Griselda abrió la boca para responder, pero en un parpadeo, la anciana había desaparecido. Literalmente. Como humo dispersándose en el viento. La esquina estaba vacía. Un carruaje pasó por el lugar donde ella había estado segundos antes, como si nunca hubiera existido.

Con manos temblorosas, Griselda desenrolló el pergamino. La caligrafía era antigua, elegante, escrita con tinta negra que parecía brillar levemente bajo la luz del sol:

"Dos almas, dos tiempos, un solo corazón dividido.
El dije no elige al azar: responde al grito silencioso del destino incumplido.

Reflejos en el espejo del tiempo.
Una huyó hacia adelante buscando libertad.
La otra huyó hacia atrás buscando propósito.

Pero el amor verdadero no conoce de épocas.
Y el sacrificio es la llave que ambas deben girar.

Escucha bien:
Cuando los cuatro corazones sangren al unísono,
cuando el dolor del amor equivocado sea insoportable,
cuando estés dispuesta a renunciar a TODO por quien amas...
solo entonces el dije responderá.

No basta querer regresar.
Debes estar dispuesta a perderte a ti misma para encontrar tu verdad.

Cada elección tiene un precio.
El tiempo cobra intereses.
Y el destino... el destino siempre exige balance.

Al llegar el momento, las margaritas haz de buscar donde todo comenzó.
Ambas sabrán donde y su destino hallaras .

Griselda leyó el pergamino tres veces. Cada palabra era un enigma, pero también una promesa. O una amenaza. No estaba segura.

"Cuando estés dispuesta a renunciar a TODO..."

¿Qué significaba eso? ¿Renunciar a su familia? ¿A su reputación? ¿A su vida en 1925?

Y lo más inquietante: "El destino siempre exige balance."

Si ella regresaba a 2025... ¿qué pasaría con Azucena? ¿Tendría que quedarse en 1925 para siempre?

Sus manos temblaban mientras enrollaba el pergamino nuevamente. A lo lejos, escuchó las risas de sus amigas en la cafetería, esperándola. Su vida "normal" continuaba como si nada. Pero ella acababa de recibir un mapa hacia lo imposible.




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