Te encontré en la oscuridad

Capítulo 4

Los días transcurren lentamente. La incertidumbre de no saber qué ocurrirá me carcome la mente y los pensamientos. 

La culpa me inunda cada vez que Cassandra me besa y me acaricia. 

¿Realmente ella se merece tal engaño?

Una apuesta es una apuesta, y yo estoy metido hasta las patas. 

Ahora debo encontrar hombres de confianza que puedan llevar a cabo una brutal golpiza, y sin duda alguna, esos serán mis guardaespaldas. 
Son los únicos en los que puedo confiar para un trabajo de este tipo. 
Por lo visto, no será tan fácil como pensé, puesto que al enterarse, se negaron rotundamente. Sin embargo, bastó una mirada de advertencia, y comprendieron que si no obedecen, volverán a casa con una carta de despido. 

Les pago muchísimo dinero como para darse el lujo de negarse a mi petición. 

Hoy llueve torrencialmente, presagiando lo por venir. Me preparo para salir. 
Con un nudo en la garganta me acerco a Cass y beso sus labios con calma, con delicadeza y ternura. Quiero recordar la dulzura de su boca. 

—Te amo —susurro observándola fijamente.

Por alguna extraña razón, ella se remueve incómoda bajo mi mirada que la escudriña.

—Y yo —contestó.

Le doy una sonrisa, y la veo por última vez con estos ojos que prontamente "carecerán" de visión. 

Salgo de la mansión y subo al vehículo. Mi chofer me mira por el espejo retrovisor con lástima. Me conoce mejor que a mí mismo, y estoy seguro que no le hace gracia este plan. 
Se abstiene de decirme algo, y realmente se lo agradezco. No estoy para sermones. 

Ya en mi oficina, dejó todo el papeleo de una semana revisado y firmado. Will, mi mano derecha, se encargará de cualquier imprevisto que surja mientras yo no esté. 

Él es de las pocas personas que saben lo que sucederá en unas horas. 
Will, Carl el chófer, mis abuelos, los guardaespaldas y Thomas, saben a ciencia cierta que tendré un desafortunado accidente. 


Las horas avanzan y el malestar en mi estómago se hace presente, no soy capaz de masticar un pedazo de lechuga sin sentir que lo devolveré de inmediato. 
Tan solo un vaso de Whisky me acompaña. 

Exactamente a las 6pm abro la puerta de mi despacho, observo el pasillo que da a las oficinas de los trabajadores, ellos serán testigos fundamentales en el caso. 

—¡No quiero que nadie me siga! !Quiero estar solo, mándalos a su casa! —grito a propósito a través del teléfono móvil. 

Mi asistente Trevor me mira pasmado —. Los guardaespaldas ya no están, tú también vete.

—Señor, ¿Se encuentra usted bien?. 

—Lo estoy, tan solo necesito una hora sin nadie que me respire en la nuca. 

—Entiendo —asiente cabizbajo. 

Me provoca un poco de tristeza. Pero el chico es demasiado honesto y transparente. Sé que si está al tanto de esto, y la policía lo interroga, soltará la verdad en menos de lo que canta un gallo. 
Y como un Anderson que soy, no permito errores. 

Me despido de la secretaria que me mira como si tuviera otra cabeza. Siempre suelo ser cordial y amable, hasta hoy, que le he gritado al jefe encargado de mi seguridad, y he ofendido a mi asistente.
Conociéndola, apenas ponga un pie fuera de este enorme edificio, regará el chisme. 

Es exactamente lo que quiero. 

Si todo resulta como sospecho, Elizabeth obtendrá un jugoso bono por lengua larga. 

Entro al ascensor, marco el botón -1, y meto las manos en mis bolsillos. Actuo sereno y relajado, como si nada fuese pasar dentro de un rato. Se muy bien que mis padres y la policía revisarán estas grabaciones para encontrar cualquier pista que los lleve a los culpables.

¿Por qué no les dije?. La respuesta es simple, si mi madre, Leonore sabe la verdad de antemano, no llorará, ni mucho menos se verá destrozada. La conozco tan bien, que cuando sepa que a su primogénito lo golpearon hasta el cansancio, y que además de todo, resultó ciego, pegará el grito en el cielo, y llorará desconsoladamente. Mi madre es de esas personas a las que puedes leer tan solo observando sus ojos. No es capaz de sostener la mirada si está mintiendo.

Es por ese motivo que aún no debe enterarse de la verdad. 

El ascensor se abre, camino a mi Aston Martin Valkyrie, dónde Carl ya tiene la puerta abierta. 
Entro y limpio mis manos en mi pantalón, el sudor me corre por los dedos. Estoy nervioso y no puedo negarlo. 

—¿Está seguro de que esto es lo correcto señor? —me pregunta Carl a la misma vez que enciende el auto y conduce por las calles. 

—Lo estoy…¿Sabes dónde ir?

—Si— fija sus ojos en los míos por medio del espejo retrovisor. 

Un minuto, dos minutos, cinco minutos…el tiempo corre despacio. No entiendo porque tengo tanto miedo. No temo a ser golpeado, temo a lo que pueda suceder luego de mi "ceguera". 

El vehículo se detiene frente al borde costero de una playa. 

—Ya sabes que decir Carl, no me sigas. Mantente al lado izquierdo de la vía, dónde la cámara te enfocará, no te apartes hasta que yo te llame. 
Con una mezcla de temor y pánico, mi fiel chófer me da una sonrisa torcida.

—Vaya con Dios —murmura.

Me doy la vuelta y camino sobre el mojado asfalto. La lluvia cae en mi rostro empapandome por completo.
Levanto mi mirada, un único farol ilumina el contorno, árboles altísimos se mueven con braveza. 

Hay una oscuridad esencial en esta calle. 

Muevo mis pies hasta un oscuro callejón. Cinco hombres erguidos como rocas me esperan impacientes. Sus rostros cubiertos con pasamontañas, si no los conociera tan bien, dudaría que son mis guardaespaldas. 

Me planto frente a ellos sin ofrecer resistencia, los observo aceptando mi destino. 

—¡Maldita sea! ¡Golpeenme! —bocifero luego de esperar por unos minutos.

Ninguno se atreve a mover un solo músculo. 

—¡Haganlo malditos inútiles! ¡Juro que les bajaré el sueldo si no me golpean! 

Vick se mueve unos pasos, y me lanza un derechazo que gira mi rostro a un lado, un hilo de sangre corre por mi mentón.




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