Te encontré en la oscuridad

Capítulo 8

POV John

La oscuridad que me envuelve se ve interrumpida por leves murmullos. Voces apagadas, susurros lejanos.

Un quejido escapa de mi garganta justo cuando mis párpados, pesados como plomo, comienzan a levantarse.
Me duele todo el cuerpo. Me duele, incluso el respirar.
Es como si cada músculo, cada hueso, cada parte de mí hubiese sido aplastada por el peso de un elefante.

A mi lado, una silueta blanca se va haciendo más nítida. A medida que mis ojos se adaptan a la luz, reconozco a quien me acompaña: Thomas. Mi viejo amigo, mi hermano de la vida.

Intento incorporarme, pero él me detiene con firmeza.

—John, no —dice con voz serena—. No hagas movimientos bruscos. Tienes una fisura en las costillas.

Lo miro, confundido. No siento nada. ¿Será la adrenalina? ¿O simplemente mi cuerpo aún está dormido?

—La anestesia sigue haciendo efecto. Pero cuando pase... créeme, vas a sentir que te arrolló un tren —bromea con amargura, negando con la cabeza—. Te dieron una paliza terrible, creo que se pasaron de la raya. Yo que tú, los despediría.

Claro que los despediré. Malditos desconsiderados, se suponía que solo debía parecer realista, no terminar al borde del colapso.

—Te pondré la venda otra vez. Cuando llegue tu familia, comienza tu gran actuación. Nada de mirarlos directamente. Mantén siempre la vista fija en un punto, lo más lejos posible. ¿Entiendes?

Asiento en silencio.

Una imagen se instala en mi mente. Una cabellera rubia. Inmediatamente surge la pregunta:

—¿Y Cassandra? ¿Dónde está?

—Ella, tu familia y Oliver estuvieron aquí hace unas horas. Pero dormías profundamente, así que fueron a almorzar. Voy a avisarles que ya despertaste.

—Entiendo… ¿Ya sabe que estoy ciego? —pregunto, conteniendo la respiración.

—Sí.

—¿Y cómo reaccionó?

Thomas se queda callado. Sus ojos buscan los míos, y por un instante veo en ellos algo que no me gusta.

—Lloró… desconsoladamente. En los brazos de Oliver. Fue... muy emotivo.

Mi estómago se revuelve.

No debí hacer esto, no quiero imaginar el dolor que Cassandra debe estar sintiendo. Todo esto es culpa de mi abuelo. Su idea, su plan.

—Thomas, por favor... llámalos.

—Lo haré —responde, colocándome nuevamente la venda.

Y otra vez, la oscuridad me envuelve.

Narrador

Treinta minutos después

Los dientes de John rechinan. Sus dedos tamborilean sobre la baranda de la camilla, ese golpeteo repetitivo le sirve de ancla. De refugio frente al torbellino de pensamientos que le azotan.

¿Qué pasará ahora? ¿Seguirá Cassandra con él? ¿Continuarán los preparativos para la boda? ¿Podrá seguir fingiendo?

Una enfermera asoma la cabeza por la puerta.

—Señor Anderson, su familia está aquí.

Thomas se adelanta y, en tono profesional, advierte:

—Por favor, calma. John necesita tranquilidad y contención.

Leonore ignora la indicación. Corre hacia la cama, con su rostro bañado en lágrimas.

—¡Hijo! ¡Aquí está mamá! —toma sus manos y las aprieta contra su rostro—. ¿Ves? Soy yo… estoy aquí…

Marcus se acerca y la separa con delicadeza.

—Cariño… déjalo respirar.

Leonore se cubre la boca con ambas manos para ahogar el llanto. Helen, su madre, la abraza en silencio. Sabe muy bien lo que siente su hija: no hay dolor más profundo que ver a tu hijo roto, indefenso.

Arthur, en cambio, se limita a observar. Callado, analítico. Sentado en una silla al costado de la camilla, fija la mirada en su nieto... y espera.

—¿Cassandra? —llama John, buscando su voz entre el murmullo.

Sarah y Will le abren paso.
La rubia entra, camina lento, con un pañuelo en la mano. Su rostro luce dolorido, sus mejillas húmedas, las lágrimas parecen sinceras.

—Amor mío… —susurra, sabiendo que cada mirada en la habitación está clavada en ella.

John sonríe. Su voz le parece más dulce de lo que recordaba. Alcanza su mano, la lleva a sus labios y la besa con devoción.

—Cassandra… no sabes cuánto te amo.

Y lo dice en serio. De todo corazón.

La joven contiene un suspiro y responde:

—Yo también te amo… y estaré a tu lado. Te cuidaré, no estás solo. Te lo prometo.

John se derrite con sus palabras.

Arthur, en cambio, no está tan convencido. Desde su rincón, estrecha los ojos. Si pudiera ver el rostro de Cassandra… vería cómo, disimuladamente, revira los ojos con fastidio.

Ella soporta a John cuando están solos. Sabe fingir bien. Pero aquí, bajo el escrutinio de todos, siente que se ahoga en su propio papel.

—¿Cuándo puede volver a casa? —pregunta Leonore.

—En dos semanas —responde Thomas—. Pero allá requiere cuidados constantes, día y noche.

—¿Hay alguna enfermera con disponibilidad para ese trabajo? —interrumpe Cassandra.

El silencio fue inmediato.

Todos la miran.

Arthur se pone de pie con una agilidad sorprendente, golpea el suelo con su bastón y protesta a viva voz:

—¡De ninguna manera!

El susto se instala en la habitación.

—¡La única que tiene el deber de cuidar a John eres tú, Cassandra! Día y noche. ¡Tú!

La rubia traga saliva asustada. La reputación del magnate no era un juego. Apretó sus puños mientras esbozaba una cínica sonrisa. —. Por supuesto, no seré una enfermera calificada, pero daré lo mejor.

—Abuelo —interviene John—. No seas tan duro con ella. Cassandra será mi esposa. Yo sé que me cuidará… como siempre ha querido hacerlo.

Ya veremos si llegan al altar —piensa Arthu.

Una enfermera entra con la cena. El ambiente está tan denso que podría cortarse con un cuchillo.

Thomas toma la palabra.

—Familia, es hora de dejar descansar al paciente.

Uno a uno se despiden hasta que solo quedan Thomas y John.

—Te quitaré la venda para que comas —dice.

—Gracias, por todo.

—No me agradezcas, tú fuiste el mentor que me ayudó a ser lo que soy ahora, es lo mínimo que puedo hacer por ti —dijo a la vez que retiraba las gasas de sus ojos —. Ahora come, yo iré por un café.




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