John
Ha llegado el momento en que debo volver a casa, específicamente a la mansión que comparto con Cassandra.
En el transcurso de estas dos semanas, mi cuerpo se ha ido recuperando a paso muy lento, pero recuperandose al fin y al cabo.
Mi abuelo Arthur se encargó de reemplazar al equipo de seguridad que propinó mi golpiza. Fueron despedidos en un santiamén. Si bien yo pedí que hicieran aquello, no se puede negar que se les pasó la mano. Para asegurarnos que la verdad nunca saldrá a flote, firmaron la carta de despido, con una cláusula especial, en la que se informa que de abrir la boca, serán multados obligándolos a pagar una suma ridículamente alta, y de no hacerlo, terminarán tras las rejas.
A pesar de que la policía ha investigado de diversas maneras, ni los interrogatorios ni las grabaciones de las cámaras lanzan señales de los culpables de mi planeado accidente.
—¿Estás preparado? —pregunta de pronto Thomas interrumpiendo mis pensamientos.
Giro mi rostro y lo miro —. Eso creo —mis ojos van a las gafas negras que sostiene en su mano.
—Te deseo mucha suerte John. Realmente espero que este plan resulte como deseas —me pone los lentes, y sonríe.
—Luces igual a una estrella de cine.
Sonrío ladino —. Ya lo sé.
—Engreído —resopla —pone las manos en las empuñaduras de la silla de rueda y empuja para salir de la habitación y subir al ascensor.
—No olvides que serás mi padrino.
—¿Y Oliver?, él es tu mejor amigo.
—Sí, pero él no sabe nada de esto. En cambio tú, me has apoyado desde que te conté sobre esta "magnífica" apuesta.
—Si eso es lo que quieres, lo aceptaré.
El pitido del ascensor suena, y las puertas mecánicas se abren.
Los malditos paparazzis no han esperado a que salga de la clínica para tratar de cegarnos con los destellos de sus cámaras.
Thomas susurra a mi oído —. No olvides que solo debes mirar al frente.
Asiento mientras nos acercamos a la entrada. Una docena de guardaespaldas se abren paso apartando a los periodistas.
Las enfermeras que me aguardaban me ayudan a subir al asiento trasero de la limusina que envió mi abuelo.
—Buena suerte, te iré a visitar en unos días... Adiós.
—Gracias. Adiós amigo mío —me despido de mi mayor cómplice.
Narrador
El automóvil transita por las calles en dirección a la mansión de John, ubicada en una exclusiva zona de la ciudad. Propiedad privada avaluada en 500 millones de dólares.
El enrejado se abrió dando paso al jardín exterior. El castaño pensó que su amada Cassandra lo esperaría bajo el umbral de la puerta, sin embargo, la única persona que allí estaba, era su asesora del hogar, la señora Lisbeth.
Esta, al ver el auto estacionar, corrió a bajar la silla de ruedas, y junto al chófer ayudaron a John a subir.
—Muchas gracias Lis.
—De nada mi niño, ¿Puede ud o lo ayudo?
—Yo puedo, descuida —John le sonrió, y empujó las ruedas con fuerza para avanzar.
A medida que se acercaba, unas carcajadas llamaron su atención, volteó su rostro a la mujer y preguntó: —. ¿Son mis padres?
~{Les dije que no vinieran}~
John les pidió a su familia que el primer día de vuelta en su casa, no lo visitaran. No porque no quisiese, sino porque sabía que para la rubia era un poco incómodo compartir junto a ellos. Ya que la muchacha pensaba que constantemente la atacaban y menospreciaban.
Y él, como hombre enamorado que era, siempre procuraba darle el lugar que creía que ella merecía, e intentaba que siempre estuviera cómoda y segura.
—No, es la señorita y Oliver.
—¿Oliver?.
—Si, llegó hace un par de horas —afirmó, un tanto incómoda. Si se lo preguntaban, ella no considera que fuese correcto que aquel apareciera cuando su mejor amigo no estaba presente. No obstante, parecía que a John no le importaba.
El castaño no le dió mayor importancia.
¿Cuán ciego se puede llegar a ser?
Cassandra pegó un gritito cuando vió a su novio. Descruzo sus piernas, y se lanzó a su encuentro.
—Cariño, ya estás aquí —se inclinó para besar su mejilla —. Disculpa por no haberte ido a buscar, Oliver se presentó aquí, y tú sabes que no soy una persona descortés.
~{Serás Cínica}~ pensó la señora Lisbeth observándola con desagrado. Algo de esa muchachita no le sentaba bien.
La aludida notando la mirada de la mujer, hizo un ademán con su mano —. !Tú!, trae algo para beber y comer.
John frunció el ceño, ¿Qué maneras eran esas de tratar al personal?. Ella nunca se había comportado de esa manera. A sus ojos siempre actuaba amable, y bondadosa. Cuál lobo vestido de oveja.
Sacudió su cabeza espantando aquellas conjeturas.
Se lo dejaría pasar, solo porque necesitaba tanto de ella. Una caricia, un abrazo, un beso.
El tiempo separados, había sido una genuina tortura.
La rubia agarró las empuñaduras de la silla —. Te ayudaré, se que no ves nada, y está casa te parecerá inmensa.
El castaño asintió complacido. Nada mejor que ser ayudado por la persona que amas.
Los tres se dirigieron hasta la terraza exterior, dónde se hallaba una mesa estilo rústica, cinco sillas de madera y una lujosa silla colgante tipo hamaca. Espacio que fue decorado especialmente para Cassandra.
Esta, dejó la silla de ruedas en un espacio frente a la mesa.
A los minutos Lisbeth llegó con una bandeja con vasos, bebidas y aperitivos..
Cuando la señora iba a servirle a John, Cass sostuvo su mano deteniéndola.
—Yo lo atiendo, tú vete —masculló.
John que veía todo a través de sus lentes negros, parpadeó asombrado.
No podía creerlo. ¿Qué le sucedía a Cass para comportarse así?
Lo que él no sabía es que la muchacha acostumbraba a amedrentar a todos los que considerase inferior a ella. Tanto familia como desconocidos, vendedores, y choferes.