Unos días después
En un cuarto oscuro, iluminado únicamente por una luz tenue, tres hombres se encuentran.
El mayor de ellos ocupa un Berger de cuero café reclinable.
El segundo, de cabellera negra está sentado en un sitial poltrona de terciopelo. Y el último, se mantiene en su silla de ruedas.
La atmósfera es similar a una escena sacada de una película de Gangster.
Los tres se miran intercaladamente, hasta que el hombre del Berger toma un puro entre sus dedos y lo enciende. Inhala el humo con una expresión de placer, y al exhalar deja caer su cabeza sobre el acolchado respaldo y habla:
—No quiero decir <Te lo dije>, pero si … te lo dije nieto. Más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Afortunadamente te enteraste antes de la boda.
John apretó los labios. Nada podía refutar, su abuelo tenía razón, ahora solo queda agachar la cabeza ante su regaño y preparar su venganza.
—Lamento no haberte hecho caso antes. Pero tengo un plan y necesito tu ayuda. La de ambos.
Arthur y Thomas se miraron con sigilo. No teniendo la menor idea de lo que pasaba por la cabeza del castaño. Sin embargo asintieron. Ya estaban metidos hasta el cuello, ¿Qué más da?
A continuación, John, les hizo saber su plan, cada decisión y consecuencia de lo que quería llevar a cabo.
Luego de unos minutos el mayor lanzó una estruendosa carcajada, divertido por semejante idea.
—Me encanta. ¡Oh cielos!, es magnífica. Es exactamente lo que necesitan esos viles y rastreros traicioneros.
Thomas asintió y añadió —. Invitalo a otra cena, y deja que caigan como abejas a la miel.
—Así será —finalizó John.
John
El dolor de mi cuerpo disminuye con cada día que pasa. Agradezco infinitamente que sea así, de lo contrario no podría recorrer la mansión para supuestamente "memorizar" en una especie de mapa mental la ubicación de los cuartos, sillones, mesas, etc.
Ahora mismo me encuentro en la sala principal frente a la pantalla de 97 pulgadas.
Qué ilógico, ¿Qué hace una persona "ciega" observando un televisor?
La respuesta es simple, disfruto de una agradable y reconfortante melodía clásica. Mejor dicho, un concierto. Si, una maravilla.
Todos creen que solamente escucho.
Cassandra baja las escaleras, la veo por el rabillo de mi ojo, oigo el irritante sonido de sus tacones de 10 centímetros. Antes no me molestaba, ahora lo detesto, más tengo que fingir, tengo que fingir que sigo siendo el inútil enamorado más grande del mundo.
—Cariño, ¿Qué haces frente a la televisión si no puedes verla?
Apreto los dientes hasta el punto de rechinarlos, y me contento las ganas de decirle en su cara las cosas que pienso de ella
—. Estoy oyendo Cassandra, oyendo. ¿Tú adónde vas?
—Voy a salir, ¿Cómo supiste?
Comprar, es lo único que sabes hacer con mi dinero.
—Lo supuse. Por el olor de el perfume que siempre usas cuando sales.
—Supones bien amor, saldré de compras. ¿Necesitas algo?
Niego, ya vete, víbora mentirosa.
—No, nada. Por cierto, vendrán los técnicos del codificador, quiero instalar Spotify.
—¡Ah qué estupendo! !Es una grandiosa idea!, tienes que adecuar tus intereses.
Si claro, "adecuar".
—Bueno, te dejo, tengo que apurarme si quiero ser la primera que tenga entre sus manos el nuevo bolso de Chanel.
—Ve —digo fríamente.
Por un segundo me mira extraño, con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? ¿No me dirás que me amas? ¿Y que me extrañarás, aunque sea poco el tiempo que me vaya?
Apreto los puños disimuladamente. Si te amo, pero más te desprecio.
—Te amo —suelto sin ánimos de añadir absolutamente nada más.
—Yo igual cielo, yo igual —deja un beso en mi frente y se marcha con una sonrisa de oreja a oreja.
Vamos a ver si sigues sonriendo antes de la "boda".
Cuando sube a su jaguar, tomó mi celular y marco rápidamente al contacto Técnico.
Solo tres tonos, y cuelgo. No necesito más, aquella es la señal de que la serpiente no se encuentra en casa, y debe venir en seguida.
Diez minutos después mis guardias me informan que llegó. Autorizo de inmediato su entrada.
La señora Lisbeth abre la puerta y lo recibe.
El hombre lleva un overol blanco con celeste, un gorro estilo jockey, y un bolso negro cruzado sobre su pecho.
—Lis, por favor, si fuera tan amable de servirnos unas bebidas.
—Claro señor, ya regreso—vuelve sobre sus pasos y marcha a la cocina.
Al vernos solos me permito sonreír
— Ya sabes lo que tienes que hacer. Coloca aquí, en la terraza, en el comedor, dormitorio y en la piscina.
Él sujeto asiente. No pregunta nada, ya conoce cada detalle con antelación en la charla que le dió mi abuelo, y en el contrato de confidencialidad que firmó.
—Antes de irte, necesito el programa en la computadora de mi despacho.
—Por supuesto. Comenzaré ahora.
—No, bebe algo, y luego comienzas. Tenemos un par de horas antes de que la serpiente vuelva.
Yo decido retirarme, lo dejaré tranquilo. No es agradable trabajar con la presencia del jefe sobre uno.
Marcho a mi despacho, que gracias a Dios está en el primer piso. Nadie puede entrar sin antes golpear la puerta. Me quito los lentes negros y me doy la tarea de revisar los proyectos e informes que Will ha enviado a mi correo personal.
Amo mi trabajo, soy bueno en esto. Siempre he pensado, que si no amas lo que haces, nunca será un trabajo, será tu pasión.
Las horas pasan volando, y en un dos por tres, el técnico llama a la puerta de mi oficina.
—Adelante —alzo la voz.
Él entra y me ve directo a los ojos. No se impresiona, pues ya sabe la verdad.
—Esta todo listo señor. Son imperceptibles, pero ubicadas en puntos estratégicos.
—Perfecto. Ahora instala en mi computadora el programa por favor.