La boda se aproxima.
El evento más esperado del año. Aquel que convoca a los rostros más importantes y acaudalados del país, e incluso figuras internacionales.
Durante días, los programas matutinos han dedicado gran parte, o segmentos completos a cubrir los preparativos de dicha ocasión.
Por supuesto, absolutamente ningún medio de comunicación se atrevería a referirse de manera negativa acerca de la nueva condición del heredero del imperio Anderson. Las consecuencias de tal atrevimiento serían catastróficas e irreversibles.
John, acompañado de Will y Marcus, asiste a la prueba del traje de boda. A lo lejos, ciertos periodistas lo siguen con cámara en mano. Algunos, esperanzados, intentan entrar a la tienda, sin embargo son detenidos por los guardaespaldas.
—Te ves muy bien hijo —dice el mayor, al apreciar el esmoquin de color negro.
Will lo observa de arriba a abajo —. ¿De qué color será el ramo de flores de Cassandra?, digo para que combine con tu pañuelo de bolsillo.
—No lo sé y no me interesa. Quiero que sea azul —soltó sin pensar en las consecuencias.
Marcus y su hijo menor se observaron aterrorizados. ¿Qué acababa de pasar?
John percatandose de la intención de sus palabras, se carcajea levemente —. Es una broma, creo que serán azules con blanco.
Ambos suspiran, aliviados, ya que la boda será en solo tres días.
—Está bien el traje, ya vámonos a casa —mencionó John con un tono espeso, poco usual en él.
Su padre arrugó el entrecejo. Su intuición le decía que algo malo estaba sucediendo. Lo normal es que un novio se viera contento y emocionado en la prueba del traje de bodas, pero su hijo, lucía apático y frío. Lo cual no era normal en John, no cuando espero tanto por este momento, y cuando fue en contra de su propia familia por su deseo de unir su vida a la de Cass.
—¿Estás seguro? ¿No deseas modificar algo? ¿Te sientes cómodo con la chaqueta? —insistió Marcus.
—Lo estoy, ya quiero irme.
La verdad es que John sentía que ya no podía más. Su corazón se estrujó al verse al espejo con el traje que por meses planificó para el supuesto día más importante de su vida.
¡Que fracaso resultó ser su sueño!
Sus acompañantes asintieron. Su padre recibió el traje en su funda correspondiente y Will entrelazó su brazo al de su hermano con la intención de ayudarlo a caminar por la vía pública.
Si bien, el uso del bastón es práctico y seguro. Aún John se encuentra en una etapa de "adaptación".
Los tres caminaron por la acera, mientras múltiples cámaras los fotografiaban y grababan. A pesar de que los guardias en un inicio quisieron cubrirlos, John los detuvo. Quería ser fotografiado, que su imagen recorriera los programas televisivos y noticias.
Llegaron al vehículo, dónde otro grupo de reporteros los esperaba al acecho.
Estos se acercaron con micrófonos esperando por una primicia.
—Señor ¿Qué puede decir acerca de la boda de su hijo?
—¿Qué hay de cierto en que son más de cinco mil invitados, y que algunos actores de renombre de Hollywood acudirán?
—¿Es verdad que nos permitieron la entrada a la boda?
Marcus que los ignoraba mientras ayudaba a John a subir, se detuvo en seco con aquella interrogante.
¿Qué les permitieron a la prensa asistir a la boda?, no, no podía ser cierto.
Abrió los ojos de hito en hito.
—Váyanse ya —con un ademán de cabeza los guardaespaldas los empujaron bloqueando sus cámaras.
Una vez dentro del automóvil en marcha, Marcus miró a Will, y John a la misma vez.
No entendía nada.
—Hijo, ¿Es verdad lo que dijo ese periodista?
—¿Qué cosa? ¿Qué tendrán la entrada permitida a la boda?, Sí, es verdad.
Will frunció el ceño y lo miró como si le hubiese salido otra cabeza.
—Pero, ¿Por qué?... Hermano, creí que odiabas a la prensa, que no querías que estuvieran ahí, ni que tampoco consiguieran una sola foto del gran día.
John se encogió de hombros con desinterés.
—Cambié de opinión. Quiero que todo el mundo esté presente. Que jamás nadie nunca, pueda olvidarlo.
Padre e hijos se miraron consternados y confundidos.
A fin de cuentas es su matrimonio, él sabrá lo que hace y porqué.
De vuelta a la mansión, el chófer dejó a Marcus y a Will en su hogar.
Para cuándo llegaron, John se percató que el jaguar rojo se encontraba estacionado junto a otros vehículos, cuál más costoso.
—Carl, estaciona al costado de la casa por favor, quiero entrar por la cocina.
El hombre asintió y obedeció.
Minutos más tarde John ingresaba a la casa con pasos suaves y silenciosos. Aquello le dió la oportunidad de escuchar la conversación que Cassandra mantenía.
—¡Amiga, en hora buena!, Has pescado al pez de oro —dijo una de las mujeres que comía la aceituna de su cóctel de martini.
—De oro y diamantes diría yo —corrigió otra, que se llevó a la boca un trozo de pan con caviar.
—¡Ay si!, Me da tanto dinero que puedo darme los gustos que yo quiero y merezco —dijo la rubia de ojos azules a la vez que se abanicaba con vehemencia.
Las tres soltaron una risita entre dientes.
—Felicidades querida mía.
—Gracias, gracias —la aludida inclinó su cabeza.
—Espera —añadió una —. ¿No te molesta que esté ciego?
—Para nada —contestó la rubia —. Es mejor, así jamás sabrá lo que hago y con quién.
Las carcajadas no se hicieron esperar, y el choque de copas se escuchó.
John indignado respiro hondo y a propósito hizo sonar su bastón por la superficie del suelo.
Las féminas advirtieron su presencia, y silenciaron su palabrerío.
—Buenas tardes —dijo él al momento que entró a la terraza.
Cassandra se levantó jubilosa y fue hacia él —. Cariño, ¿Qué tal la prueba del traje?
—Bien.
—Estupendo cielo mío —se inclinó y besó sus labios, lento y suave, con el objetivo de que sus amigas apreciaran lo mucho que supuestamente amaba al castaño.