Luz
Vuelvo a la cocina con una gran sonrisa tirando de mis labios.
Camille me observa con los ojos bien abiertos, me toma del antebrazo y me arrastra detrás de la encimera. Da un vistazo a su alrededor, y cuando se asegura que nadie nos ve ni escucha, deja caer la bomba.
—Luz, ¿Qué no lo has reconocido?
—¿A quién? —pregunto confundida.
—¡Dios! ¡¿Es enserio?! —exclama exasperada. Se acaricia el puente de la nariz e inhala aire fuertemente.
—Aver… el Dios griego que ves ahí, que TÚ llevaste al baño, no es más ni menos que John Anderson.
—¿Anderson? ¿De dónde me suena ese apellido? —comienzo a pensar, rasco mi frente mientras que la pelirroja se aleja de mí y posiciona sus brazos en forma de jarra.
¡NOOO! ¿El John que quedó ciego, y que la novia lo engañó con su mejor amigo?
—¿Es.. es? —tartamudeo perpleja.
—Si, es él. Diablos amiga, que suerte tienes. Tomaste su mano, y ni cuenta te diste que estabas ante uno de los hombres más guapos y millonarios del mundo.
—A ver detente ahí —levanto mi mano —. Yo no sabía quién era, y aunque lo supiera, eso no cambia el hecho de que lo hubiera ayudado de igual manera.
—Lo sé amiga, tú eres un pan caído del cielo.
Niego divertida, y pretendo volver a atender a los clientes hasta que la seriedad de Camille me detiene.
—¿Qué pasa?
Muevo mi mano frente a sus ojos, pero ella no pestañea. Dirijo mi mirada en la dirección en la que ella ve, y ya lo entiendo todo.
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta?, ¡Me encanta! —contesta.
—Míralo, es un perfecto ejemplar, y además, come con locura mis pasteles. A eso, súmale que es doctor… !Dios mío!, ¿Y si los sigo atendiendo yo?
—Claro —llevo mis manos al nudo de mi delantal, sin embargo ella me detiene.
—No, no, sería demasiado extraño. Sigue tú. Yo continuaré apreciandolo desde lejos. Es aún más atractivo en vivo y en directo.
Le doy un golpecito en los hombros y vuelvo a atender al resto de clientes.
Por una extraña razón me siento observada. Cómo si una mirada estuviera fijamente clavada en mí. Al voltear no hay nadie que pudiera estar mirándome. La única mesa detrás mío es dónde está John Anderson, y el médico. El primero es imposible ya que es ciego, y el segundo está de espaldas.
Quizás son impresiones mías.
Continuo llevando pasteles a las damas de la tercera edad. Caray, qué manera de comer estas señoras, y se mantienen tan bien.
La puerta del local se abre, y entra Edward, así se llama el hombre que según Karen yo le gusto, y creo que es verdad. Luego del fiasco dónde grité por sentir su agarre en mi brazo, no ha dejado de venir a pedir disculpas. A pesar de que le asegure que todo estaba bien, y que la manera en la que reaccioné tampoco estuvo bien, y que me disculpara, no ha dejado de intentar hablarme.
Se ve que es un buen chico, pero ya me tiene un tanto cansada.
Podría ir a otra pastelería, o simplemente debería dejar de hablarme. Leo sus intenciones, y no me interesa, para nada.
Con una sonrisa en la que deja ver todos sus dientes perlados se acerca a mi, me saluda creyendo que yo le di esa confianza, que equivocado está. Si, es guapo, pero no me importa. El amor y los sentimientos están enterrados en lo más profundo de mi ser. Jamás volveré a caer en algo como eso.
—Hola Luz, lo mismo de siempre por favor.
—De acuerdo.
Vuelvo a la cocina por su orden de strudel de manzana y un café con leche.
—Ya volvió, me da pena amiga —comenta Camille.
—Estoy a punto de decirle que no me interesa conocerlo, espero que hoy no me pida nuevamente mi número de teléfono.
—Hazlo, te apoyo.
Asiento, y con la bandeja en mano caminó hasta su mesa, acomodo el plato y la taza.
—Que lo disfrute.
—Espera.
Lo miro y muerdo mis labios. Por favor que no me pida mi WhatsApp.
—¿Si?
Muevo mi pie, incómoda.
—Se que no soy totalmente de tu agrado, pero si me das la oportunidad de conocerme, prometo que no te arrepentirás.
Freno las ganas de rodar los ojos, mis manos van a mi espalda en forma de puños.
—Edward yo.. —quiero ser sincera.
Precipitadamente él se levanta, estira sus manos con intención de tocarme, pero yo retrocedo un paso.
—Solo quiero ser tu amigo Luz.
Abro mi boca para de una vez por todas dejarle en claro que no quiero ser su amiga, no obstante de un segundo a otro Edward cae al suelo golpeando su espalda en las patas de la mesa.
—!Oh, lo siento mucho! ¿Se ha caído alguien? —giro mi rostro y veo a John tanteando el suelo con su bastón.
—¿Acaso eres tonto? ¿Qué no ves que me has golpeado con ese palo?, eres un estúpido. —increpa Edward.
¡No puedo creerlo!. Mis ojos se abren como plato, y la furia me recorre las venas.
—¡¿Qué estás hablando?!, ¿Qué no lo ves?. Es ciego Edward, y tú lo has ofendido terriblemente. Qué vergüenza. ¿Sabes?, No quiero ser tu amiga, jamás podría ser amiga de alguien tan despreciable y ofensivo como tú.
Mi mano va al antebrazo de John, y le sonrió antes de voltear y decirle las últimas palabras a ese fastidioso.
—Espero no verte más aquí, personas como tú no son bienvenidas.
Su mirada afilada nos recorre con ira antes de levantarse, acomodarse la ropa y marchar.
Suspiro y vuelvo mis ojos a John, por un momento creo imaginar que sonríe.
—Lo siento, no estuvo bien que te hablara así. Lo lamento tanto.
—Tranquila, fue mi culpa, lo golpeé con el bastón y cayó. Es normal que se enfadara.
—No, no está bien. No debes permitir que nadie te trate mal. Eres una persona que merece respeto, sin importar la condición en la que te encuentres.
Ahora no es mi imaginación, el sonríe. Lo hace tan abiertamente que quedo deslumbrada. Unos hermosos hoyuelos decoran sus mejillas.
Su sonrisa es como el sol, brillando en un frío día de invierno.