Thomas carraspeó aclarando su garganta.
—Yo quería felicitarla por sus postres tan deliciosos. Es más, necesito que me haga un pedido cada mañana para retirarlo antes de ir al trabajo.
La sonrisa de la colorina es cada vez más amplia. Su intuición nuevamente acertó, y si no se equivoca aquella será la preciada oportunidad para conquistarlo.
Porque si, Thomas será de ella.
—Perfecto, no se preocupe. Déjeme su número de teléfono, y así podemos gestionar el pedido.
El pelinegro parpadeó. ¿No sería mejor si él acudía presencial a la pastelería?. Aunque su mente decía algo, su boca dijo otra:
—Claro.
—Venga, para así anotar. Sígame.
Thomas asintió y la siguió camino a la cocina.
Mientras tanto John se quedó en la mesa negando con la cabeza.
—Tonto —susurró.
La muchacha, que alcanzó a oír preguntó: —. ¿Disculpe?
—Oh nada.
—¿Usted también va a querer un pedido todos los días para retirar?
—No, yo prefiero venir a disfrutarlo aquí.
—¿Enserio?
—Si, en mi casa no estarás tú.
De inmediato John se reprendió mentalmente ¿Qué clase de conquista era esa?.
Las mejillas de Luz se encendieron tan de prisa que sintió que una ola de calor de pronto la azotó.
—Lo lo siento… lo que dije estuvo mal, me refiero a que en mi casa, nadie me atenderá tan amablemente como tú.
Unos segundos pasaron en completo silencio.
—Descuide, es bienvenido cada que usted quiera.
—Gracias, ¿Cuál es tu nombre? —preguntó fingiendo no saber.
—Luz. ¿Y usted?
—John.
—Entonces, venga cuando guste John.
—Así será.
Posteriormente la muchacha se marchó a paso lento pues sus rodillas temblaban como gelatina.
Minutos después Thom volvió a la mesa con las mejillas algo coloradas. Se sentó evidentemente incómodo.
—¿Sucedió algo malo? —preguntó su amigo con cautela. Sin embargo lo que recibió fue un silencio absoluto.
—¡Thomas! —exclamó golpeando su hombro.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasá?
—¿Dónde está tu cabeza? ¿Te ocurrió algo?
—No. Nada —contestó.
~{Esa chica es muy rara}~ pensó luego de platicar con la colorina.
—En fin, comamos John.
Aquella mañana sería la segunda de muchas ocasiones en las que ambos prácticamente correrían a la pastelería por algo más que dulces, y es que ninguno de los dos puede negar que las cosas parecen estar de cabeza.
John no puede dejar de pensar en Luz.
Thomas quiere bloquear a Camille de WhatsApp y así evitar los mensajes que le envía durante el día, pero hacerlo significaría perder la valiosa oportunidad de saborear sus tartas favoritas. Tal vez, la solución sea cambiar repentinamente de número telefónico.
Una semana ha transcurrido, siete días dónde las miradas van y vienen. Tres pares de ojos se desviven por contemplar en silencio el motivo de sus desvelos, mientras que otro par está decidido en esquivar a cierta pelirroja coqueta y descarada.
El fin de semana llegó, y como tal, Thom cree que es la instancia perfecta para salir a tomar aire fresco y pasear. Quien sabe, las cosas podrían resultar mejor de lo que esperan.
Posterior a una mini discusión y sin un lugar concreto al cual ir, John recordó el parque donde la vió por primera vez.
—¡Lo tengo!. Conozco un parque espectacular. En la noche se lleva a cabo algo así como una feria, con vendedores ambulantes, carritos de comida, y muchas cosas más.
El pelinegro alzó una ceja —. ¿Tú? ¿Ir a una feria en un parque?
—Claro idiota, no me ofendas.
—Lo siento, olvide que ahora eres un John nuevo y mejorado…De acuerdo, vamos. Me parece una excelente idea. Dónde se pueda comer, yo voy.
—¿Desde cuándo eres tan comilon?
La mirada Thomas se cristalizó —. Desde la muerte de Evelin que las cenas congeladas se han vuelto parte de mi desayuno y cena, y honestamente estoy cansado de ellas. No hay nada más delicioso que una comida hecha con cariño.
De inmediato John se sintió culpable por haber traído a la conversación la ausencia de su difunta esposa.
—Lo lamento amigo, discúlpame.
—Tranquilo —respondió él pasando el dorso de su mano por la comisura de sus ojos —. Está bien hablar de ella, me hace bien, ¿Si sabes que era y es el amor de mi vida?
—Si, sé cuánto la amas.
Al escucharlo hablar así, se cuestionó si en algún momento Thomas podría volver a amar, a casarse nuevamente o incluso tener hijos. Decidió guardar sus interrogantes, y prepararse para ir a la feria.
—!Vamos!, estamos en la hora. Si quieres comer tacos apresúrate.
—¡Oh! El último que llega paga todo —el pelinegro corrió a la entrada de la casa.
—!Eso es trampa! —gritó John. Claramente él no podría correr, ¿Quien ha visto a un ciego hacerlo?, nadie. Levantaría demasiadas sospechas.
Al llegar al automóvil lo primero que hizo fue pegarle un zape en la nuca al médico.
—Tramposo.
—Está bien, lo merezco —admitió sobandose —. Ponte el cinturón.
Gracias a las indicaciones prontamente arribaron al lugar sin saber que su camino una vez más los guiará a su destino.
Bajaron del vehículo y se quedaron quietos, uno al lado del otro.
Tal como la primera vez, el parque se encuentra decorado con múltiples faroles de colores colgando de un árbol a otro.
La música, la voces, los carritos de comida, y la gente forman parte de un exquisito panorama familiar.
—¡Wooow!—Thomas estaba anonadado. La alegría de aquel lugar le llegó de golpe, y las ganas de recorrer hasta el último rincón le hizo mover sus pies en dirección al primer sendero frente a ellos. Se detuvo al recordar que debían guardar las apariencias, por lo que retrocedió y le entregó su antebrazo a John. Quizás no podría caminar apresuradamente, pero sí, un pelín más rápido.
—Sabía que te iba a gustar.
—¿Gustar?, ¡Me encanta!, ¿Qué quieres comer primero?