Te encontré en la oscuridad

Capítulo 32

La imagen que refleja el espejo muestra a una mujer hermosa, dulce y alegre.  

Ataviada en un vestido floral bohemio de hombros descubiertos, color rojo vino y largo hasta la pantorrilla. Los pies enfundados en unas elegantes sandalias blancas de tacón bajo. 

Su cabello suelto cae en ondas por su espalda. 

—¡Te ves preciosa! 

—En esta ocasión, te doy la razón. 

—Claro que tengo razón, te ves muy linda amiga. Si John no te besa, te juro que creeré que es gay. 

—No digas locuras, solo somos amigos. 

—Mi ojo de bruja no falla, le gustas, y mucho. Que al menos una de las dos termine en pareja, porque lo que es a mi, Thomas no me da ni la hora. 

—Es un tonto, tienes todo lo que un hombre podría desear Camille. 

La pelirroja sonrió y fijó sus azules ojos en ella —. Lo mismo para ti, lo tienes todo y más. Así que no me envíes un mensaje hasta que John te bese, o besalo tú. Quien dé el primer paso, me avisas. 

Oír eso le hizo gracia. Solo ella sabía cuántas veces ha soñado con besar sus labios. 

—Que pase lo que tenga que pasar —declaró consciente de que su más grande sueño nunca se haría realidad. 

—Ya verás que no me equivoco. Te deseo toda la suerte, y ya ve a la puerta que está por llegar. 

Luz tomó su pequeño bolsito, sacó el teléfono celular y se alteró al ver que estaba en silencio, y que tenía una llamada perdida de John. Agarró su chaqueta y corrió escaleras abajo seguida de su amiga. 

—¡Ya está aquí! —exclamó al mismo momento que abrió la puerta de entrada. 

—Buena suerte mi cenicienta. Eso sí, no te espero a la medianoche, demórate lo que quieras. 

La pelinegra la miró y contuvo las ganas que tenía de llorar. ¡Bendita colorina!, llegó en el momento en el que más necesitaba de una amistad pura y verdadera. Besó su mejilla y salió dispuesta a dejarse llevar. Que suceda lo que está destinado a ser. 

Saludo al chófer y entró al vehículo. 

—¿Llevas mucho esperando?, No ví tu llamada.

—Llevo quince minutos —dijo John, serio. 

—¡Oh, disculpame!, estaba terminando de arreglarme.

—No me disgustare si a cambio me das un beso. 

Las mejillas de Luz se tiñeron de rosa —. ¿Be..beso? —preguntó mirándolo de hito en hito. 

—Si… aquí —indicó su mejilla. 

—¡Ahh! —suspiró evidentemente aliviada, por un segundo su cerebro hizo cortocircuito. 

Se acercó a él, quedando muy cerca, y posó sus labios en su moflete. Un toque y se alejó rápidamente. Desearía ser más valiente, y besarlo más tiempo, sin embargo ella no es como Camille. Además, hacerlo significa entregarle un poquito más de su corazón a John. 

El castaño volteó su rostro a la ventanilla ocultando su sonrisa, sabía que no le era indiferente. Aquello lo impulsa aún más a confesar sus sentimientos. 

El silencio abundó por unos segundos hasta que Luz preguntó a dónde se dirigían. 

—A mi casa, te tengo una sorpresa. 

—¿Enserio?

—Si. 

—¿Por qué hacer tanto por mi John? 

—Ya lo sabrás.

Continuaron charlando acerca de anécdotas infantiles, cuando eran unos críos que apenas sabían limpiarse la nariz. Las risas se hicieron presente y el trayecto se volvió más ameno. 

Cuando cruzaron las enormes rejas, y el vehículo se detuvo, la boca de Luz se abrió debido a la sorpresa. ¿Eso es una mansión?. 

Por un momento olvidó que estaba junto a uno de los hombres más millonarios del mundo según la revista FORBES. Quiso salir corriendo, si, definitivamente correría lejos de él pues pensó que una mujer como ella nada tenía que hacer ahí. Sin embargo su mano fue apresada por la de él, entrelazando sus dedos, y llevando el dorso a su boca. La beso con delicadeza. 

—¿Frutilla? 

—¿Cómo? —preguntó la muchacha sin entender. 

—Tienes un exquisito olor a frutilla en tus manos. 

—¡Ah sí!, es mi crema corporal. 

De pronto la puerta se abrió, ambos bajaron tomados de las manos. 

John caminó con confianza, ella creyó que al ser un lugar conocido y frecuente no le era difícil orientarse. 

Lisbeth los recibió con una radiante sonrisa. 

—Bienvenida —se acercó, la beso y abrazo. 

Luz sonrío tímidamente, él ya le había mencionado quien era, y lo que significaba en su vida. Pero jamás imaginó tal recibimiento. 

—Mucho gusto señora Lisbeth, me llamo Luz. 

—¡Oh el gusto es mío!, eres preciosa. 

—Muchas gracias. 

—Pasen, pasen, les serviré algo… —la mujer camino a la cocina mientras susurraba: — Gracias Dios.

Luz miró a John, este aún sostenía su mano. Sonrió para sus adentros, si fuera por ella, jamás lo soltaría. Tal vez, Camille tiene razón. Quizás se encuentra en un universo paralelo dónde un Adonis como él, si se fijaría en una simple mesera.

Se sentaron en un cómodo sofá de dos cuerpos. 

—Tienes una casa muy bonita. 

—Gracias. Me gusta pero se me hace muy grande… deseo algún día llenarla con mi familia. 

— Así será, ya encontrarás a tu otra mitad. Cualquier mujer desearía estar contigo —dijo ella con la voz algo apagada. 

—Puede ser, pero yo ya sé con quien quiero estar —afirmó acariciando su mano. 

Antes de que ella lograse preguntar quién era la señora Lisbeth apareció trayendo en una bandeja vasos de jugo natural. 

—Permiso. Disfruten, cualquier cosita me llaman. 

—Muchas gracias Lis —contestó John. 

Una vez se hubo marchado continuaron platicando.

—¿Y cómo van las cosas en la pastelería?

—Muy bien, me encanta mi trabajo, socializar con las personas se me da de maravilla.

—Lo sé, eres amable, carismática y tienes una luz propia con la que brillas a donde sea que vayas. 

La muchacha se sonrojo a más no poder. 

—¿Te puedo preguntar algo? 

—Si. 

—¿Thomas tiene una relación?




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