—Mi dulce princesa —susurró John cuando se separó de ella.
Luz se sintió tan temblorosa que se apoyó en él para no venirse abajo.
—No hace falta que te esfuerces porque ya siento lo mismo que tú, mi caballero de brillante armadura—susurró dejando caer la cabeza sobre su hombro.
La felicidad de un hombre que se ha ganado la lotería millonaria no es nada en comparación a la alegría que ahora mismo llena el pecho de John.
Él aún no lo sabe con certeza, pero ha encontrado a su alma gemela.
—Soy muy afortunado, si que lo soy.
Luz alzó su rostro y lo miró a los ojos.
—¿Si?
—Claro que sí, la chica que me gusta corresponde mis sentimientos. Ni todo el oro del mundo podría darme tanta felicidad como esto.
—John, ¿Por que aveces siento que puedes verme? —preguntó mirándolo fijamente.
— Tal vez lo hago —contestó desviando la mirada.
—¡Qué locura!, ¿Te imaginas?, ¿Que realmente puedes ver, y me lo has ocultado todo este tiempo? —soltó una risita entre dientes.
Pero lejos de reírse, John se tensó.
—Si, que locura —y dispuesto a cambiar el tema habló:
—¿Entonces, ahora eres mi chica?
Las mejillas de Luz se tiñeron de rosa y asintió con su cabeza.
—¿Y tú eres mi chico?
—Lo soy, solo tuyo.
Sus labios se unieron en un tierno beso. Se separaron y unieron sus frentes.
—John, antes de iniciar con esto, quiero ser completamente honesta contigo…yo estoy con terapia psicológica, ya que viví un episodio traumático y doloroso.
—¡¿Qué te sucedió?! ¿Te hicieron daño?
Mordió sus labios, nerviosa. Hablar de su antigua y oscura relación no era algo fácil de dar a conocer. No obstante, si quiere que su pasado no la persiga en su nuevo futuro debe ser capaz de hablar de el sin sentir culpa o temor.
—Si, yo fui víctima de violencia intrafamiliar por mi ex pareja. Te lo cuento porque aún estoy curando mis heridas, reconstruyéndome para volver a ser la misma mujer que fui hace años. Prometí no volver a enamorarme, pero tú, tú llegaste y rompiste mis esquemas, apareciste y me hiciste desear lanzar por la borda lo que un día renegué. Y no me arrepiento, no sabes cuánto soñé contigo, con estar entre tus brazos tal cual como estamos ahora. Tan solo no me hagas daño, no podría soportarlo.
Lágrimas caen por las mejillas de Luz.
John acunó su rostro entre sus manos —. Prometo que te cuidaré como si fueses la joya más hermosa y valiosa porque es lo que eres. Y te juro que jamás nunca nadie volverá a tocar una sola hebra de tu cabello para dañarte. Confía en mí, quiero amarte como nadie lo ha hecho, quiero amarte verdaderamente.
—Hazlo, ámame y yo te amaré sin barreras ni límites.
"El amor es cuando dos almas se encuentran por casualidad, y resulta que se estaban esperando toda la vida"
Se fundieron en un abrazo, con una sonrisa plasmada en sus rostros.
—¿Quieres comer?
—¡Si!, me apetece una fresa bañada en chocolate ¿Te doy una?
John asintió complacido.
Ella tomó una fresa y la acercó a su boca ya semiabierta. Él probó, y le pareció lo más delicioso del mundo, y no precisamente porque tuviera un dulce sabor, sino porque fue dado por su dulce princesa.
—¡Exquisito!
Luz se quedó mirando un pequeño pedazo de chocolate que quedó en la comisura de sus labios.
Una loca idea cruzó por su mente. Es ahora o nunca.
—Espera, no te muevas, tienes algo.
—¿Dónde?
—Aquí —respondió a la vez que se apropia de sus labios con pasión. Saboreó el chocolate con júbilo, sus lenguas se entrelazan incendiado sus corazones de placer y amor. El calor de sus cuerpos unidos en un abrazo encienden la llama de la lujuria.
Se separan conscientes de que aquel beso puede llevar a algo más. Y no es que no quieran que eso suceda, pues son dos adultos que saben lo que quieren. Sin embargo, aún no es el lugar ni el momento.
—Luz, luz, ¿Qué es lo que me has hecho?
—Yo nada, me declaro inocente.
—¿Inocente?, para nada, eres culpable de robarme hasta el aliento.
La castaña lo observó y estallo en carcajadas. Puso ambas manos cruzadas sobre su regazo y dijo:
—En ese caso, lleveme prisionera, pero deme cadena perpetua. No me deje ir nunca, señor juez.
John amplió su sonrisa.
—Se lo prometo que será mía por toda la eternidad. Mía y solo mía.
—Eso espero.
Como si de una película cliché se tratará, nuevamente se besaron, y se besaron hasta que sus labios resultaron hinchados y sus mejillas dolían por tanto sonreír.
A la distancia, escondida, Lisbeth brincaba de un lado a otro evidentemente emocionada, tanto así que por poco las lágrimas caen de sus ojos. Tomo el teléfono celular y mando un mensaje de texto con un emoji de una mano con el pulgar arriba. De inmediato le llegó un mensaje de vuelta que decía:
—Siiiiiiiii!!!!