Te encontré en la oscuridad

Capítulo 35

John

Llámenme loco, quizás para el mundo lo soy. 

Pero yo me siento más cuerdo que nunca. 

Fue una noche maravillosa, dormir junto a ella, y estar a su lado infla mi pecho de una cálida sensación. 

Siento que mi corazón puede explotar de felicidad. 

No tengo miedo a enamorarme de Luz, porque probablemente ya lo estoy. 

Vuelvo a casa contando los minutos para volver por ella y llevarla a cenar. 

Sé que debo decirle la verdad de mi condición, sin embargo tengo miedo de lo que pueda pensar de mi. ¿Se enojará? ¿Pensará que la engañe? 

Puedo jurar que no he querido engañarla, es sólo que metí las patas hasta el fondo y ahora no sé cómo solucionar esto. No puedo simplemente decirle al mundo que ahora puedo ver. Esto va más allá, compromete a Thomas, a la clínica, y a un informe médico totalmente legal. 

Mi móvil suena. Es mi madre.

—¿Si?

—Buenos días hijo, ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu noche? 

—Todo bien, ¿Le pasó algo? 

—No, nada, quería saber de ti. ¿No tienes algo que contarme? 

Tengo el presentimiento de que ella sabe más de lo que dice. 

—No lo creo madre. 

—Mmmm, está bien. Cuídate cariño. Nos vemos pronto, tal vez me deje caer en tu hogar uno de estos días. 

Antes de que pueda contestarle, cuelga la llamada.

Creo que Lisbeth le ha contado algo, ellas son bien amigas, y no sería la primera vez en qué mi madre se entera de cosas por medio de ella. 

Vuelvo a la mansión y espero paciente la hora del almuerzo. Me encierro en mi despacho y leo unos papeles que mi hermano me ha enviado para que los revise mientras bebo un poco de té.  

Luego de tres horas me preparo para ir a buscarla, me ducho, y cambio de ropa. 

Carl ya sabe a dónde ir, y cuando estamos llegando a la pastelería la veo a la distancia de pie sobre el asfalto. 

Luce tan bonita, con esa misma sonrisa que me volvió loco desde que la vi en el parque. 

Sube al vehículo, aún no tengo un destino decidido, quiero que ella lo escoja. 

—¿Dónde quieres ir? —le preguntó después de besarla con devoción, como si no lo hubiese hecho durante horas, anoche. 

Frunce sus labios y con un dedo en su mentón, piensa. 

—Me gustaría comer pizza. 

—¿Si?, entonces eso haremos. No nos tardaremos mucho. 

—Tengo el día libre. Karen llegó al local y ella me está reemplazando. 

—¿Enserio? ¿Apareció? 

—¡Si!, resulta que debido a sus bajas calificaciones la castigaron sin móvil ni salidas. Pero ya contratamos un detective, confío que encontrará algún familiar de parte de su madre. 

—Confiemos que así será. 

Luz se acurruca a mi lado mientras nos dirigimos a la pizzería. Le tomo su mano y acaricio su piel con mis dedos. 

—¿Me extrañaste? 

—¿Tú sí?, hace solo un par de horas que dejamos de vernos. 

—¿Me creerías si te digo que te extrañe?  

—Si te creo, yo también lo hice.

Sonrío y le doy un beso en la coronilla de su cabeza. 

No hablamos, simplemente permanecemos en silencio, uno al lado del otro. No es un silencio incómodo, al contrario, es confortable.

Un rato después llegamos a la pizzería. Al bajar del vehículo Luz se acerca a mi oído y me pregunta si Carl ha comido. Le contesto que no, y su respuesta me ha confirmado nuevamente que ella es diferente a todas las mujeres que he conocido. 

—Carl, ¿Quieres almorzar con nosotros?, Luz quiere platicar contigo.

Él me observa con el rostro desencajado, seguramente incrédulo. Pues si recuerdo, Casandra nunca se interesó en conocer a los que para ella eran la "servidumbre", que tonto fui. No hay peor ciego que el que no quiere ver, yo fui el peor de todos. Afortunadamente esa víbora ya no está a mi lado, y lo que le suceda me tiene sin cuidado. 

—Señor…yo, no lo sé. 

—!Por favor Carl!, la pasaremos bien. Nadie se puede negar a un buen trozo de pizza con doble queso —afirma Luz con sus pulgares arriba. 

Sonrío y volteo mi rostro para contener las ganas de reírme. 

Finalmente Carl no tiene escapatoria. Acepta y juntos entramos al local. 

Entre platicas pedimos dos pizzas familiares y unas gaseosas. 

Gracias a Luz me he enterado de cosas acerca de mi chófer de las cuales no tenía idea. Siempre creí que era un hombre solitario por gusto, y la verdad es que estaba profundamente equivocado. Carl es un extranjero proveniente de Chile. Se marchó de su país hace ya 6 años en busca de una estabilidad económica. En el proceso debió abandonar a su esposa e hijos. 

¡Maldición!, ¿Por qué nunca me lo dijo?, lo hubiese ayudado a traerlos a Estados Unidos. 

Nadie merece estar separado de su familia. ¿Acaso soy un hombre desalmado, que decidió ocultarlo?. Me niego a quedarme con la duda por lo que interrumpo la conversación.

—Carl, ¿Por qué no me dijiste que tenías una familia?

Agacha la cabeza mientras estruja una servilleta entre sus manos. Luz toma mi antebrazo y me acaricia con suavidad. 

—Disculpe señor… Antes de trabajar como su chófer me desempeñe como empleado en una empresa de limpieza, sin embargo al conocer mi condición, me despidieron de inmediato alegando que de seguro cada cierto tiempo pediría días libres o vacaciones para viajar a verlos. No me dieron oportunidad a nada. Así ocurrió con los siguientes cuatro empleos. Decidí que lo mejor era ocultar esa información, y solo visitarlos cuando me correspondiera las vacaciones. 

—¡Mierda Carl!, eso no está bien. Mañana mismo llamarás a tu mujer y le dirás qué prepare todo porque irás a buscarlo en mi Jet privado, te buscaré una casa y no deberás preocuparte por el dinero. Es lo mínimo que puedo hacer por ti, eres más que un chófer. Eres mi amigo. 

Sus ojos se abren desmesuradamente, y parpadea dejando caer lágrimas por sus mejillas. 




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