~{Deseo que me mires como yo te miro}~
—Es algo que no te puedo decir.
Thom se rió entre dientes —. ¿Crees que si me lo dices ya no se cumplirá?
—No lo sé. Estoy segura que una estrella aparecerá hoy, no quiero perder la oportunidad —respondió seria, y volvió a alzar los ojos al firmamento.
Él se quedó mirándola. Esa mujer es un enigma, uno que lo pone nervioso cada que la tiene a su lado, desde la primera vez que la vió, cuando no quiso soltar su mano.
Quería ignorarla y mantenerse lejos, muy lejos. Sin embargo no entiende porqué está tan empecinado en aquello.
¿Qué ha hecho Camile para que no quiera derribar ese muro invisible?
—¡Te lo dije! —chilló emocionada ante la estrella fugaz que repentinamente cruzó el cielo.
Cerró sus ojos y juntó sus manos en el centro de su pecho.
~{Si Thomas es el indicado para mí, deseo que estemos juntos}~
Thom, cuál niño pequeño, imitó la acción. Sin cerrar los ojos murmuró para sí mismo:
—Deseo volver a sonreír.
Dos almas deseando amor.
Una que necesita abrazar, y la otra que necesita ser abrazada.
¿Podrá el corazón admitir lo que la mente se niega a aceptar?
El silencio volvió a reinar. Cada uno está sumido en sus propios pensamientos.
Una brisa fría sopló en su dirección erizando los vellos de sus cuerpos.
Camille tembló ligeramente encogiéndose y abrazándose a sí misma. Thomas no lo pensó dos veces, y la instó a acercarse a él.
—¿Estás seguro?
—¿Por qué me preguntas eso?
—No soy tonta Thomas, sé muy bien que me evitas. Sentarme apegada a ti no hará otra cosa más que empeorarlo todo.
Él frunció los labios, incapaz de confesarle el motivo de su renuente actitud.
—Ven, siéntate aquí —dijo finalmente palmeando el suelo —. Tienes frío y te puedes enfermar.
La colorina lo miro de reojo, sin volver su cabeza a él, porque de mirarlo a los ojos no hará otra cosa más que lanzarse a sus brazos como la abeja a la miel, como desea cada vez que retira un pedido de su pastelería.
Si, le gusta más de lo que alguna vez le había interesado un chico. Y para ser honesta, aquello le aterra, nunca se ha enamorado realmente. Solo tuvo un novio, que por lo demás fue impuesto por sus padres al tratarse de un muchacho de una buena familia, clase social alta y profesión distinguida.
Pero ahora, por primera vez en su vida, sabe a quién quiere.
Lentamente se fue corriendo hasta que el costado de su cuerpo quedó pegado al de Thomas.
—Espero no te arrepientas.
—¿De qué?
—De estar cerca mío, he notado que incluso evitas darme la mano al saludarte.
Él suspiró —. Yo…
Antes de que pudiera completar la oración, Camille interrumpió.
—Descuida, no tienes que explicarme nada.
Sí que debía explicarse, sin embargo no sabía cómo. ¿Qué le diría? ¿Qué es un viudo que evita el contacto con cualquier mujer? ¿Qué siente que debe alejarse de ella por algún motivo que aún no tiene claro?
En eso pensaba cuando Camille tembló de frío.
—¿Puedo?
—¿Qué cosa? —inquirió ella volteando su rostro.
—Hacer esto—Thomas levantó un brazo y la rodeó con él. No podía cubrirla con su chaqueta ya que se la quitó y la dejó en el respaldo de la silla dentro de la mansión.
Un pequeño jadeo salió de la boca de la pelirroja. No podía creer que estuviera en aquella situación con la persona que tanto quería y ¿Verdaderamente la esta abrazando?
—Tho..mas… —dijo con la voz entrecortada mirándolo a los ojos.
—¿Si?
Este se acercó suavemente a ella, sus mejillas estaban ruborizadas, pero Camille sabía que no tanto como las suyas.
Los dos estaban nerviosos. Realmente no sabían que estaban a punto de hacer, no obstante no es un momento en el cual puedan usar la lógica. En ocasiones, el ideal es dejarse llevar, y permitir que el corazón tome el control de nuestros actos.
Se miran, cada vez más de cerca, respirando confundidos. Thomas presionó sus labios contra los de ella en un beso. Fue muy suave, como el roce de la lluvia. Pero hizo que sus corazones aletearan como un pájaro ansioso.
Camille sintió por primera vez que fue el beso más bonito de su vida…
Sus bocas luchan tibiamente, mordiéndose los labios, acariciando sus lenguas.
Thomas la rodeó con los brazos, y el beso se hizo más intenso, más hambriento.
Entonces las manos de ella buscaron hundirse en su pelo, acariciar lentamente la profundidad de su cabello mientras se besan como si tuvieran la boca llena de flores.
Pero inesperadamente Thomas se apartó bruscamente —¡No!—su voz se congeló en el aire.
Sus miradas se volvieron a encontrar. Él la miró con los ojos bien abiertos, con espanto, mientras su respiración acelerada le hacía subir y bajar el pecho.
Camille sonrió con timidez. Le regaló la sonrisa más adorable del mundo, poniendo toda su esperanza en aquel gesto.
Thom lentamente negó con su cabeza. Ninguna palabra salió de su boca, tan solo se dió la vuelta y se marchó dejándola sola.
Así sin más arrasó con la primavera de su corazón, dando lugar a un marchito invierno.
El viento cesó, y la envolvió una helada blanquecina que hielo la sangre de sus venas.
Thomas no la quiere.