Thomas
¡¿Qué estoy haciendo?!
Acabo de besar a Camille y huí como un pavo despavorido.
Estoy seguro que el alcohol corriendo por mis venas fue el que me gatilló a hacer aquello.
Pero, ¿Por qué?. ¿Por qué dejé que eso pasará?
Vuelvo a la mansión, tomo mi chaqueta y me despido de John y Luz. A pesar del desconcierto en sus rostros, les hago saber que estoy bien y que me marcho. Probablemente otro día visite a mi amigo.
Camino a mi vehículo arrastrando los pies, dejo que el aire frío se cuele por mis fosas nasales y me espabile. Sacudo mi cabeza y ahuyento a la consciencia que me grita que soy un estúpido, y por mucho que quiera rebatir, sé que tiene razón.
Soy un necio.
Me prometí a mi mismo que no volvería a fijar mis ojos en otra mujer, mi corazón siempre le pertenecería a ella, a mi amada Evelyn. A la castaña que me enamoró con su sencillez y bondad.
El día que mi esposa murió llovía torrencialmente. Salía de una cirugía y me percate de las numerosas llamadas perdidas de su parte. Al llamarla de vuelta y no recibir respuesta, me alteré. Maneje lo más rápido que pude sin importarme el resbaloso asfalto.
El trayecto que duraba veinte minutos lo complete en la mitad del tiempo, con la esperanza de que mi presentimiento no fuera más que una tontería.
Sin embargo no fue así, la vida me golpeó duramente una vez más, recordandome que las cosas buenas no son para mí. Son para otro tipo de personas, unas que están destinadas al éxito y a la alegría.
La encontré tirada en el sofá de la sala de estar con el celular entre las manos. Me llamó y yo no atendí. Me busco por ayuda y yo no llegué a tiempo.
Intenté reanimarla, más fue en vano. Ella ya estaba muerta.
Aquel día, mi vida se derrumbó y nunca volvió a ser la misma. Sentí como una parte de mí fue arrancada cruelmente y no pude hacer nada para impedirlo.
Aunque era mi obligación haberlo hecho.
Digo, soy un doctor, ¿Qué clase de médico soy que no pude prever la enfermedad de mi esposa?
Debí estar atento a las señales; el repentino dolor que a veces le molestaba en el pecho, el cansancio luego de correr distancias largas, y la sensación de falta de aire. Eran signos claros de una enfermedad congénita al corazón.
!Imbécil!. Yo debí haber muerto en su lugar, ella no lo merecía. Merecía una vida plena, llena de felicidad y de amor. Era una muy buena mujer, una que me amaba con todas mis imperfecciones y yo, yo no supe cuidarla, no la supe atesorar como lo que era; la mujer más importante de mi vida.
Fue y es mi culpa.
De nada me sirven los conocimientos médicos si no puedo salvar a los que amo. ¿De qué me sirven los años estudiados?
Es por eso que vivo mi día a día sumido en el hospital, esforzándome por cuidar y salvar todas las vidas que pueda, tal vez así, logré mi alma sentir un poco de consuelo. Porque el perdón nunca lo sentiré.
Venía acostumbrado a ese estilo de vida cuando todo cambio…
Camille.
La preciosa pelirroja dueña de la pastelería que devolvió un poquito de alegría a mi vida, porque hasta el gusto por comer lo había perdido.
Desde que se presentó como la chef, es que sentí que su azulada mirada se clavó en mí, como si me conociera de algún lugar, como si quisiera traspasar mi alma y recorrer cada rincón.
Mis solitarias noches dejaron de sentirse tan oscuras cuando recibía sus mensajes. Ella ansiaba saber de mí, como estaba, que comía, y que hacía.
Admito que al principio deteste la idea de que me escribiera para algo que no fuera un encargo, sin embargo después esperaba ansioso las horas en las que ella habitualmente lo hacía.
Me engañe, y me autoconvencí de que no era correcto. No merecía amar, y menos ser amado.
Comencé a ignorar deliberadamente a Camille, iba a su pastelería a retirar mis pedidos, y lo hacía sin siquiera mirarla a la cara, pues sus ojos siempre brillaban de una particular manera cuando me veía.
Sé que no estaba bien, no obstante no encontré otra manera de alejarme de ella sin dañarla en el proceso.
Pero de nada funcionó, no resultó, porque ahora, borracho, me he atrevido a hacer lo que sobrio no haría.
La abracé, rodee su cuerpo con mi brazo y la besé, besé sus labios tan suaves y rojos. Sentí su dulzura en cada roce, se detuvo el tiempo y olvidé mi promesa.
Robó mi calma como una ladrona experimentada.
Hasta que me di cuenta de lo que sucedía, y mi mente volvió a sus cabales. Me aparté de ella rápidamente, algo de lo que me arrepentí de inmediato cuando ví la enorme sonrisa que me regaló, una tan bella, natural y acogedora. Una sonrisa similar a un oasis de tranquilidad, uno del que no puedo estar cerca.
Por mucho que desee estar a su lado, hacerla mía y amarla por sobre todas las cosas, no puedo. No debo.
Amar a Evelyn es mi único fin.
Necesito alejarme definitivamente de Camille, no volveré a frecuentar su pastelería. No es justo para ella. Es mejor que dé un paso al lado, y deje que encuentre a su verdadero amor, que pueda entregarle lo que merece y necesita. No un médico frustrado y tonto como yo. Uno al que la vida se la pueda arrebatar en cualquier momento, porque siempre me quita lo que más amo.
Aunque el gusto de haber besado sus labios nadie me lo quitará.