Te encontré para perderme.

El día más silencioso.

Se despertó temprano.
Más temprano de lo normal.

Por primera vez en semanas, se duchó. Se afeitó.
Se vistió con su camisa favorita.
Esa que guardaba para “ocasiones especiales”.

Elena aún dormía.

Se preparó un café. Se sentó en la mesa. Miró por la ventana durante varios minutos.
El mundo parecía tranquilo.
Y dentro de él… una calma extraña. No paz. Solo ausencia de ruido.

Limpió el departamento. Guardó los platos. Recogió la ropa.
Ordenó los libros.
Colocó su cuaderno cerrado sobre la mesa, con un sobre encima.

En el sobre, solo un nombre: “Para quien me haya querido”.

No escribió más.

Salió de casa por primera vez en días. Caminó sin rumbo, pero sus pasos sabían a despedida.

Se sentó en el parque donde solía tocar la guitarra.
Escuchó a una niña reír. Vio a un perro correr.
Miró al cielo con una expresión tranquila, como quien se despide del mundo sin resentimientos.

Compró una flor. Una sola.
La dejó en la banca donde la conoció por primera vez.

No lloró.
Solo cerró los ojos y respiró hondo.
Como quien termina de leer un libro que lo marcó para siempre, pero sabe que no volverá a abrirlo.

Volvió a casa al atardecer.
Elena no estaba.
A él no le sorprendió.

Se encerró en su cuarto. Abrió su cajón.
Y sacó una pequeña caja de madera que nadie conocía.

Colocó dentro:
– Una foto de ambos, ya vieja.
– La carta sin terminar.
– Su reloj.

La cerró.

Miró alrededor por última vez.
Nada le parecía suyo.

Y entonces escribió una última frase, en un papel aparte:

“No fue culpa tuya.
Pero nunca te diste cuenta de que me perdías,
incluso cuando todavía estaba sentado frente a ti.”

Encendió una vela.
Apagó las luces.
Y se acostó en la cama.

El silencio esa noche fue absoluto.




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