La habitación estaba en silencio.
Solo la vela encendida proyectaba sombras suaves sobre las paredes.
Se sentó frente al escritorio. Tomó el bolígrafo con manos tranquilas.
Respiró profundo.
Y empezó a escribir.
“A quien me lea, y a quien alguna vez me quiso…”
No sé cómo se empieza una carta como esta, pero supongo que da igual.
Ya no tengo miedo de las palabras.
Ya no me importa si suenan bien.
Solo quiero escribir antes de irme.
Porque me voy.
Y no por cobardía.
Ni por drama.
Me voy porque me vacié. Porque vivir dejó de doler… y empezó a no tener sentido.
Amé con una fuerza que me destruyó.
Creí que si daba todo de mí, si apostaba hasta mi alma, el amor me iba a salvar.
Pero no todos los amores se salvan. Algunos solo… matan lento.
No culpo a nadie.
Elena, si lees esto, no te culpo.
Solo me rompiste sin darte cuenta, o quizás sí… pero no supiste cómo detenerte.
Y yo no supe cómo irme a tiempo.
Me aferré a la idea de nosotros cuando ya solo quedaba yo.
Defendí tu ausencia como si fuera amor.
Esperé tus gestos como quien espera que una tumba hable.
No fue una traición lo que me destruyó.
Fue tu indiferencia.
Esa forma tuya de seguir viviendo como si yo no me estuviera muriendo frente a ti.
A mi madre, lo siento.
Nunca supe cómo pedir ayuda sin sentirme débil.
A Marcos, gracias por intentarlo. Llegaste cuando yo ya estaba demasiado lejos.
Y a mí mismo… te fallé.
Te obligué a resistir lo que no debías soportar.
Te hice esperar milagros en ruinas.
Perdón.
No quiero que me lloren.
Solo quiero que entiendan que ya no tenía más para dar.
Me despido en paz.
Sin odio. Sin rabia.
Solo con cansancio.
Ojalá en otro lugar, donde sea que terminemos los rotos, pueda volver a amar sin romperme.
Gracias, y adiós.
—
Firmó con su nombre.
Dejó la carta en un sobre encima de la mesa, al lado de la vela, dejo la caja de madera encima de la cama.
Dejo la vela encendida que reflejaba la única luz que le quedaba en la oscuridad.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió descanso.
No paz.
Pero sí silencio.
Editado: 04.06.2025