Te enseñaré a amar

Capítulo III

“Nunca pensé que sus ojos ámbares me verían de nuevo.

Y aunque deseé ver en ellos algo,

Un sentimiento, un atisbo de reconocimiento.

Solo conseguí,

Frialdad.

Una palabra que la describe a ella,

A la perfección”

Sebastián Rushmore.

 

 

Presente

 

A Sebastián se le entrecortó la respiración. Su corazón empezó a latir de una manera alterada. No podía creerlo. Ella se encontraba allí. ¿Cómo podía? Luego de romperle el corazón de la peor forma. Cuando le había demostrado con cada latir de su alma, con cada respirar. Que la amaba, que la adoraba. Que su vida era ella. Su Armonía. ¿Cómo podía? Se volvió a preguntar.

 

De momento la copa de champagne que tenía en su mano, perdió toda señal de ser apetitosa. Ahora le provocaba algo más fuerte, un whisky y algo más que le hiciera olvidar que ella se encontraba allí.

 

Iba dar un paso cuando, no sabía si para acercarse o para irse. Pero con una precisión que un científico hubiera adorado, aparecieron sus acompañantes. Que oportuno.

 

— ¿Por qué esa cara? —preguntó su amigo, Ethan.

 

Trató de colocar su cara para jugar a las cartas, pero le estaba costando. Algo muy extraño en él ya que, era un perfecto jugador. Y en su vida, nunca mostraba sus emociones. Siempre mantenía un control férreo en cada una de sus facetas. Pero en esa noche, este se estaba desmoronando como si fuera una delgada pared de arena.

 

— ¿Qué cara? —preguntó. —la cara de felicidad que desborda en mi rostro por estar en este adorable baile. —su voz destilaba sarcasmo en grandes dosis.

 

—Sabía que te encantaría venir. —siguió Ethan. —Te conozco como la palma de mi mano. —lo puyaba sin cesar.

 

—Siempre tan considerado. —contestó el aludido. —Preferiría estar en mi adorable casa, revisando los libros de cuentas —y nótese que lo odio—a estar en este fastidioso teatro, para que cada uno de los asistentes se crean cupido.

 

—Siempre tan emocionado, hermano. —mofó Alejandro. —Tu emoción siempre sabe llenarme el alma.

—Ya basta imbéciles. Me iré y seré feliz en alguna taberna. —dijo decidido.

 

—Por favor Sebastián, no te vayas. Dijiste que venias por mí. —su cuñada también manipulaba.

 

—En estos momentos ninguno de ustedes me cae bien. —miró a su hermana. —Exceptuando Violet. Ella no ha dicho nada que me incordie. A diferencia de ustedes.

 

—No he dicho nada, porque me duele un poco la garganta. —comentó como tema casual. Sebastián la miraba algo molesto. Su inesperada nueva hermana podía ser bromista.

 

— ¿Mi amor te sientes mal? —preguntó su esposo, mientras ella negaba.

 

Sebastián no podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo el mujeriego empedernido de Ethan Blackwell, pudo haberse enamorado tan estúpidamente? ¿Cómo de mujeriego pasó a ser un pusilánime de tal calibre? Dios que estaba pasando.

 

—No puedo creer esto, en serio. Jesús. ¿Qué han hecho con mi modelo a seguir? —fastidió. Estaba tratando de no mostrar cómo se sentía, por eso buscaba que la conversación se fuera en otra dirección. No podía permitir que se dieran cuenta de lo que estaba pasando en su interior. —Ethan eres un completo enclenque. Dios me libre de ser así. —estaba picando, y por suerte estaba dando resultado.

 

—Cállate imbécil. —le espetó su amigo. —No te soporto.

 

Su cuñada lo miró. —Déjalo en paz. Se ve muy tierno así. —Ethan se giró hacia a su hermana. Pues no estaba ayudando.



#367 en Novela romántica
#127 en Otros
#25 en Novela histórica

En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.