“Dos veces en toda mi vida he sentido que no sé qué hacer.
Que por más que le buscara una solución. No había ninguna.
Y lo más horrible de todo, es que ambas veces, habían sido causados por la misma razón.
Por Harmony Woodland.
La primera
Cuando me enteré de su engaño.
Y la segunda
La primera vez que estuvimos a solas, luego de diez años”
Sebastián Rushmore
Presente
—Me parece que ya nos hemos visto. —comentó la duquesa de Rochester, viendo a Sebastián.
—Oh si, por supuesto. —respondió. —Nos conocimos en un baile que fui con mi madre hace unos años. Pensé que no se acordaba de mí. —su voz estaba neutra pero por dentro estaba juntado todo su autocontrol para no cometer ninguna barbaridad.
Esta negó. —No por supuesto que no. Gozo de una memoria excelente. —alisó la falda de su vestido. — ¿Cómo se encuentra su madre?
Un tema que no era de su agrado. Su madre había cambiado mucho de unos años para acá. —Perfectamente.
—Me acuerdo que esa noche bailo con mi hija. —otro tema que no le agradaba. —Parecían flotar por la pista.
—Si más no recuerdo. Su hija es una buena bailarina. —enfocó su mirada azul y fría en ella. —Era fácil bailar con ella.
—Igual fue un momento muy hermoso. Dígame ¿Esta casado? —definitivamente todos los temas de conversación que sacaba esa mujer no eran del agrado de Sebastián. Bueno esa familia de por si no era de su agrado.
—No. No estoy casado. —respondió secamente. La tensión del momento se respiraba fácilmente.
—Entiendo. —solo fue lo que manifestó.
Harmony estaba aun trastocada por estar ahí, frente a él. Si al principio de la noche tenía ganas de llorar. Ahora era algo necesario. No sabía cómo había aguantado tanto. Cuando las lágrimas estaban en la puerta de sus ojos.
Él se encontraba ahí, muy tranquilo. Como si nada hubiera pasado. Además emparentado con las dos damas que habían entablado conversación con ella. Es que era el colmo de los colmos. Parecía que su vida fuera un chiste.
—Alec quiero bailar de nuevo. Por favor. —Alejandro le sonrió a su mujer y le tomó la mano. A ellos lo siguió el conde y su mujer. Ahora quedaba Sebastián, Harmony y su madre.
—Es una velada muy hermosa. ¿No le parece? —comentó como tema trivial, la duquesa de Rochester.
Sebastián solo asintió.
—Iré a buscar un poco de limonada. —dijo Harmony. Trataría de huir lo más rápido que pudiera de la mirada fría de Sebastián. Aun no entendía su molestia. Él fue el que le hizo daño, no al revés.
—Yo iré. —cantó la duquesa. —Me apetece un vaso de limonada.
¿Qué?
Su madre estaba loca.
¿Hacer de casamentera con el enemigo?
Lo que le faltaba.
Todo era una catástrofe.
—Mamá no es…—pero antes de que lograra concluir la oración. Se fue. Dejándola sola con su mayor rival.
Las ganas de llorar no aguantarían mucho.
Estaban solos.