“Tu sonrisa englobaba dos cosas a la vez;
Inocencia y picardía.
Y de las dos, no sabía
¿Cuál era la más letal?
La inocencia que me hacía darte el mundo;
O la picardía que me podía hacer ir al infierno y venir. Solo por ti”
Sebastián Rushmore
Pasado
—Nadie nos encontrará aquí. —le dijo Sebastián a Harmony.
—Mi padre me asesinará. —ella siguió caminando detrás de él. —No quedará nada de mí. Tenlo por seguro.
Se giró hacia ella, la acercó hacia él y le dio un pequeño beso tranquilizador en los labios. —No se enterará. Y si lo hace yo te defenderé mi hermosa damisela.
Ella sonrió. Porque creía en él.
Habían pasado un mes desde que se habían besado por primera vez y cada vez que podían ver lo hacían. Se encontraban en los bailes y una que otras veces que Sebastián se escabullía por su ventana, se besaban y hablaban casi hasta el amanecer y luego se iba. Y se juraban encontrarse de nuevo.
Estaba tan feliz.
También estaba segura de otra cosa.
Estaba enamorada
Él la hacía sentir feliz. No le tenía miedo a contarle sus miedos y anhelos. Con él, podía ser ella misma.
Pasaron por una especie de bosque y luego llegaron a una casa. Estaba apartado del Centro de Londres. Era pequeña discreta con un pequeño jardín adosado con flores.
— ¿Que es este lugar? —preguntó ella, deteniéndose a admirar la paz que emergía del lugar.
—Una casa de mi padre. —su mirada se entristeció un poco. —No daré más explicaciones. Por favor.
Comprendió lo que quería decir. Lo sabía. Lo vivía en carne propia todo el tiempo con su padre.
—Está bien, yo entiendo. —le dijo en comprensión.
Él se acercó a una piedra escondida y sacó de ella una llave. —Vamos. —sonrió de nuevo y ella estuvo feliz porque su rostro ya no mostraba ese halo de dolor de hace un momento.
Ella se colocó a su lado y abrió la puerta. Sebastián le tomó la mano y pasaron a la casa.
Llegaron a una especie de una sala. —Amor por favor siéntate allí. —le sugirió una butaca y lo hizo.
Él se fue un momento y luego volvió con una canasta.
La señaló. —Aquí hay de todo para pasar el día. —Comenzó a acomodar los muebles. Los rodó y los cambió de lugar. Puso una manta en el piso y se sentó allí. Le hizo un ademán con la mano para que lo acompañe.
— ¿Por qué haces esto? —inquirió Harmony sentándose a su lado.
Él le tomó la mano y la rodó y cayeron en la manta. Ella encima de su pecho. —Porque eres muy especial para mí. Y quería demostrártelo. Te amo mi Armonía. Quería que lo supieras.
Se le aguaron los ojos.
Era la primera vez que le decía esas palabras.
— ¿Me amas? —preguntó con una lágrima corriendo por su mejilla.
— ¿Cómo no amarte si eres la mujer más dulce que he conocido? Con quien espero pasar toda mi vida. Tener hijos y ser feliz. ¿No lo deseas igual que yo? —preguntó con los ojos brillantes de la emoción.