Te enseñaré a amar

Capítulo IX

“Tus labios me llamaban a gritos,

Que los besara.

Y los míos respondían con frenesí,

Que les hiciera caso”

Sebastián Rushmore

 

 

Presente

 

Ambos veían la escena atónitos. Y el muchacho devolvía esa mirada. Habían sido encontrados in fraganti.

 

El joven trató de tapar a su acompañante con su cuerpo.

 

—Por favor, no digan nada. —les suplicó el apuntado. —Estamos comprometidos pero no podíamos esperar más tiempo.

 

Sebastián sabia de que trataba aquello. Por lo que no podía culparlos. ¿Con que moral los criticaría?

 

Ninguna.

 

No le enojaba ver la escena. Conocía esa desesperación por estar con una mujer. Pero lo que de verdad lo exacerbaba, era el hecho de que su mente había traído colación, recuerdos que juró olvidar —o eso intentó —puesto que nunca lo había logrado.

 

— ¿No había otro sitio para realizar tales actividades? —preguntó Sebastián, mientras se colocaba frente a él.

 

Este respiró hondo. —Sé que no debíamos hacerlo, pero…—volvió a tomar aire y miró a su prometida. —Es que la amo demasiado y una cosa llevó a la otra. ¿No sé si me entiende?

 

¿Qué si lo entendía?

 

¿Era un chiste o qué?

 

Podía entender más de lo que quería vislumbrar. Estaba seguro de ello.

 

 

 

Harmony veía todo como si se tratase de una mala adaptación de una obra de teatro. ¿Cómo se les ocurrió a esos niños inventar esa estupidez?

 

“Es que la amo demasiado”

 

Patrañas

 

Puras y verdaderas patrañas.

 

Lo más probable es que ni se fueran a casar. Seguro el muchacho decía esas cosas para conseguir algo. Y la pobre muchacha cayó. Que lástima.

 

Reparó como Sebastián tomabas las riendas de la situación. —No diremos nada. Con la condición que no vuelvan a hacer una estupidez de tal calibre. —También notó que no respondió a la pregunta del muchacho.

 

Ahí obtuvo la respuesta que siempre buscó.

 

¿La había amado?

 

No

 

Debía tomar aire y volver a la realidad.

 

Giró hacia donde estaba la muchacha. No la había visto porque su pareja se había encargado de protegerla. Bueno se le podía tildar de caballero. No poner en riesgo el nombre de su “prometida” era de hombres.

 

“Seguro es para que no lo obliguen a casarse” —gritó su parte racional y le dio la razón.

 

Se agachó al frente de ella. No podía tener más de veinte años. Pero ahora es que le estaba viendo el rostro. Era muy bella, de cabello rubio y ojos azules. Una beldad. Tenía los ojos llorosos por haber sido encontrada en esa situación. Le daba lástima.

 

—Te ayudaré. —la joven asintió. Percibió que su cabello se le estaba saliendo de las horquillas y que si la veían así. Su reputación se perdería. —Vamos a arreglarte el cabello.

 

La ayudó a levantarse y la sentó en una butaca que encontró. Mientras dejaba a Sebastián hablando con el muchacho.



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En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

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