"Te besé;
Te amé
Y cuando abrí los ojos
No eras tú en absoluto;
Sólo era mi manera de intentar olvidarme de ti.
Aunque no pude;
Porque su piel no era igual de suave que la tuya, porque sus labios no eran igual de dulces que los tuyos.
Y porque mi cuerpo y mi alma no querían aceptar,
que tú,
no eras para mí
Y que yo,
No era para ti"
Sebastián Rushmore
Pasado
Caminaba nerviosa de lado a lado en la habitación. Esperaba ansiosa la llegada de Sebastián.
Tenía una sonrisa enorme en su cara. Iba a estar casada con el hombre que amaba. Liberada del yugo de su padre. Y seria completamente feliz.
Solo había un detalle. No tendría a su madre. Ella se quedaría recibiendo el bochorno de tener una hija como mancilla. Y aunque sonara egoísta sabía que su madre no se enojaría con ella. Que su mayor deseo en la vida, era ver a su hija, siendo feliz.
Miró el reloj que estaba en su cuarto. No faltaba mucho para la llegada de su futuro esposo.
Revisó el pequeño equipaje que llevaba. No era nada ostentoso, que llamara la atención. Además no llevaba ninguno de sus vestidos de lujos porque no los necesitaría. Estaría repudiada de la sociedad. Y ese pensamiento lejos de ponerla triste, la hacía feliz, porque esa sociedad de la que tanto se alardeaba, no le daba el más mínimo de emoción.
Volvió a mirar la hora. Pero no encontró que fuera muy tarde. Solo unos poco minutos. Seguro se había retrasado con algo, pensó.
Volvió a dar una vuelta por su habitación. Una habitación en la que no volvería a dormir. Se había despedido de su madre de una manera indirecta, le había dicho que la amaba y que agradecía tener una madre como ella. Su madre aunque no sabía el motivo por el cual su hija le decía esas cosas, rompió a llorar. Llevando consigo a que Harmony también llorará.
Se sentó y se tomó su cabello en una coleta. Se había quitado el peinado con horquillas y tenía puesto unos pantalones para montar. Era mucho mejor que salir vestida de satén y todas esas cosas.
Siguió pesando en su vida y volvió a mirar la hora. Eran pasada las doce de la noche - Hora que habían dispuesto a salir -casi las dos de la madrugada.
Se preocupó pensando en que a Sebastián le podía haber ocurrido algo. No. De solo pensarlo su corazón reaccionó preocupado. A él no le podía pasar nada. Era fuerte y sabía defenderse.
Se incorporó de la cama cuando las tres de la mañana ya estaban a la puerta del reloj. Necesitaba saber que estaba bien. ¿Qué sabía ella si lo habían agredido intento asaltarlo? Con solo imaginarlo se sentía morir.
Se fue hacia las caballerizas y ensilló un caballo. Trató de no hacer el mínimo ruido y agradeció a su mayordomo por haberla enseñado a hacer esa labor.
Comenzó a cabalgar buscándolo. No sabía por dónde empezar. Así que buscó por algunos callejones. Esa no era la mejor decisión porque esos callejones en cualquier hora del día eran muy peligrosos, pero estaba loca de la desesperación al no encontrarlo.
Siguió cabalgando hasta que notó a alguien no muy lejos de allí. Tenía el aspecto de ser joven, pero lo que más le preocupaba era que su corazón comenzó a latir desbocado.
No podía ser él. No podía
Trotó en su caballo y se acercó. Pero cuando miró. Su alma se rompió.
Era Sebastián.