Te enseñaré a amar

Capítulo XIV

“El whisky no te rompe el corazón.

El whisky no juega con tus sentimientos.

Al whisky no le importa si eres rico o pobre.

Así que he llegado a la sórdida conclusión, que lo único que merece mi amor verdadero, es el Whisky”

Sebastián Rushmore

 

Pasado

 

El dolor de cabeza que brotaba de su sien lo hizo estremecer, abrió sus ojos y maldijo la luz que entraba por la ventana. Los cerró de nuevo y los volvió a abrir tratando de acostumbrarse a la cegadora luz.

 

Se giró en la cama y notó un cuerpo a su lado. Un cuerpo voluptuoso y que no reconocía. Este tenía la cara tapada con la sábana blanca. Tomó por una esquina la tela y vio que no sabía quién era. También percibió que estaba completamente desnudo y que ella también. Eso solo significaba una cosa.

 

Se había acostado con otra mujer.

 

Se vistió rápidamente sin dejar que esta se despertara. Salió de la casa sintiendo que la cabeza le iba a explotar.

 

Dio un paso y comenzó a recordar cosas de la peor noche de su vida, cuando la había besado, de cómo había tomado a la mujer con fuerza y cuando casi se derramó en ella, había pronunciado el nombre de Harmony.

 

Se le revolvió el estómago del asco y vomitó. Se sentía asqueroso.

 

Llegó a su casa. Nadie de su familia preguntó por su ausencia. No le extrañó. Su hermano estaba en Cambridge y él no es que era hijo de una familia amorosa. Estaba más que acostumbrado.

 

Iba a subir las escaleras cuando fue abordado por una mujer. Una ayudante de cocina de rostro amable, aproximadamente cuarenta años. Esta lo miró fijamente y le preguntó:

 

— ¿Señor le pasa algo? ¿Puedo ayudarlo? —sintió algo en su pecho, muy parecido a la pena. Pues alguien había tomado la iniciativa de inquirir sobre él.

 

Así que en un impulso y olvidando toda ley de la sociedad, abrazó a la criada y lloró fuertemente. Pues sentía que su alma estaba rota, vacía y sin vida.

 

La sirvienta lo abrazó devuelta y no dijo nada hasta que vio que su patrón se había calmado. No quiso comentar nada por lo que buscó una salida salomónica a dicho problema. —Me parece que huele mucho a alcohol. Me imagino que debe tener una cruda. Estos jóvenes de ahora. —Sebastián no respondió al monologo. —Le prepararé un tónico que me enseñó mi abuela, que le quitará todo eso. Eso levanta hasta muertos. Ya se lo traigo. —esta le sonrió y Sebastián le devolvió una pequeña sonrisa. Esa criada era la persona más honesta y buena que había conocido.

 

—Gracias. —fue lo único que contestó y por primera vez desde que su corazón se rompió, sintió, que pudo respirar.



#932 en Novela romántica
#308 en Otros
#47 en Novela histórica

En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.