“Quisiera bailar contigo,
Pero no cualquier baile.
Uno que implique pocas luces, cuerpos desnudos
Y una cama revuelta atrás de nosotros”
Sebastián Rushmore
Sebastián estaba enfadado por lo que le acababan de decir. Le habían informado que Harmony no había probado bocado en todo el día, y ya era de noche y todavía no quería comer.
Se fue directo al cuarto de ella y sin importar la reprimenda que sabía que le iba a dar, abrió la puerta. La vio que iba a hablar pero se le adelantó. — ¿Me podrías explicar que estás haciendo?
Lo miró sin comprender. — ¿Qué demonios dices?
Pasó al cuarto sin invitación y se quedó justo frente a ella. —No has comido en todo el día, y apuesto que ayer tampoco lo hiciste. ¿Pretendes matarte de hambre?
Se encogió de hombros. —No soy tu asunto. Ya te lo he dicho. Sé que me case contigo, pero no soy tu esclava. Así que no me dirás que hacer. Pero una buena idea eso de matarme de hambre, no tendría que soportarte.
Alzó una ceja en modo de reto. —Te comportas como una niña pequeña. Entiende que no puedo estar cuidándote con tonterías.
—Pues no lo hagas. Nadie te lo ha pedido. —quiso zarandearla y darle una tunda. A veces se comportaba de una manera tan infantil que lo molestaba al punto de querer matarse.
Se fue hacia una esquina y jaló la campana que llamaba a algún sirviente. En seguida Annie apareció y pasó a la sala. —Annie, hazme un favor. Trae algo de comer. Eso sí que sea más o menos sustancioso. —luego de una reverencia la doncella salió y él se giró de nuevo hacia su esposa. —Tú, vas a comer. Y no me importa lo que digas. Así deba obligarte. ¿Me entendiste?
Lo fulminó con la mirada y asintió.
La doncella vino al poco rato con un lacayo y colocaron todo en una mesa que estaba en la habitación. Allí había estofado de cordero con guarnición de papas, sopa de codorniz y un pastel de chocolate —la especialidad de Lucrecia.
Le señaló la mesa. —Come. —ella no se movió del sitio y su paciencia había empezado a decaer. —Harmony. Come. —ella se quedó allí, pero si ella era obstinada, Sebastián mucho más. La tomó por el brazo y aunque intentó colocar reticencia no pudo con los brazos fuertes de su marido. —Pensaba dejarte sola para que comieras sin mi adorada presencia, pero en vista de los acontecimientos, no me moveré de aquí hasta ver que te hayas comido el último bocado.
Y luego de eso Harmony maldijo para sus adentros. Debería haberle hecho caso cuando se lo dijo. Ahora tenía que aguantar a ese ser egocéntrico e insoportable durante su comida.
Se sentó y el hizo lo mismo en la silla contraria a la mesa. Tomó una cuchara de plata y se la dio en la mano. —Come.
—Te odio. Espero que lo sepas.
—No lo he puesto en duda. —dijo con voz fría e impasible.
Ella agarró la cuchara y comenzó a tomar la sopa bajo la mirada ardiente de Sebastián. No hablaron durante la cena. Se mantenía en un silencio sepulcral.
—No quiero más. —Consiguió comer la sopa y el estofado y cuando llegó el momento del postre, lo apartó.
Sebastián estaba hartándose de sus bagatelas y empujó el plato de pastel hacia su lado. —Come, Harmony. Por favor. —dijo con voz tranquila y bonita. Él creyó que era necesario para hacerla bajar la guardia un poco.
Cuando lo vio hablarle de esa manera, casi se derrite como un charco de mantequilla en el piso. Ese ser insoportable siempre tuvo ese efecto cuando fueron pareja hace muchos años, y parecía ser que aún lo conservaba. Quitó esos pensamientos de su cabeza y se volvió hacia él.