Te enseñaré a amar

Capítulo XXIV

“Te protegeré, aunque tenga que perder: mi cuerpo, mi alma, mi espíritu. Porque una vida sin ti presente, sería como un infierno. Un infierno que me haría morir cada un día, un poco más. Pero ese destino lo recibiría con gusto, porque con cada paso que doy hacia ese final, me llevaría junto a ti”

Sebastián Rushmore.

 

 

Harmony esperó que el amigo de Sebastián se fuera. Iba a hablar con él y le daría una buena reprimenda.

 

En esos momentos se sentía dolida, usada y como la peor escoria del mundo. Sentía que su vida servía para eso, para cumplir los caprichos del idiota de Sebastián Rushmore. Era simplemente una marioneta en la vida de él, un medio para conseguir un fin.

 

No lloró, ese ser no merecía ni una lagrima suya, sí él no tenía el más mínimo de afecto hacia su persona, ella no iba a gastar sus energías, andando por allí toda dolida. No obstante no sentía solo eso. Se sentía estúpida, mejor dicho, era una estúpida, porque ella misma debió haberse echado para atrás cuando su corazón de nuevo empezó a latir desbocado por el imbécil. Ahora tenía un gran problema, antes hubiera podido escaparse, ahora estaba atada de por vida a ese ser.

 

Cuando vio que el detective salió de la sala, notó que este se le veía un poco afectado. De igual manera la saludó con una gracia y un encanto indescriptible.

 

Al ver que ya este se había retirado por completo, se fue directo al despacho de su “marido” y sin invitación, entró. — Quién demonios sea, morirá. —dijo Sebastián al escuchar que la puerta se abrió.

 

—La muerte la recibiría con gusto, si no tengo que pasar un día más a tu lado. —fue como si le pasaran un hierro ardiendo y se lo enterraran por completo en todas sus entrañas. Ella lo odiaba y necesitaba cambiar eso.

 

— ¿Qué deseas, mi adorable esposa? —respondió con sorna, le iba a seguir el juego.

 

—Ya sé porque te casaste conmigo. Sabía que todo no podía ser una obra de buena voluntad. —expresó enojada.

 

Sin comprender lo que le estaba diciendo, debatían se colocó esto frente a ella. — ¿Qué dices?

 

—Todo por el título de mi padre. —afirmó segura de sí. —Te odio. Eres la peor persona que he conocido en mi vida. —gritó lastimada.

 

No podía ser que creyera eso. Ahora que había decidido reconquistarla. —Harmony, no es lo que parece. Yo no sabía nada.

 

Se rio sin gracia. —Si ahora no es lo que parece. No sabias nada. No soy estúpida, Sebastián. He cometido tonterías, pero he aprendido de ellas.

 

—Harmony déjame explicarte…—lo interrumpió, no podía seguir escuchando la miríada de mentiras.

 

—No te creeré nada. Eres un maldito. —se acercó a él y en un arrebato de rabia comenzó a golpearlo en el pecho. —Te odio, te odio.

 

La tomó de los brazos para que no siguiera con su furor. —Harmony, no me interesa. Te diré una frase de mi autor favorito a ver si recapacitas... —suspiró enojado con todo, con la vida sobre todo, que a veces no lo ayudaba. —…“Ámame u ódiame, están ambas a mi favor. Si tú me amas, yo siempre estaré en tu corazón. Si me odias, yo siempre estaré en tu mente.

 

Recibió las palabras como un balde de agua fría.

 

Esa era una frase que le había recitado en una de sus citas de joven y que ahora lograba comprender el significado de ese verso de Shakespeare.

 

—No me interesa nada que puedas decirme, te odio. —se soltó como pudo del agarre de Sebastián y se fue a las caballerizas de la casa. Había llegado por pura suerte pues no sabía dónde quedaban.

 

Un lacayo ensilló su caballo y se montó sin saber qué rumbo tomaría. Quería ser libre por unas horas antes de volver a su desgraciada vida, con Sebastián.



#381 en Novela romántica
#134 en Otros
#27 en Novela histórica

En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.