“Quiero enseñarte a recordar como era sonreír.
Lo fácil que era hacerlo por cualquier cosa
Por cualquier gesto.
Por cualquier detalle.
Por eso te pido que me dejes recordarte, como era sonreír.
Porque tu felicidad mi pequeña armonía, es la mía”
Sebastián Rushmore
La tensión del momento había disminuido a gráneles. Era un gran avance y podían hablar sin intentar sacarse la cabeza. Pasaría algún tiempo antes de que Harmony pudiese confiar ciegamente en Sebastián, pero sabía que el entendería eso. Además estaba el hecho de que le dolía, pero ese dolor había bajado en gran cantidad. Estaba al corriente que no tardaría mucho tiempo en perdonarle. Si no lo había hecho ya.
Se levantó de su cama y esperó estar al lado de él. Porque la noche anterior recordó que se había dormido en sus brazos, no obstante él no estaba allí y sintió el vacío de su cuerpo.
¿Pero quién la entendía? Ella le había dicho que no la presionara y él estaba respetando eso. Pero es que se sentía sola, desde hace mucho estaba sola. Cargando con todos sus pecados y males. Ya que la mayoría de ellos, su madre —y única amiga— no sabía alguno de estos.
Vio que todo estaba listo para darse un baño y agradeció en silencio el gesto de Sebastián, sabía que fue el que había organizado todo.
Luego de vestirse decentemente, ya que extrañamente había escogido un vestido de color azul pálido que resaltaba su figura. No es que estuviera tratando de llamar la atención de su marido, solo que ahora ya no había motivo para estar en completo desarreglo con su cuerpo. Solo quería sentirse segura consigo misma. Puesto que ayer habían tenido una conversación de lo más dolorosa, pero la más importante de sus vidas. Se habían aclarado muchos detalles. Y había sentido el amor de Sebastián. Además tomó su anillo de bodas y el de compromiso y se los puso en sus manos, no quiso usar guantes ya que era un lugar cálido y eso le incomodaba.
Salió de su habitación y fue al comedor y su estómago se contrajo al verlo esperándola. Tenía el desayuno servido y estaba vestido de una manera casual, nada de trajes hecho a la medida, solo un pantalón negro y camisa abombada blanca que lo hacían ver menos intimidante y pareciéndose mucho más, a aquel joven del que se enamoró.
—Buen día Ma belle. —dijo cuándo se acercó a la mesa. Él quitó la silla como todo un caballero y no se sentó hasta que vio que ella tomaba asiento. —Espero que tengas hambre. Porque preparé esto para ti.
Era tan dulce y tierno que le enardecía el alma. Estaba segura de que su corazón estaba latiendo mucho más deprisa por como la estaba tratando.
—Buen día, para ti también. —contestó. —y sí, tengo mucha hambre.
Y eso bastó para que a Sebastián se le iluminaran los ojos. —Perfecto. Espero que te comas todo. Aunque si está muy malo. Puedes dejarlo, podemos ir al pueblo a buscar algo de comer.
Ella miró el jamón, los huevos revueltos, las tostadas y el café recién hecho. Era todo un detalle que un hombre como él, se acercara a las hornillas.
—Vamos a ver como quedó. —y se sirvió una cantidad más o menos considerable. Le dio una probada y se sorprendió al darse cuenta que todo estaba delicioso. —Está rico. —expresó emocionada.
La miraba tratando de descifrar si mentía, pero al parecer estaba siendo honesta. — ¿De verdad? ¿No estas tratando de hacerme sentir bien?
Negó. —No doy cumplidos en vano, está bueno. Come para que lo sepas.
Él comenzó a comer se sorprendió que no estaba tan mal como pensaba. —Agradeceré de por vida a Lucrecia. —comentó.