Te espero en el atardecer

CAPITULO 25 -CAROLINA

Estábamos en un bar pequeño y cálido, de esos con luces tenues y olor a madera vieja,
tomando una cerveza con Abel y Laura mientras hacíamos planes para la fiesta de
Nochevieja. Era una de esas tardes tranquilas que se sentían casi fuera del tiempo, con las
risas flotando entre las conversaciones y la música de fondo llenando los huecos del
silencio.
Simón se había esfumado desde hacía un par de horas. “Tengo que hacer unas cosas”,
había dicho con una sonrisa sospechosa antes de desaparecer sin dar más explicaciones.
Ni siquiera yo, que solía sacarle todo, había conseguido sonsacarle nada. Era todo un
misterio, y eso solo alimentaba mi curiosidad.
Mientras tanto, Abel y yo no podíamos resistirnos a picar a Laura con el temita de moda:
Iván.
—¿Y entonces qué? —pregunté con tono inocente, mirando a mi amiga por encima de mi
cerveza—. ¿Ya has decidido si vais a entrar juntos en el nuevo año... o vas a seguir
haciéndote la dura?
Laura nos miró como si nos fuera a lanzar la servilleta a la cara.
—Sois como dos viejas cotillas —gruñó mientras bebía un trago—. No hay nada con Iván.
Fin.
—Sí, claro —dijo Abel, alzando una ceja y apoyándose con descaro en la mesa—. Igual que
no había nada cuando “casualmente” se ofreció a acompañarte a casa el otro día.

Laura puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar que se le escapara una sonrisa
traicionera.
—Estaba siendo amable.
—Sí, claro —repetí—. Amable. Con lengua, ¿no?
Nos echamos a reír como críos y Laura acabó dándonos un manotazo a cada uno, aunque
su risa también acabó mezclada con la nuestra. En el fondo, sabía que no se libraría tan
fácilmente.
–¿Con Abel no te metes? –me pinchó Laura, alzando una ceja desafiante mientras se
cruzaba de brazos con fingida indignación–. Hace mucho que no sale con nadie, ¿eh? Pero
a él ni lo rozas...
Solté una carcajada y miré a Abel con complicidad.
–Porque Abel no niega lo evidente –respondí encogiéndome de hombros–. No va de
misterioso ni se pone roja cada vez que alguien menciona a cierto individuo.
–¡Yo no me pongo roja! –protestó Laura con los ojos muy abiertos, justo antes de llevarse la
cerveza a la boca para disimular el color que efectivamente le subía por las mejillas.
Abel aprovechó el momento para lanzar su puñalada con una sonrisa ladeada.
–Yo no lo niego –dijo tranquilamente, mirando su vaso como si fuera lo más interesante del
mundo–. Pero tú, en cambio, sí niegas lo que sientes, Laurita...
Laura se quedó en silencio un segundo, apretando los labios mientras decidía si lanzarnos
el vaso o aceptar su derrota. Al final solo suspiró y se apoyó contra el respaldo de la silla,
como si de pronto la conversación la agotara.
–Sois lo peor –masculló, pero ya no había malicia en su voz, solo un deje de resignación
divertida.
Abel y yo brindamos en silencio, como si hubiéramos ganado una batalla invisible. Y ella,
aunque fingía estar harta, no podía esconder la media sonrisa que se le escapaba.
–Pero sí, ahora que lo dices, Abel... –empecé con tono travieso, dándole un codazo
disimulado– ¿Año nuevo, ligue nuevo?
Él soltó una risa seca y negó con la cabeza mientras se echaba hacia atrás en la silla.
–No tengo ningún interés –respondió con sinceridad–. Tengo a las chicas del pueblo muy
vistas, y las de fuera no se acercan ni por error. Y además, ¿para qué? Si al final todos los
rollos duran lo mismo que un chicle en la boca.
Laura y yo nos miramos de reojo. Ella arqueó una ceja y yo no pude evitar sonreír.
–Qué romántico te has vuelto... –ironizó Laura mientras le quitaba un puñado de patatas del
cuenco sin permiso.

–No es romanticismo, es resignación –dijo Abel encogiéndose de hombros–. Estoy en mi
era zen. Amor por mí mismo, paz mental y cerveza bien fría.
–Y cero compromiso –añadí yo con una risa.
–Exacto –dijo, alzando la botella como brindis improvisado–. A no ser que alguna me saque
de mis casillas de la mejor manera posible... pero eso ya es otro asunto.
–¡Sabes lo peor? –dije con una sonrisa maliciosa mientras daba un trago a mi cerveza– Que
el día que te enamores vas a ser igual que un cachorrillo. Todo mimoso, todo pegajoso...
vas a ser insoportable.
Abel alzó una ceja, divertido pero fingiendo estar ofendido.
–¿Yo? ¿Un cachorrillo? Por favor... soy un lobo solitario.
–¿Quién será la afortunada? –se unió Laura al juego con una sonrisa traviesa– ¿Rubias o
morenas? ¿Altas, bajitas? ¿Con gafas, sin gafas?
–¿Que si le gusta el queso? –añadí riendo, contagiada por el tono burlón.
Abel rio también, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
–Sois insoportables las dos –dijo, aunque en su voz no había un gramo de molestia–. Pero
si algún día me enamoro de verdad... espero que sea de alguien que no tenga vuestra mala
leche.
–Ay, ojalá –dijo Laura con una emoción burlona pero con un brillo travieso en los ojos.
–Otra amiga para el grupo –añadí yo, alzando mi vaso como si brindara por ello.
–Pero eso sí –intervino Laura, apoyando el codo sobre la mesa y señalando a Abel con el
dedo– la tenemos que aprobar nosotras, ¿eh? Y si no nos cae bien... veto inmediato.
–Totalmente –me uní, divertida–. Y si nos gusta, entonces sí, le contaremos todas tus
situaciones vergonzosas. Desde que usabas pañales hasta la vez que te caíste del
columpio por querer impresionar a Claudia.
–¡Eh! ¡Eso fue un error de cálculo! –se defendió Abel entre risas, llevándose las manos a la
cabeza.
–Un error de cálculo de diez años –soltó Laura, carcajeándose.
–Me vais a dejar sin vida social antes de tenerla –bromeó él, aunque en el fondo parecía
encantado de estar rodeado de tanta complicidad.
–Oye Abel –dijo Laura de repente, con una ceja alzada y una sonrisa traviesa–, ¿te has
dado cuenta de que Caro hoy se está librando de todas las pullitas?




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