Te espero en el atardecer

CAPÍTULO 27 -CAROLINA

Simón seguía comportándose de una manera extrañamente enigmática. Cada vez que
intentaba preguntarle qué le pasaba o qué estaba ocurriendo, esquivaba mis preguntas con
evasivas o simplemente cambiaba de tema. Se negaba rotundamente a contarme nada, y
por más que yo intentara comprenderlo, comenzaba a frustrarme. Confiaba en él con los
ojos cerrados, siempre lo había hecho, pero no podía evitar sentirme herida y confundida.
No entendía por qué guardaba tantos secretos, ni por qué, de un tiempo a esta parte,
desaparecía durante horas sin dar explicación alguna. Esas ausencias repentinas y
prolongadas me hacían sentir insegura, como si algo se estuviera rompiendo entre nosotros
sin que yo pudiera evitarlo.
Mientras tanto, mi situación tampoco mejoraba. Seguía buscando trabajo con toda la
dedicación posible, pero los resultados eran nulos. Las entrevistas no llegaban, y los pocos
currículums que enviaba parecían perderse en el vacío. Era desalentador. Menos mal que
contaba con un grupo de amigos que realmente valían su peso en oro. Sabían cuándo
levantarme el ánimo, cuándo sacarme de casa y no dejarme sola dándole vueltas a todo en
mi cabeza. Si no fuera por ellos, probablemente habría caído en un bucle de pensamientos
negativos del que me costaría salir.
Hoy, por suerte, Laura y yo habíamos reservado una cita para hacernos las uñas. Puede
parecer algo superficial, pero en realidad era mucho más que eso. Era un pequeño acto de
autocuidado, una excusa perfecta para desconectar del estrés, hablar de todo y de nada, y

simplemente dedicarnos un momento a nosotras mismas. Lo necesitaba más de lo que
quería admitir.
La chica que me estaba haciendo las uñas ya estaba terminando cuando se abrió la puerta
del salón y entró la siguiente clienta. Al principio no le presté demasiada atención; estaba
concentrada en elegir el color para la próxima vez y en disfrutar ese pequeño respiro. Pero
algo en su voz, apenas segundos después de entrar, me heló la sangre.
—Vaya, vaya... ¡Mira a quién tenemos aquí! —soltó con un tono cargado de veneno—. Si
no es mi adorable sustituta.
Levanté la vista y ahí estaba: Natalia. Tardé un segundo en reconocerla, pero ella, en
cambio, me identificó en cuanto cruzó el umbral. Su mirada estaba clavada en mí con esa
mezcla de desprecio y satisfacción que sólo alguien que viene con intenciones de herir
puede mostrar.
Laura, que estaba a mi lado y lo había presenciado todo, me miró sorprendida, sin saber
muy bien cómo reaccionar. Le había hablado de Natalia antes, claro, pero nunca la había
visto en persona. Ahora que le ponía cara, su expresión decía todo lo que no hacía falta
decir en voz alta.
Yo, por mi parte, me debatía internamente. No quería problemas, no quería caer en
provocaciones. Dudé por un instante si contestarle o simplemente ignorarla y mantener la
calma. Pero Natalia no parecía tener intención de dejarlo ahí.
—Mírala... —continuó, con una sonrisa torcida— poniéndose guapa para seguir bien
enganchada a mi ex. Qué patético.
Sentí cómo me hervía la sangre, pero traté de respirar hondo. No iba a caer tan fácil.
—Triste —le respondí por fin, mirándola a los ojos— es haber dejado ir a alguien tan
increíble como Simón.
Natalia soltó una carcajada estridente, exagerada, completamente falsa. Sonó más como
una burla que como risa real.
—¿Dejarlo ir? —repitió, saboreando cada palabra— Eso no es exactamente lo que decía
anoche en mi cama.
Me quedé helada. Por un lado, sabía perfectamente que me estaba provocando. Sus
palabras estaban diseñadas para hacerme daño, para sembrar dudas. Pero por otro lado...
no podía ignorar el hecho de que justo la noche anterior, Simón había desaparecido durante
horas sin decir una sola palabra. No había excusas, no hubo mensajes, ni siquiera una
llamada. Me tensé de inmediato, intentando no mostrar nada en mi rostro, pero por dentro la
inseguridad se abría paso como una grieta.
—Muy tierno lo del tatuaje del renacuajo —añadió, al ver que no respondía— pero ese
pobre diablo nunca ha sido precisamente un genio.

Su crueldad era tan innecesaria como evidente. Lo que más dolía no era lo que decía, sino
la semilla de duda que dejaba en el aire. Y aunque intentaba mantenerme firme, no podía
evitar que una parte de mí se preguntara si había algo de verdad detrás de su ataque. ¿Y si
Simón no era tan sincero como yo quería creer? ¿Y si todo este tiempo había estado
jugando conmigo? ¿Y si...?
Laura no tardó ni un segundo en ponerse de pie para defenderme, tan leal y valiente como
siempre. Su reacción fue tan rápida que casi no me dio tiempo a procesar lo que estaba
pasando.
—Pues de Simón no sé, pero tú lista, lo que se dice lista, no pareces mucho —espetó, con
una sonrisa desafiante y la mirada clavada en Natalia.
Natalia se giró hacia ella, frunciendo el ceño con desdén.
—¿Y tú quién eres? —soltó con desprecio, como si cada palabra le costara esfuerzo.
—Tu peor pesadilla —replicó Laura sin titubear—. Como no dejes en paz a mi amiga, te juro
que te vas a arrepentir, zorra.
Por primera vez desde que había entrado en el salón, Natalia se quedó sin palabras. Su
actitud desafiante vaciló durante un instante, y con un resoplido molesto se dio la vuelta y se
dejó caer en una de las sillas de la sala de espera. No volvió a dirigirnos la palabra ni la
mirada. Fingió que no existíamos, como si ignorarnos pudiera deshacer el momento de
vulnerabilidad que acababa de mostrar.
Yo, en cambio, me sentía sobrepasada. No sólo por la tensión del encuentro, sino porque,
atrapada en mis propios pensamientos, ni siquiera había tenido fuerzas para decir nada. Me
sentía paralizada, como si mis emociones me hubieran anclado al sitio. La intervención de
Laura fue como un escudo salvador, y no sabía cómo agradecerle que estuviera ahí, tan
firme, tan segura, cuando yo no podía defenderme a mí misma.
Cuando por fin salimos del salón, el aire de la calle me supo a libertad. Laura me rodeó con
un abrazo cálido, fuerte, protector. Como una mamá osa resguardando a su cría después
de haber enfrentado al peligro.
—Tenemos que buscar otro sitio para hacernos las uñas —dijo con un tono de indignación
cómica—. Paso de compartir espacio con esa cucaracha de alcantarilla.
Solté una risa apagada, mezcla de nervios y alivio. Pero en el fondo, el comentario de
Natalia seguía resonando dentro de mí como una herida abierta.
—¿Tú crees que tiene razón? —pregunté finalmente, bajando la voz. La inseguridad se me
escapó sin permiso, como un susurro que ni siquiera sabía que estaba conteniendo.
Laura me miró con esa mezcla perfecta de ternura y firmeza.
—Ni por un segundo —dijo sin dudar—. Si Simón ha hecho algo malo, el problema es suyo,
no tuyo. Pero no dejes que una víbora te haga dudar de ti. Tú vales más que cualquier
historia torcida que ella quiera contar.




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