“La realidad, a veces, suele ser tan irreal para nosotros que no la aceptamos como tal. Los sueños terminan siendo un lugar que deseamos estar y permanecer más tiempo que lo que pasamos despierto. No importa donde estemos y que signifique lo que vivimos en tal realidad alterna. Cada noche buscamos estar ahí. Pasar nuestro momento a solas con nosotros mismos.
Hoy soñé con un bar. El que está en la Avenida Rivadavia sobre la esquina Balcarce. Lo llaman el coleccionista y es uno de los más prestigiosos del barrio. No sé por qué me dirigí allí, pero es una de las cosas que uno no puede controlar cuando está en ese estado de inconciencia. Obedeces las órdenes de tu inconsciente hasta llegar a destino.
Adentro había muy poca gente. Algo poco común. El lugar donde elegí sentarme daba justo de frente con una chica sentada en la mesa siguiente. Movía su cabeza al ritmo de la música que sonaba en sus auriculares mientras pintaba sus uñas y esperaba su pedido. Yo al ver que había té ingles me deleito del gusto y lo ordeno.
Luego de un rato le llega su pedido y es un gran panqueque de helado con frutas. Nombrarlo suena poco pero si vieran que ocupa un plato entero se sorprenderían. Se veía bastante delicioso. Al irse el mozo, ella levanta su cabeza observándome, supongo para ver la reacción de los demás.
―Eso es para dos personas, ¿no? ―le digo insinuando para que me comporta.
―¿Qué? ―responde sacándose los auriculares.
―Que estoy dispuesto si quieres compartirlo.
―Yo podre sola ―responde confiada. Los dos sonreímos.
―Mi nombre es Ignacio ―le digo con una sonrisa nerviosa.
―Un gusto. ―Sonríe. Se coloca los auriculares, y comienza a comer su gran panqueque despacio.
Me quede con mucha vergüenza al recibir el rechazo de saber su nombre. Pero no importaba. Era solo un sueño. Y es cuando lo recuerdas el momento en que despiertas.
Sé que de algún lado la conozco. Y si no, sería la primera vez que sueño con una desconocida.”
“Soñar con personas que no conoces es un reflejo de ausencia paternal. De no poder recurrir a ellos para expresarme”.
Son las palabras de una página donde usualmente recurría para el cifrado de mis sueños. Y lo sentía bastante acertado. No encontraba a nadie con quien poder expresarme y descargarme. Era algo que solía trabajar solo. Pero si no se lo soltaba a alguien tarde o temprano volvía. Ataba mis dolencias a un bumerán.
Miles de veces intenté hablarle a mi mamá sobre mis problemas, aquellos que tiene cualquier adolescente, pero los tapaba y los recriminaba diciendo que eran puras estupideces no comparables a lo que le pasaba a ella. Todo terminaba ahí donde comienza su vida. No me excuso, estaba sola, a cargo de todo. Pero… ¿por qué no puedo yo también tener problemas? ¿Por qué siempre termina silenciándome?
Las llamadas constantes de Celeste que no atendía y los mensajes que no pretendía leer, eran un fastidio que me cegaba de enojo.
No éramos nada, me decía mi lado razonable pero aún la amo como para dejarla ir. Mi costado posesivo no lo aceptaba. Necesitaba espacio de ella. Un espacio que nunca nos dimos. Porque a pesar de separarnos como pareja, siempre tuvimos una relación cercana, por lo menos de parte ella hacia mí. Ya que yo nunca acepté la amistad.
Tomé el celular y no pude evitar leer un mensaje que decía:
Por favor responde. Aún te quiero. Eres mi único amigo. No rompamos lazos. Esto iba a pasar.
Me quedé con las ganas de responder. Solo lo puse en silencio para no escuchar a nadie pidiéndome explicaciones.
Si dice aún quererme. ¿Por qué sigue hablándome? ¿No se da cuenta que la única persona que quiero en mi vida es ella? Y viene a decirme mientras bailamos que está con otro.
Aquella tarde, me quedé tendido en la cama con desgano. La desilusión y la frustración me ataban de pies y manos logrando inmovilizarme. Se adentraban dentro mío para dejarme adormecido.
La casa se mantenía en absoluto silencio. Solo escuchaba el sonido del reloj sintiendo como los segundos avanzaban. Lentamente mis párpados daban paso a un nuevo sueño que comienza.
“La banca de una plaza. Allí me encontraba sentado. Más precisamente de un parque. Rivadavia. Así se llama. Es una de las más concurridas del barrio y no me quedo corto si digo de la ciudad.
Me encontraba cerca de la calesita, que está casi pegada a un camino de puestos donde venden libros y CD´s usados.
Mientras observaba a los chicos divirtiéndose intentando agarrar la sortija, mi vista se desvía a una chica que estaba del lado de afuera de la calesita apoyada en el alambrado. Traía un tapado de color blanco que le llegaba hasta las rodillas, donde dejaba ver sus medias negras. Su pelo largo que le tapaba la cara se lo acomodaba a cada rato dejando ver su risa cada vez que la nena, que creo yo esta con ella, no logra agarrar la sortija y la alentaba con un “dale tú puedes”.
No la iba a reconocer nunca si no fuese por un momento que giro su mirada hacia donde estaba yo, quien sabe por qué, quizá buscando algo o capaz ya me había visto antes. Sonreímos ambos. Solo que ella continúo haciendo lo suyo. Me quedé pasmado por un rato sin saber si ir o no. Pero al final me levanté y me puse a su lado.
―¿Tú eres la chica panqueque? ―le digo bromeando.
―¿Debo asustarme? ―responde.
―¿Por qué lo dices? ―digo extrañado mirándola.
―Porque ya son muchas coincidencias que apareces vos, donde estoy yo. ―Me mira seria―. Si me estas siguiendo, solo vete. ―No entendía su reacción y me asusta a mí.