Te Lo Prometo

2. Una Cita

D O S

Una Cita

 

Si nunca había sufrido acoso escolar, ese lunes me tocó conocerlo. Toda la secundaria había visto el video de mi caída por todas las redes sociales. Si pasaba por los pasillos, me lanzaban miradas furtivas y reían en mi cara, si entraba al baño de señoritas, las chicas me hacían preguntas acusatorias. La gente no entendía que los accidentes pasan, y que a cualquiera le suceden. Además, había sido suficiente con el regaño de mis padres, y ellos si fueron estrictos conmigo. No necesito el sermón de mis profesores y las burlas de desconocidos.

Al carajo las opiniones ajenas.

Ignoré lo que pude a la multitud estudiantil y seguí mi camino directo a clases, tenía clases que aprobar, no explicaciones que dar.

Bendito sea el de arriba, solo me quedaban dos semanas de clases y exámenes. Después, vacaciones por dos bellos meses. Inhalé profundo, ya olía la libertad.

No, no llamé a Damon. Por si se lo están preguntando.

Le tuve miedo al éxito.

También a que me mirara como desesperada, aunque él fue el que empezó.

¿Y si el número era falso?

¿Una broma de mal gusto?

Preferí ahorrarme más vergüenza.

El día transcurrió lento. Apenas lo recuerdo.

Mi chófer me había notificado que iba a tardar en recogerme porque tenía que hacer unos recados de mi madre. Así que me senté a esperar en la entrada del colegio, conecté mi auriculares a mi iPod y solo me concentré en existir. No me tomó mucho trabajo.

Lo que de verdad marcó el día, sucedió esa misma tarde, tres sujetos en motocicleta se estacionaron frente a mí. Vestían chaquetas de cuero y sus rostros estaban protegidos por sus cascos. Me sentí curiosa pero intimidada, observé a mi alrededor esperando a que alguien más apareciera. Tal vez venían a recoger a alguien pero no apareció. Solo estábamos ellos tres y yo.

Al ver que nadie hacía nada, me concentré en buscar una canción en mi iPod que me subiera de ánimo, Coldplay en soledad no es buena idea. Así que cuando levanté mi rostro, mi boca se abrió sorprendida y mis ojos se abrieron más de lo normal.

Alto ahí. ¿Qué está pasando?

Esos tres chicos se habían quitado sus cascos, sus rostros eran visibles y uno de ellos era él, era Damon McKay, el beisbolista. Sonreía victorioso, y sus amigos de la misma forma.

— ¡Al fin! — gritó su acompañante rubio, que si no le recordaba mal, su nombre era Mark.

Damon bajó de la moto y se dirigió hacia mí, sus amigos se mantuvieron alejados. Yo estaba petrificada. ¿Qué demonios hacía él en mi escuela? ¿Cómo sabía cómo encontrarme? ¿Por qué estaba pasando esto?

— ¡Carajo! — logré articular observando cómo se movía, caminaba con seguridad, espalda recta y con precisión. Todo un galán de telenovelas.

Se acercó más a mí, y cubrió por completo mi vista al pararse frente a mí. A Julian le hubiera entrado un ataque de pánico, pero yo me quedé mirándolo, tratando de descifrar sus siguientes pasos.

— ¿Qué haces aquí? — pregunté asustada.

— ¿Sorprendida? — preguntó metiendo sus manos en sus bolsillos mientras sus labios se apretaban en una sonrisa y un hoyuelo se marcaba.

Lo que faltaba… un hoyuelo ardiente.

— ¿Qué haces aquí? — repetí la pregunta.

— Vine a saludar. — contestó modestamente.

Solo sentí que mis cejas se unieron como una sola al verlo y escucharlo. Algo no andaba bien.

— ¿Y a quién buscas? — pregunté de una forma muy discreta.

— A ti.

— ¿A mí? Curioso, no me conoces, ni yo a ti.

— Es triste que solo yo me haya tomado la tarea de buscarnos en Google — lamentó él — ¿Cómo estás?

— ¿Cómo me encontraste? — pregunté alisándome la falda del uniforme escolar y tratando de analizarlo completamente.

Damon era atractivo, pero sin duda se quedaba en tercer lugar si se encontraba a la par de sus otros dos amigos. Era alto, sus ojos eran coquetos, su sonrisa seductora calaba pero Mark, y el otro amigo que los acompañaba, sin duda, eran hijos de los dioses griegos. Mark era hijo de Zeus, el otro chico tal vez de Apolo, pero Damon… es difícil hacerle justicia. Aún así, Damon me dejaba sin aliento. Los tres tenían su belleza particular, muy hechizante.

— Tu nombre apareció en varios programas de ESPN este fin de semana, fue fácil localizarte, en verdad. Ya te dije, te busqué en Google.

— Ya en serio ¿Por qué estás aquí? — pregunté con una pizca de rabia. Su interés empezaba a cansarme.

— Porque si seguía esperando tu llamada me iba a dar un ataque de ansiedad. Así que decidí modificar el destino a mi favor.

— ¿Destino? — pregunté sin entender.

— El de conocernos, Hope.

Adiós a mi juicio. Saqué mi celular de la mochila rápidamente y se lo mostré.

— Si no te largas ahora mismo llamaré a la policía. Eres un acosador y no me importa un carajo quien seas. Tus amigos irán a la sopa también.

— No, no lo hagas, por favor. Soy un deportista profesional, la prensa me comerá vivo. Solo escúchame...

— ¡Entonces largo!— exigí.

— Sólo quiero conocerte.

— ¿Sabes que soy menor de edad?

— No voy a hacerte nada indebido. No son mis intenciones.

— Ajá, díselo a un juez.

— Vamos, no hagas drama. Quiero conocerte.

— Pues yo no quiero hacerlo. Me das miedo, solo eres un desconocido para mi, uno peligroso que averigua donde estudio. Y quién sabe qué otras cosas más.

Él levantó sus manos en protesta.

— Oye, no fue mi idea asustarte. Solo quería localizarte. Me gustas.

No lo procesaba.

— ¡No he hecho nada para gustarte! — le grité.

— Eres bonita.

— Me importa un carajo lo que digas.

— Entiendo, solo quiero pedirte una cosa y me iré.

— ¿Por qué pides cosas si sabes cual es mi posición en estos momentos? Sea lo que pidas es un no. No, no y no.




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