Te Mira Desde Adentro

Violet

Hay noches que parecen temerle al amanecer. No por la luz, sino por lo que podría revelar.
Desde que desperté esta mañana —si es que a esto se le puede llamar “mañana”— he sentido como si mi cuerpo llegara antes que mi mente. Como si alguien más me hubiera puesto los pies sobre el suelo, me hubiera forzado a sonreír y después… se hubiera quedado en el espejo, observando, esperando su turno.
Axel duerme. Hace un ruido suave con la nariz cuando sueña profundo. Me gusta ese sonido. Me hace pensar que, por más jodido que esté el mundo allá afuera, aquí todavía existe algo parecido a la paz.
Me acerqué a él hace unos minutos. Solo para mirarlo. Su cabello despeinado, sus pestañas moviéndose levemente como si estuviera atrapado en un sueño lleno de imágenes rápidas. Le besé la frente. Ni se movió. Siempre se pone rígido cuando despierta conmigo encima, pero dormido parece un niño abandonado en una casa en ruinas.
A veces creo que estoy enamorada de su silencio. Y eso me asusta más que cualquier reflejo.
No recuerdo bien cómo empezó todo. No el caos mundial, sino... el olvido. Ayer olvidé el nombre de nuestra planta. La maldita planta que riego todas las mañanas. La que rescatamos de la basura hace un año. Axel la llamó "Margot" porque decía que tenía cara de vieja malvada. Hoy la vi marchita y lo único que pensé fue: ¿esa siempre ha estado ahí?
Lo ignoré.
Después olvidé mi propio número de teléfono. Me quedé mirándolo en la pantalla como si estuviera en un idioma que no hablo. Reí. Axel dijo que últimamente tengo la risa nerviosa de una actriz mala. Me tiré en su regazo y le mordí el cuello, él chilló como si lo hubieran apuñalado.
–“¡Violet! ¿Qué carajos te pasa?”
–“Nada, mi amor. Solo te estoy entrenando por si los zombis llegan.”
Él resopló, pero no me quitó las manos de encima.
Mentí. Sí me pasa algo. Algo se siente... corrida, como una pintura arrastrada por lluvia sucia. Como si alguien hubiera apretado “pause” en mi cabeza y me estuviera manipulando desde fuera. Pero no voy a decir nada. No aún.
No quiero preocuparlo.
Esa noche pasó algo raro. Bueno, más raro que lo normal.
Estábamos cenando arroz con algo que Axel jura que era pollo, pero sabía a calcetín mojado. Él hizo una de sus bromas absurdas sobre el fin del mundo y yo fingí reír tan fuerte que derramé el agua.
–“Estás tan mal de la cabeza que me asusta cuánto me gustas,” le dije.
–“Y tú estás tan jodidamente hermosa que no sé si eres real,” respondió, serio.
Yo iba a bromear de nuevo, pero se me quedó viendo como si estuviera grabándome con los ojos. En ese momento, lo juro, sentí que todo mi cuerpo se detenía… como una marioneta cuando se rompe el hilo.
–“¿Estás bien?” me preguntó.
Mentí otra vez. Le dije que solo estaba cansada.
Pero en realidad estaba pensando en un recuerdo que no pedí.
Tenía diez años.
Mi madre estaba frente al espejo. Siempre decía que el espejo era su confidente, el único que no mentía. Ese día le susurraba cosas. Yo la oía hablarle, reírle, incluso gritarle… pero cuando entré a su cuarto, ella solo estaba parada ahí. Mirándose. Fija. Congelada.
Esa fue la última vez que la vi con vida. El espejo estaba roto. Su cara estaba llena de heridas. Y en la pared, con lápiz labial, alguien —quizá ella— escribió: “El reflejo quiere salir.”
Nadie me creyó. Dijeron que estaba en shock. Que me lo imaginé.
Desde entonces, evito mirarme fijamente mucho rato. A veces siento que si lo hago… voy a encontrar algo que no quiero ver.
A las 3:44 a. m., sonó el teléfono.
Tres veces.
Me levanté sin pensar. El mundo estaba envuelto en esa calma sorda que se siente antes de un terremoto. Contesté.
Al principio, solo silencio. Luego, como si alguien estuviera raspando con las uñas una tabla mojada, se oyó un susurro.
No palabras. Solo un sonido como una garganta seca y rota intentando formar mi nombre.
Colgué.
Me quedé frente al teléfono por varios segundos más. Axel dormía profundamente. Pensé en despertarlo. No lo hice.
En cambio, fui al baño.
Y entonces lo vi.
Mi reflejo… ya me estaba mirando. No se movía como yo. No me seguía. Me esperaba.
Sentí un impulso irracional de hablarle. De decirle que no tenía miedo, que no creía en esas cosas, que no soy mi madre. Pero me temblaban las manos.
Así que hice lo más racional: rompí el espejo con una taza.
No dije nada cuando volví a la cama. Me acurruqué detrás de Axel y le abracé la cintura.
–“Tienes los pies helados,” murmuró, medio dormido.
–“Y tú la lengua caliente, duerme.”
Al día siguiente, tuvimos ese momento.
El tipo de momento que hace que todo parezca soportable por unos minutos. Axel me besó con la desesperación de alguien que está a punto de perder un tren. Me hizo el amor como si el mundo no estuviera colapsando. Yo también lo hice como si no hubiera más noches.
Todo fue lento, cuidado, como si nuestros cuerpos quisieran memorizarse por última vez. Nos reímos. Nos provocamos. Me senté encima de él y le dije que se callara y solo sintiera.
Él obedeció.
Tenia miedo de que pudiera pasar lo mismo de la otra vez pero no me resistí y cuando llegamos al climax... Nada al parecer se habia ido solo me tire sobre el por quej despues de todo este tiempo era yo la que estaba en mi mente y solo yo...
Hoy me desperté sola en la cama. Me dolía todo el cuerpo. Había un sabor metálico en mi lengua. Pero la cena estaba servida. Axel se había ido por suministros.
Me duché. Me vestí. Tapé mis heridas con maquillaje. Cuando él regresó, fingí que todo estaba bien.
Y cuando me regañó, le respondí con sarcasmo. Le dije que era su culpa por estar tan bueno. Que si no me hiciera venir tan fuerte, tal vez no perdería el control.
Él no rió al principio. Pero después me abrazó.
–“No me gusta cuando haces bromas así,” murmuró.
–“Entonces no te enamores de una mujer rota.”
Silencio. Luego él me besó la frente.
Y por un momento, creí que podía volver a ser yo.
Pero esta noche, al apagar las luces, escuché el espejo del baño quebrarse por sí solo.
Y en su reflejo, aunque no me había movido aún, ya me estaba yendo.




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