Te Mira Desde Adentro

El Reflejo del Mundo en Llamas

Despierto con el eco de un grito que ya no existe. Mis oídos aún zumban, pero la habitación está en silencio. Hay algo en el aire: un olor tenue a sudor seco, sangre y miedo. A mi lado, Violet duerme con los puños cerrados y una expresión que parece más una máscara que un rostro humano. La luz de la mañana, si es que se le puede seguir llamando así, apenas logra filtrarse entre las cortinas mugrientas. Un halo mortecino dibuja figuras deformes en las paredes. La casa cruje. El mundo parece contenido en este cuarto.
Intento no pensar en anoche. En su grito. En sus ojos. En la forma en que se dobló sobre sí misma como si su cuerpo estuviera intentando expulsarla desde dentro. En lo que vi asomar por su cuenca izquierda por un instante. Me obligo a no pensar. Porque si lo hago, se rompe todo. Ella me necesita cuerdo. Firme. Aunque por dentro esté tan roto como el cielo que ya no tiene estrellas.
Me levanto con cuidado. Cada paso por el suelo de madera suena como un disparo. Ella se remueve, masculla algo entre dientes. Parece una palabra. O un nombre. No el mío. Me detengo. No quiero saber.
Enciendo la radio. Sólo estática. El televisor muestra una pantalla azul con franjas intermitentes. Pero entonces, como un último parpadeo de un mundo que se resiste a morir, aparece el logo de la O.F.S. El locutor habla con un tono fúnebre, casi derrotado. Me acerco. Subo el volumen. Violet no se mueve.
—"El brote conocido como Síndrome de Zerkalo ha sido oficialmente declarado una amenaza de grado catastrófico. Las naciones del Pacto Europeo y de la Federación de América del Norte han comenzado los procesos de aislamiento de sus centros urbanos. Moscú ha sido bombardeada esta madrugada a las 4:32 AM tras la desaparición de sus líneas de comunicación y el reporte de comportamiento inhumano entre la población civil y militar."
El aire se vuelve plomo. Sigo escuchando.
—"Se cree que la exposición a ciertos patrones visuales análogos puede inducir la replicación de una estructura neuroparasitaria apodada 'La Flor Nerviosa'. La O.F.S. ha autorizado pruebas clínicas en Lyon, donde un grupo reducido de pacientes ha mostrado mejoría al ser tratados con un inhibidor experimental conocido como K-39. Las dosis son extremadamente limitadas y el transporte está restringido. No se ha confirmado su efectividad, pero podría representar una posible vía de contención."
Mi corazón se agarra a esa palabra como si fuera un salvavidas: posible. No seguro. Pero posible. Lyon. No está tan lejos. Y aún más importante: tiene nombre, tiene forma. K-39. Algo contra la nada.
Siento una sombra detrás de mí. Me giro. Violet está allí, abrazándose los brazos, con la mirada perdida. Tiene los labios partidos. Un hilo de sangre le baja desde la nariz.
—Axel...—susurra con voz hueca—. Siento que algo me observa incluso cuando cierro los ojos.
Me acerco a ella. La abrazo. Su cuerpo tiembla como si estuviera hecho de ramas secas. Pero en su voz aún hay algo de ella. Algo que no ha sido devorado.
—Vamos a salir de esto—le digo, como quien le miente a un niño para que no vea el fuego que ya ha llegado a la puerta.
—Mientes horrible —responde ella con una sonrisa rota—, pero eres lindo cuando lo haces.
—Soy encantador bajo presión.
—Eres idiota.
—Esa también es mi mejor cualidad.
Y por un segundo, entre las grietas, se cuela la risa. Un instante diminuto de lo que solíamos ser.
La ciudad es un fantasma que respira. Bajo la nevada sucia y silente, Clermont parece un esqueleto de lo que fue. Las tiendas están saqueadas. Los autos abandonados en las calles. En una esquina veo un peluche empapado de sangre colgado de una farola. A lo lejos, una ambulancia volcada humea como si estuviera exhalando su último suspiro.
Paso frente a un supermercado derruido, entro con cautela y recojo lo poco que queda: latas, vendas, agua estancada. En el fondo del almacén encuentro una navaja oxidada. No sirve de mucho, pero la tomo. Necesito sentir que puedo defendernos.
Al salir, lo veo. Un niño, solo frente a una vidriera rota. No tendrá más de ocho años. Canta algo sin sentido mientras sostiene una cuerda ensangrentada. Cuando me acerco, me doy cuenta que está amarrada a la muñeca amputada de un adulto. Sus ojos están completamente negros. Al verme, se detiene. Sonríe. Luego se golpea la cabeza contra el vidrio, una, dos, tres veces, hasta que el cráneo cruje y cae como un saco. No emite un solo grito. Sólo canta.
Vomito. Me tambaleo. Me doy cuenta que estoy llorando.
Algo dentro de mí se agrieta.
De regreso en casa, Violet está sentada frente al espejo. El mismo que cubrí con una manta hace días. La ha quitado.
—No deberías ver eso—le digo.
—No puedo evitarlo. A veces siento que ella sabe cosas que yo no.
—¿Ella?
—La que está en el espejo. Se parece a mí, pero no soy yo.
Me acerco. La aparto. Vuelvo a cubrir el espejo.
—No la escuches.
—Demasiado tarde —dice sin mirarme.
Esa noche, Violet se descompensa. Su cuerpo comienza a temblar sin razón. Al principio sólo son espasmos breves, pero pronto se intensifican. La sostengo contra mí, trato de mantenerla en el presente, pero sus ojos giran, su boca se llena de espuma, y de pronto grita con un tono que no es humano. Sus uñas se clavan en su propio cuello, se arranca mechones de cabello. La sangre corre como un torrente.
—¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE, MALDITA SEA!—vocifera, aunque nadie le habla más que ella misma.
Logro inyectarle un sedante que aún nos quedaba. Tarda. Pero finalmente se calma. Cae como una piedra húmeda sobre la cama. Su respiración es agitada, irregular. Su cuerpo cubierto de heridas.
No puedo seguir así.
Y entonces recuerdo: Lyon. K-39. El informe.
Enciendo de nuevo el televisor. El boletín sigue repitiéndose en bucle. La información sobre Lyon, el número de contacto, la ubicación. Todo está ahí. Todo parece brillar con una esperanza artificial, pero necesaria.
Decido no perder tiempo. Preparo una mochila: comida, vendas, el cuchillo, mapas viejos, una linterna, una radio de baterías. No hay mucho más. Reviso cada rincón de la casa buscando algo útil. Encuentro una foto de nosotros, en el parque, meses antes de todo esto. La guardo también. Por si acaso.
Cuando vuelvo a la habitación, Violet me espera sentada, con los ojos abiertos, como si supiera lo que viene.
—¿Vamos a Lyon?—pregunta sin emoción.
—Sí. Mañana. Al amanecer.
—Entonces será mejor que duermas algo.
—Y tú también.
Ella niega. Luego sonríe apenas.
—No quiero cerrar los ojos. Tengo miedo de que, cuando despierte, no seas tú quien me mire.
—Entonces no dormiré tampoco.
Nos sentamos juntos en silencio. Afuera, el mundo se cae a pedazos. Pero por primera vez en días, sentimos que tal vez, solo tal vez, podríamos tener un propósito más allá de sobrevivir. Algo que parezca un destino. Una dirección.
K-39.
Y mientras el mundo arde, nosotros preparamos nuestras cenizas para cruzar el fuego.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.