Te Mira Desde Adentro

Caminantes sin Sombra

El aire era cada vez más denso. No por la temperatura —la nieve aún cubría las aceras—, sino por algo más sutil, más profundo. Como si el mismo oxígeno estuviera contaminado de miedo, de esa clase de miedo que no grita, sino que susurra desde el interior del cráneo. Las noticias sobre el bombardeo en Moscú habían dejado a Violet en un silencio permanente. Ya no hacía sarcasmos. Ya no pedía abrazos a medianoche. En su lugar, miraba por la ventana con ojos como cuencas de mármol, reflejando sólo vacío.
Axel sabía que algo dentro de ella se estaba descomponiendo. No sólo su cuerpo, también su alma. Su andar era más lento. Su respiración, irregular. En una ocasión, la encontró rascándose compulsivamente la parte interna del brazo hasta sangrar, murmurando: "No está dentro... no todavía..."
Y sin embargo, se aferraban a esa luz. Lyon. K-39. Un inhibidor experimental que, aunque incierto, se había transformado en su única salvación. Preparaban el viaje como quien prepara un funeral: con manos temblorosas y sin esperanza real, pero con ritual.
Habían empacado víveres, ropa, una pistola descargada —más por fe que por utilidad— y medicamentos que sólo calmaban síntomas, nunca causas. La ciudad ya no era un lugar donde vivir. Clermont se había convertido en un retablo de horrores. La noche anterior, la televisión había vuelto de forma intermitente, mostrando fragmentos de un comunicado internacional de la O.F.S. Axel lo recordaba palabra por palabra:
"El reciente bombardeo en Moscú fue confirmado como un intento de contención. El S.D.Z. ha alcanzado niveles pandémicos. Sin embargo, pruebas clínicas sugieren que el inhibidor K-39 ha mostrado respuestas alentadoras en algunos pacientes. Aunque no cura, ralentiza la degeneración neuronal y puede retrasar los efectos más graves del síndrome. Actualmente, se encuentra disponible sólo en el hospital Croix-Rousse de Lyon. La zona ha sido cercada. El acceso será limitado, pero no imposible. Una caravana de asistencia humanitaria parte cada tres días desde Clermont. Aún hay espacio para quienes conserven la esperanza."
Eso fue todo lo que Axel necesitó. Una mínima esperanza. Un propósito. Incluso comenzó a notar que no eran los únicos que resistían. Por las noches, desde la ventana, veían luces tenues en edificios lejanos. Gente que aún luchaba por no perder la cabeza. Gente que, como ellos, quizá planeaba unirse a la caravana.
En su huida hacia Lyon, decidieron pasar por la antigua estación de trenes para buscar combustible, mapas o incluso vehículos abandonados.
Allí fue donde lo encontraron.
El interior de la estación olía a moho, metal oxidado y algo más: un perfume dulzón que recordaba a fruta podrida y saliva seca. Violet no entró. Se quedó afuera, jadeando y sujetándose el vientre como si sintiera que algo se le movía dentro. Axel cruzó solo el vestíbulo agrietado.
Lo vio de pie. Frente a una pared desconchada. Proyectando con una linterna un patrón de luz contra los azulejos. Murmuraba algo entre dientes. Un nombre. "K-39... K-39... K-39... la danza sigue, sigue, sigue..."
No llevaba una máscara convencional. Había amarrado con clavos rotos fragmentos de espejo sobre su boca, pero sus ojos estaban al descubierto, inyectados, como quemados desde adentro.
—¿Quién eres? —preguntó Axel, tembloroso.
La figura se volvió, lentamente, como si girar el cuello fuera un acto doloroso.
—Nosotros... ya no somos "quién"... Somos el eco que dejaron los demás... ¿Tú los oyes, cierto? Caminan detrás de ti.
Axel levantó el arma. El otro no se inmutó. Se acercó un paso, apenas, como si flotara sobre el suelo.
—¿K-39 está en Lyon? ¿Funciona? ¿¡Responde! —rugió Axel.
La Marioneta ladeó la cabeza, y su sonrisa fue una mueca de carne rajada.
—Baila... baila, Lyon aún baila. Pero ya no por curarte. Baila para ver quién queda en pie.
Entonces se detuvo. Miró a Axel con intensidad psicótica y murmuró entre carcajadas roncas:
—¿Quieres saber por qué sucede esto?... Es algo que desde el principio está... pero no está... algo que hizo que todos quedaran helados...
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA— rió de forma violenta, macabra y desesperada mientras Axel retrocedía.
De pronto extendió el brazo. En su mano tenía algo. Un ojo. Un globo ocular sostenido por el nervio óptico, aún fresco, palpitante.
—¿Quieres verlo? Ella también quiere... la que te acompaña... ¿Sabes lo que lleva dentro?
Axel disparó. El sonido rebotó en las paredes como una carcajada. El proyectil atravesó la clavícula de la Marioneta, que no gritó, no cayó. Simplemente se inclinó hacia atrás hasta que su cuello crujió como ramas secas. Cayó. Murmurando aún: "Danzan... danzan... danzan..."
Aferrado a su arma inútil, Axel corrió fuera de la estación.
Violet lo esperaba sentada en la nieve. Tenía sangre en las comisuras de los labios. Y reía. Una risa hueca. Artificial.
—¿Lo mataste? ¿O sólo lo hiciste bailar?
Él no respondió. La alzó en brazos. Tenía fiebre.
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Esa noche acamparon en una casa derrumbada a medio camino de la autopista. Violet deliraba. Hablaba con alguien que no estaba. A veces con su reflejo. A veces con su madre muerta.
—Él cree que puede salvarme. Qué adorable... —susurraba—. Como un perro trayendo una cuerda mientras el mundo arde.
Axel le cambiaba las vendas con manos torpes. El sangrado ocular volvía cada noche. Las venas de sus sienes parecían tallos retorcidos. La flor nerviosa estaba germinando. Pero él no podía verlo. No quería. Se repetía: "K-39. Lyon. Ella vivirá."
Y entonces, mientras ella dormía, encendió la radio. El comunicado de la O.F.S volvió. Esta vez más claro, más firme. Confirmando que el inhibidor estaba en Lyon, que se debía cruzar el país para llegar a Croix-Rousse. El acceso sería difícil. El riesgo, altísimo. Pero había una posibilidad. Incluso hablaron de una caravana de sobrevivientes organizada por voluntarios de la Cruz Gris, que partiría en menos de 48 horas. Era la única vía.
Al día siguiente comenzaron a preparar todo. Axel revisó mapas, rutas, y buscó combustible entre coches abandonados. Violet, aunque débil, ayudó. Entre los dos organizaron una pequeña caravana con un viejo auto familiar, reforzaron las ventanas con tablones clavados y cargaron todo lo esencial. Vieron pasar a otras personas. Tres familias más. Un anciano con una bicicleta. Una joven con un bebé en la espalda. No estaban solos. Y por primera vez, eso reconfortó.
—¿Estás lista? —le preguntó Axel antes de cerrar la puerta del coche.
Ella lo miró, sus ojos rodeados de venas negras.
—Nunca lo estaré, pero vamos.
El motor rugió. El cielo era gris ceniza. Las demás caravanas también se ponían en marcha.
Y así, entre escombros, nieve y cuerpos olvidados, comenzó su viaje hacia la última promesa de salvación.
Creyendo. Aunque el mundo ya no les creía.




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