Hoy es mi última cita de control, no quise saber el sexo del bebé. Como siempre le pedí a Tania que le informara a Mario, por si quería estar presente, pero la verdad ya no añoro que venga, he aprendido a no esperar nada de él, para no decepcionarme más, duele, duele mucho vivir toda esta hermosa etapa sola; pero bueno hay cosas que no se pueden cambiar.
Como siempre la nana, me acompaña a mis citas de control, dice que aunque yo sea médico, el apoyo moral nunca está de más. A decir verdad se siente lindo, la nana se comporta como una mamá y Walter, como un papá, así que mi frijolito será un bebé muy bendecido.
—Doctora Marshall puede pasar—Dice la secretaria de mi ginecóloga.
Me levanto acompañada de mi nana, pero antes de avanzar hacia el consultorio, mira hacia el pasillo con la esperanza de verlo llegar, pero toda ilusión muere al darme cuenta que no vino.
Entro al consultorio, con el corazón roto y las lágrimas a punto de fluir, una vez más, como cada mes que he venido a cita y Mario, nunca llega.
Por Tania, me he enterado que sale con alguien, era de esperarse es un hombre guapo e inteligente, no iba a permanecer solo toda la vida, al menos pudo superarme, bueno a mi no, más bien a Sam.
La doctora amablemente nos saluda a la nana y a mi, mientras pide que me cambie, para examinarme con el ultrasonido.
—Tu fecha probable de parto es en una semana Hanna, pero debes estar consciente que se puede adelantar.
—Lo tengo claro doctora—Respondo.
—Bien, veamos como está frijolito—Dice la doctora en tono jocoso, mirando a la nana.
Justo cuando está a punto de introducir el aparato en mi vagina, alguien toca la puerta, por lo que mi doctora, suelta el aparato y se encamina a la puerta abrir.
La voz que escucho en el umbral de la puerta, hace que mi corazón se salte un latido y que mi bebé, empiece a dar fuertes pataditas, la veo regresar al consultorio y justo detrás de ella, veo llegar a Mario.
—Hola Hanna—Dice el hermoso hombre que acaba de llegar.
De un momento a otro siento un líquido caliente correr entre mis piernas, mientras mi doctora dice:
—Acabas de romper fuente Hanna.
Ay no, Dios mío. Esto no puede estar pasándome a mí.