Todavía recuerdo la primera vez que lo vi, mamá me llevaba de la mano mientras paseabamos a Charly, un husky siberiano que en aquel entonces solo era un cachorrito de 6 meses de nacido. Sus papás habían comprado una de las casas más hermosas en nuestra vecindad y en ese momento se encontraban desempacando.
Mis sandalias rosas de puntitos resonaban en la acera y mi andar se vió interrumpido por un balón de futbol que cruzaba la calle. Al levantar la mirada lo que encontré me dejo deslumbrada.
Un pequeño que tendría más o menos mi edad corría por la calle detrás de su pelota. Con tan solo 8 años identifiqué unos ojos verdes esmeralda que me observaban con curiosidad, sin ser consciente de lo mucho que amaría esa mirada.
—¿Me pasas mi balón? —murmuró tímido y con un golpecito de mi pie, éste regresó a su dueño.
—Soy Nicole —dije sonriendo.
Después de unos segundos de espera su respuesta fue a apenas audible. —Yo soy Adam —y emprendió su marcha hacia el otro lado de la calle.
Desde ese momento Adam y yo fuimos inseparables, jugábamos fútbol en el jardín trasero de su casa, escondía mis muñecas para fastidiarme y luego simulábamos ser una familia. En el verano pasábamos horas en la piscina de mi casa y al comenzar el curso íbamos tomados de la mano al salón de clases.
Todo cambió cuando cumplí mis catorce años. Mamá decidió que ya era lo suficiente mayor para celebrar una pequeña fiesta. Aquel 15 de agosto la casa estaba repleta de adolescentes, disfrutando de buena música, refrescos y una tarde en la piscina.
Adam se acercó a mí luego de haber cortado el pastel y envolvió un pequeño papel en mi mano, donde encontré tan solo una frase: —"Casa del árbol."
Como la niña ilusionada que era lo seguí sin pensarlo. La casa del árbol era para nosotros un refugio, ubicado en el jardín trasero de su casa. Su papá la había construído para nosotros unos 5 años atrás, etapa en la cual Adam tenía una afición con la astronomía, después de haber leído un libro que le regalé por su cumpleaños.
Subí con dificultad debido al vestido que estaba usando pero grande fue mi satisfacción al verle sentado en el suelo sobre unos cojines color lila. Me aproxime en silencio pues no quería decir nada que borrara de su rostro esa dulce sonrisa donde mostraba un oyuelo en la mejilla derecha.
—Hola —pronuncié despacio.
—Quería felicitarte.
—Ya lo has hecho en la mañana, pero igual, gracias —le recordé divertida.
—Te tengo un regalo.
—¿En serio? —pregunté muy entusiasmada, amaba las sorpresas.
—Así es —dijo y me mostró una pequeña cajita.
No pude evitar llevar mis manos a la boca. Era preciosa, dentro reposaba una magnífica cadena de oro blanco con una estrella, la cual tenía un grabado en la parte trasera "Adni."
—¿Adni? —cuestioné al no comprender el significado oculto en la palabra.
—Adam y Nicole. Adni.
—¡Dios, Adam! ¡Es hermoso, gracias! —murmuré dando la espalda para que éste me la colocara.
—¡Te ves...! —susurró y yo no pude ocultar mi sonrojo.
En el momento menos esperado sus labios eran una presión firme pero dulce sobre los míos. Ahí, en la casa del árbol, me acababan de dar mi primer beso.