Siento un dolor punzante en la cabeza y el ruido del celular sólo logra incomodarme aún más. Despertar de ésta forma luego de una noche de fiesta es muy desagradable y ponerme en pie supone todo un reto para mi. La luz de la pantalla del aparato ilumina toda la habitación achicándome los ojos. Cuando consigo tenerlo en mis manos, éste deja de sonar. Tengo tres llamadas perdidas y ocho mensajes, todos de Mariana, muy preocupada por mi estado. Me perdieron de vista a la media noche y no saben con quién regresé a casa. La verdad es que ni yo lo recuerdo. Supongo que sería con Jake, por lo que respondo con un simple —Estoy bien —y apago el móvil.
Decido tomar una ducha pero grande es mi sorpresa al ver mi reflejo. Una chica que me devuelve la mirada desde el espejo, con un cabello rubio enmarañado, lleva el maquillaje esparcido por el rostro y grandes ojeras debajo de unos ojos avellana, opacados por un intenso color rojo, producto de las pocas horas dormidas.
Despojo mi cuerpo del vestido que anoche me parecía muy sexy, pero en este momento su olor a cigarrillo me produce náuseas. El agua caliente me ayuda a relajar los musculos tensos por llevar tacones tantas horas.
Después de lavar mi cabello voy hacia la ventana de mi habitación para mover las cortinas y proporcionar unos dulces rayos de Sol a los cactus que reposan sobre el marco, uno de ellos ya ha florecido, acto propio de estos en el verano.
El reloj en la mesa junto a mi cama indica que es la 1:23 de la tarde así que decido preparar algo para almorzar. Suerte la mía que mis padres no se encuentren en casa, si no me llevaría un buen regaño. Ambos trabajan en un hospital: mamá es enfermera y papá cirujano y según escuché ayer, tendrían una cirugía muy importante hoy.
Es un día precioso, por lo que me parece adecuado comer el sándwich de jamón que he preparado en el jardín trasero, junto a la piscina. Una vez instalada en el columpio, bajo la sombra de un árbol, me dispongo a devorar mi plato cuando escucho ruidos en la casa de al lado. Nuestros vecinos son una pareja de avanzada edad, la señora Dolores usualmente me saluda en las mañanas cuando riega las plantas de su jardín pero a estas horas nunca están fuera de la casa, su marido, el señor Thomas se encuentra muy enfermo, por lo que sé no le queda mucho tiempo y es ella quien se encarga de su cuidado. Sólo tengo una opción, la casa de Adam —no es posible —desde la mudanza nadie ha puesto un pie en ella. Con decisión abandono mi hogar para verificar de donde provienen los ruidos.
Al estar frente a la casa de quien un día fue mi mejor amigo, mi rostro pierde todo color y el aire abandona mi cuerpo. Dos hombres cargan cajas y todo tipo de muebles mientras que una señora de aproximadamente cuarenta años les indica donde dejarlos.
—¿Desea algo señorita? —pregunta uno de los hombres recorriendo mi cuerpo con la mirada. Es cuando me doy cuenta de que aún traigo puesto mi pijama.
—¿Quería...quería saber si alguien compró la vivienda? — pronuncio muy nerviosa.
—Lamento decirle señorita que no puedo proporcionarle esa información, no estoy autorizada —responde esta vez la mujer con una falsa sonrisa.
—Vale, gracias —digo reuniendo todas mis fuerzas y dando media vuelta para regresar a mi habitación, dónde seguro pasaré las próximas horas.
La decepción me abarca, no paro de pensar en como fui tan tonta de creer que había regresado. Trato de resistirme, no quiero llorar pero es tan fuerte el dolor que oprime mi pecho que lágrimas silenciosas se deslizan por mi rostro, mientras mi mente traicionera rebusca en ese baúl que me esfuerzo tanto por ocultar en lo más profundo de mis pensamientos.
Las primeras semanas después de su partida hablábamos a diario, me contaba todo lo que hacía, incluso lo que desayunaba y a mi me parecía muy gracioso. Luego empezó el colegio y extrañaba mucho a todos los compañeros del salón. Recuerdo que pasé días sin recibir señales de él, cuando me llamaba nuestras conversaciones eran muy breves, después solo nos comunicabamos por mensajes, siempre decía que los deberes de la escuela lo mantenían muy ocupado. Así, pasaron meses hasta que llegamos a un punto en el que solo tenía noticias suyas cuando me felicitaba por mi cumpleaños o Navidad.
El año pasado esperé con ansias sus felicitaciones, me armé de valor y le llamé, pero pasaron las horas y Adam nunca contestó.