Hoy era mi primer día de regreso en la escuela. Hacía tanto que no convivía con gente de mi edad que se me había olvidado lo que era socializar. Los últimos diez meses había estado encerrada en casa, sin asomarme siquiera al umbral de la puerta. En noviembre perdí a mis padres. Desde entonces, la única vez que salí fue para su velorio. Espantoso, ¿no lo creen? Pero ya no quería seguir así. Tenía que retomar la rutina escolar, volver a rodearme de gente, intentar disfrutar como antes. Mi tía Jenna siempre decía que no podía dejar que la tristeza me consumiera. Y aunque me costaba creerlo, quería intentarlo.
Abrí las cortinas de par en par, dejando que la luz del sol inundara mi habitación. Agarré la mochila que había preparado la noche anterior para no olvidarme nada y respiré profundo. Mi corazón latía con fuerza. Era como si fuera la primera vez que me enfrentaba al mundo. Salí de mi cuarto y bajé a la cocina, donde Jenna estaba preparando el desayuno.
—¡Buenos días!—Dijo ella, animada, mientras ponía unas tostadas en un plato.
—Hoy va a ser un buen día—Intenté sonar positiva, aunque por dentro seguía nerviosa.
—¡Eso es lo que quiero escuchar!—Respondía Jenna con una sonrisa que podría iluminar el mundo entero.
Mi tía tenía 24 años, era la hermana menor de mi mamá y, desde la tragedia, nuestra tutora legal. Aunque no era mucho mayor que yo, siempre encontraba la manera de mantenernos a flote, y le estaré eternamente agradecida por eso.
—¿Por qué estás tan animada hoy? —le pregunté mientras me servía un poco de café.
—Voy a buscar trabajo. Tengo un par de entrevistas, y tengo un buen presentimiento.—Dijo, mostrando su mejor sonrisa.
—Te va a ir bien, Jenna. Confiá en vos misma.—Le di un pequeño apretón en la mano.
—Gracias, mi amor. Y vos también tené confianza. Hoy va a ser un gran día para vos, Sofi. Lo siento en el aire.
Sonreí, pero pronto esa sonrisa se desvaneció.
—Tengo miedo, Jenna. Es como si...—Mi voz tembló—. Como si todo el tiempo me sintiera observada, en peligro. Miro a la calle y solo puedo pensar en ese día...
Jenna me miró con ternura y colocó una mano en mi mejilla.
—Sofi, sé que fue espantoso, pero no podés quedarte estancada. Tenés que volver a vivir. Poco a poco. Y además, no estás sola durante el proceso.
Después de desayunar, salimos juntas de la casa. El aire fresco me golpeó el rostro y sentí un nudo en el estómago. Miré alrededor, intentando mantener la calma.
—¿Y Nacho? —Pregunté, notando la ausencia de mi hermano.
Jenna se encogió de hombros, pero nuestras dudas se disiparon cuando vimos a un chico desconocido acercándose a nosotras. Tenía el cabello negro desordenado, ojos grises que brillaban con el reflejo del sol y una sonrisa tan encantadora que podría hacer que cualquiera olvidara sus problemas, al menos por un momento.
—Hola.—Dijo con voz amistosa, deteniéndose frente a nosotras.
—Hola.—Respondimos Jenna y yo al unísono.
El chico extendió su mano hacia mí, pero en lugar de un simple apretón, tomó la mía y besó el dorso de mi mano.
—Soy Romeo Vannucci, un placer conocerlas.
Sentí mis mejillas arder. Miré a Jenna, quien intentaba disimular su entusiasmo. Ella siempre había sido una romántica empedernida.
—Yo soy Sofía.—Respondí torpemente—. Y ella es mi tía Jenna.
Romeo hizo una pequeña reverencia que casi me hizo reír. "Le hace honor a su nombre," pensé. Seguro Jenna diría lo mismo más tarde.
La puerta de la casa se abrió de repente, llamando nuestra atención. Era Nacho, mi hermano menor, con su actitud habitual de pocos amigos.
—Nacho, ¿a dónde vas?—Le pregunté, deteniéndolo por el brazo.
—¿Qué te importa?—Respondió con su tono brusco. Se puso los auriculares y empezó a caminar.
—Nacho, tenés que ir a la escuela. Es el primer día.—Intervino Jenna con paciencia.
—No molesten.—Respondió sin mirarnos, alejándose.
Jenna y yo suspiramos al unísono.
—Hermano, ¿no?—Comentó Romeo con una sonrisa divertida.
—Hermano menor. Difícil y rebelde. ¿Algo más para agregar?—Dije a mi tía con un toque de sarcasmo, pero sin ocultar mi agotamiento.
—Te entiendo. Por lo de hermano difícil, digo. Aunque en mi caso, es el mayor y hace mucho que no lo veo.
Jenna nos interrumpió, dándonos un beso rápido en la mejilla antes de irse.
—A la tarde hablamos con Nacho. Ahora tengo que volar. ¡Suerte en la escuela! —Dijo, dejándonos solos.
Miré a Romeo y sonreí. Le pregunté a qué escuela se había anotado, o si no estaba inscripto todavía, y resulta que entró en la misma a la que iba yo, y ya estaba de camino. A pesar de los nervios y todo lo que había pasado, su presencia me resultaba cómoda.
—No puedo creer tanta casualidad.—Dije sorprendida.
—Sí, me acabo de mudar, pero me anoté por Internet hace más de un mes, y... supongo que voy a necesitar una guía, ¿no?—Bromeó,
—Bueno, entonces, vení conmigo, vamos en mi auto.—Le hice un ademán para que me siguiera sin darle oportunidad a que respondiera.