Ryan
Entré mis valijas al cuarto y me detuve un momento a observar el lugar y el olor a encierro me golpeó con fuerza, como si todo este tiempo el cuarto hubiese contenido la respiración. Dejé caer las maletas a un lado y fui directo a abrir las ventanas y las cortinas, dejando que la luz inundara el espacio. El aire fresco no tardó en colarse, arrastrando consigo una sensación de renovación que, sin embargo, no lograba alcanzar mi interior.
Había mandado mi equipaje en taxi, así que acababa de llegar. Mientras revisaba las maletas, escuché un golpe suave en el umbral de la puerta. Levanté la vista y ahí estaba mi hermano menor, apoyado casualmente como si hubiese estado esperando este momento.
—Linda tu nueva amiga, es... preciosa.—Comenté sin mirarlo, mientras abría una de las maletas y comenzaba a sacar algunas cosas. Sabía que mi tono le provocaría una reacción, y no me equivoqué.
—No la molestes.—Respondió con un suspiro, avanzando un par de pasos hacia el cuarto—. Quiero hacer amigos, y no me gustaría que la espantes, no a ella.
Me detuve por un momento, arrugando el ceño mientras lo miraba con incredulidad.
—¿Ya te enamoraste, hermanito? ¿Cuánto llevás conociéndola? ¿Cinco minutos?—Pregunté con una sonrisa burlona mientras volvía a enfocarme en mi maleta.
Él rodó los ojos, visiblemente molesto.
—No seas odioso, y sí, me gusta. ¿Está mal?—Su voz era desafiante, aunque también había un toque de vulnerabilidad que me hizo levantar la cabeza.
En el escritorio había una botella de whisky que seguramente dejó mi mamá, como una especie de bienvenida de ella y mi hermano, hace mucho no los veía. Me serví un poco en el vaso que estaba junto a ella y le di un buen sorbo, disfrutando de la quemadura que dejaba en mi garganta.
—El amor es lo que está mal.—Respondí con simpleza, vaciando el vaso antes de volver a llenarlo.
Mi hermano frunció los labios, claramente frustrado. Caminó hacia mi escritorio y sacó algo de una de las maletas: un porta retrato. Me lo mostró, como si fuera una prueba irrefutable de algo que yo quería ignorar.
—Vos estás mal.—Dijo con un tono severo, mostrándome la foto que había estado evitando mirar desde que llegué—. Está mal que sigas con esto. Tenés que superarlo, es lo que Lydia hubiese querido.
Mi expresión se endureció al instante. Le arrebaté la foto de las manos y la coloqué en el escritorio con cuidado, pero también con una firmeza que dejaba clara mi posición.
—Lo voy a superar cuando a mí se me dé la gana. No quieras hacer que me olvide de ella. Precisamente no vos.—Repliqué con un tono amargo mientras me servía un poco más de whisky.
Él me miró con una mezcla de preocupación y exasperación.
—Ryan, no seas así. No te comportes como un imbécil.
Rodé los ojos y lo señalé con el vaso.
—No me vuelvas a llamar imbécil o te meto este vaso por el trasero.—Advertí, aunque no había verdadero enojo en mi voz.
Él rodó los ojos también, imitando mi gesto, y se cruzó de brazos.
—Ry, ¿cuándo fue la última vez que saliste con una chica?
—Salgo con chicas, pero nada importante, nada de amor.—Respondí sin dudar, encogiéndome de hombros como si no tuviera importancia.
Se acercó un poco más y me palmeó la espalda antes de apretarme los hombros, un gesto que era tanto un intento de consuelo como una manera de mostrar que no se daría por vencido.
—¿Te parece linda?—Preguntó, cambiando de tema de manera repentina. Señaló hacia la ventana, y mi curiosidad me obligó a girar la cabeza.
Ahí estaba ella. El sol iluminaba su pelo de una manera que lo hacía parecer más claro, y sus movimientos, aunque casuales, parecían tener una gracia innata que me resultaba difícil ignorar.
Es hermosa.
—Es linda.—Admití finalmente, con un tono neutral que trataba de disimular lo obvio—. Y ahora salí de mi cuarto que quiero darme una ducha.
Él me lanzó una última mirada cargada de intención antes de darse la vuelta y salir, dejándome a solas con mis pensamientos y la imagen de esa chica que, de alguna manera, había logrado quedarse en mi mente.
Una vez que Romeo estuvo fuera de mi cuarto, cerré la puerta para después volver mi vista a ella. Se estaba cambiando. No me malinterpreten. Ella estaba de espaldas, así que no vi nada de más, pero aun así una sonrisa se escapó de mis labios. Era muy hermosa. Se parecía a Lydia en eso.
Sus ojos marrones, su pelo, sus labios... incluso son igual de agresivas. Y lo sé porque en ocasiones me he ligado un buen puñetazo derecho de mi novia. Nada que no haya merecido.
Dejé de verla y volví a la foto en mi escritorio. Esa foto nos la habíamos sacado en su cumpleaños, ella los cumplía un mes antes que yo, y tenía dos años más que mi hermano. Es más, nos conocimos en la escuela, ella estaba en el último año y yo daba clases de educación física. Eso hizo que mantengamos nuestra relación en secreto ya que no se permiten relaciones románticas entre alumno y profesor. Por más que solo sean dos años de diferencia. Ella tenía diecisiete y yo diecinueve, nuestra relación duró un par de meses.