Apenas sonó el timbre, salté del sofá, ajustando un poco mi remera blanca mientras caminaba hacia la puerta. Al abrirla, ahí estaba Rom, mi cita de esta noche. Su sonrisa, amplia y despreocupada, me hizo sonreír automáticamente.
—Hola.—Saludó, metiendo las manos en los bolsillos de su jean oscuro.
—Hola.—Respondí, haciéndome a un lado para invitarlo a pasar.
Él entró, observando a su alrededor con la curiosidad típica de alguien que no había estado antes en mi casa. Mi corazón latía un poco más rápido de lo normal, aunque intentaba aparentar tranquilidad. Yo llevaba una remera blanca ajustada metida en mi short de jean azul, medias cancán negras que se perdían en las zapatillas del mismo color, y mi pelo recogido en un rodete que definitivamente no había planeado tan desordenado, pero funcionaba.
—¿Qué hacemos? —Preguntó, un tanto nervioso.
—Lo que podemos hacer es ir al cuarto, mirar una peli, y eso.—Respondí, yo también estaba nerviosa, nunca antes había hecho esto.
Lo guié hasta mi habitación, sintiendo su mirada sobre mí, mientras él me esperaba sentado en la cama, corrí hacia la cocina para preparar unas cosas. Eché papas fritas, nachos y Doritos en varios bowls de minúsculo tamaño, intentando no hacer demasiado ruido para que no pareciera que estaba nerviosa. Cuando terminé, tomé las bebidas y volví al cuarto.
Rom seguía sentado al borde de mi cama, mirando distraídamente las fotos que tenía pegadas en la pared. Me senté en el suelo y lo invité a hacer lo mismo y dejé las cosas sobre el la alfombra.
—¿Mini picnic?—Preguntó con una ceja levantada, señalando las papitas.
—Por supuesto. No podíamos simplemente ver una película, ¿no?
Él sonrió, esa sonrisa fácil que siempre parecía tener. Tomé la computadora que estaba en mi cama y comencé a buscar algo en Netflix.
—Tu habitación da justo a la de mi hermano, ¿lo sabías?—Comentó de repente, y su tono tenía un matiz entre casual y curioso.
Mis dedos se congelaron sobre el teclado. Giré lentamente la cabeza hacia él, frunciendo los labios en una mueca que pretendía inocencia.
—No me había dado cuenta, es más, ni miré para aquel lado.—Mentí descaradamente, aunque mi corazón por algún motivo desconocido empezó a alborotarse en mi pecho.
¿Por qué mentí? Estúpida. No tenía ningún motivo para hacerlo. Pero ahí estaba, soltando una mentira innecesaria que seguro él no se creyó.
Rom me miró fijamente por un segundo antes de sonreír.
—No te pongas nerviosa.—Dijo con calma, echándose hacia atrás y apoyándose en sus manos—. Sé que mi hermano te parece un idiota. A mí también me lo parece a veces, pero... es mejor de lo que deja ver a las personas.
Parpadeé, sorprendida por sus palabras. Era la segunda vez en el día que intentaba convencerme de que su hermano no era tan imbécil como aparentaba.
—No quiero hablar de él.—Dije rápidamente, antes de que pudiera añadir algo más. Intenté sonreír, pero no estaba segura de si mi gesto lucía convincente.
Rom me devolvió la sonrisa, algo más sincera que la mía, y dejó el tema. Sus ojos regresaron a la pantalla de la computadora.
—Está bien. Entonces... ¿qué vamos a ver?—Preguntó, cambiando el rumbo de la conversación.
Me relajé un poco y pasé los dedos por la parte táctil de la computadora, mientras desplazaba la flechita por las opciones.
—Te dejo elegir.—Dijo, mientras se tiraba para atrás y apoyaba las palmas de sus manos en el suelo para sostenerse, como si no tuviera una preocupación en el mundo.
Lo miré de reojo, valorando su tranquilidad, y después elegí «A todos los chicos de los que me enamoré». Era ligera, divertida y, según sabía, estaba dentro de su estilo. Nunca pensé que conocería a un chico que les gustaran las películas de romance.
—Buena elección.—Comentó con una sonrisa diminuta mientras se acomodaba listo para devorar una papita.
Puse Play a la película, y aunque ya estaba enfocada en mirar la pantalla, en el fondo, una parte de mí seguía pensando en sus palabras sobre su hermano. Algo en la manera en que lo había dicho se quedó dando vueltas en mi cabeza, como una verdad a medias que intentaba ignorar.
Pero no, no estaba dispuesta a dejar que Ryan se meta en mis pensamientos y arruine esta noche.
A mitad de la película, ya habíamos devorado las papas fritas, los nachos y los Doritos. La sala estaba llena de risas y un ambiente cómodo, pero ahora, por supuesto, nos había dado un antojo de helado. Rom me miró con esa sonrisa de complicidad.
—Tenés ganas de un rico helado, ¿no?—Me dijo, como si lo hubiera leído en mi mente.
—Obvio.—Respondí sin pensarlo dos veces. Así que saqué mi teléfono y pedí un delivery.
Unos minutos después, el timbre sonó y me levanté para ir a recibir al chico del helado. Sabía que era él, así que rápidamente fui a buscar algo de plata. Me dirigí hacia las escaleras descalza, con la sensación de que mis pies tocaban el suelo frío, pero me daba igual.
Al abrir la puerta, el chico del helado me sonrió, y yo le devolví la sonrisa mientras pagaba. Cuando iba a cerrar la puerta, algo me hizo detenerme. Miré hacia afuera y vi a un hombre en la vereda, su silueta se había vuelto tan familiar como el aire que respiro. Era Ryan. En sus manos, una nube de humo flotaba del cigarrillo que tenía entre los dedos. Me quedé quieta por un momento, con una expresión que claramente decía "¿En serio?".
¿No se supone que tiene que cuidar sus pulmones si va a entrenar a un grupo de adolescentes? Donde la primera regla es cuidar su estado físico para que no tengan ningún problema de salud.
Sin pensarlo mucho, le lancé el comentario.
—Parecés una chimenea con patas.—Le dije en tono irónico desde la puerta, sin poder evitarlo. El humo que exhaló de sus labios hizo que la comparación fuera aún más precisa.
Él levantó la vista y sonrió, sin perder ni un segundo. Lo vi con el cigarrillo entre los dedos y esa actitud tan relajada que lo caracterizaba. Sabía que iba a responder algo que no iba a gustarme, pero aún así lo dejé hablar.