El lunes a la mañana me desperté como siempre, con la idea de que todo iría bien. Pero cuando llegué a la puerta del cuarto de Nacho, algo no estaba bien. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla, me encontré con él. Estaba sentado en su escritorio, ya vestido como para ir al colegio, pero con esa expresión que conocía demasiado bien: cara de perro, mirada fija, como si estuviera peleando contra algo invisible. Mi corazón dio un vuelco. Algo en su postura me decía que no iba a ser un día normal.
—Nacho, ¿qué pasa?—Le pregunté con suavidad, acercándome a él.
Iba a poner la mano en su hombro, en un intento por tranquilizarlo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, él se apartó bruscamente.
—Andate, por favor, Sofía. No quiero enojarme ni decir cosas que no siento.—Su voz estaba baja, controlada, pero sentí el peligro latente en sus palabras. No era yo la que le molestaba, lo sabía, pero el dolor lo tenía guardado para todo lo que lo rodeaba.
No lo entendía, pero podía sentir la lucha interna en él. Me acerqué, ignorando la advertencia silenciosa que me lanzaba con sus ojos. Agarré su cara con firmeza, tratando de que me mirara. Vi sus pupilas dilatadas, esa señal inconfundible. Me quebró un poco ver cómo trataba de mantener la calma mientras su cuerpo, su alma, ya se estaba quebrando.
—¿Estás drogado?—La pregunta me salió de los labios sin pensarlo—. Ya hablamos de eso, Nacho. Tenés que hacer un esfuerzo para no recaer en lo mismo. Se supone que Ryan te está ayudando.
Él se acercó a mí, como si pudiera sentir el peso de mis palabras.
—Ryan cree que me está ayudando, pero solamente le estoy haciendo creer que puede con algo que no tiene arreglo, pierde su tiempo, ya es parte de mí, y ni él, ni vos, ni nadie me puede ayudar. ¡Dejen de tratarme como si fuese un estúpido títere!—Su voz se volvió áspera, llena de dolor y rabia. Sentí el veneno de esas palabras atravesarme, pero también entendí el fondo de su desesperación.
Mi corazón se hundió. No sabía qué hacer para acercarme a él, para hacerle entender que no lo veía como un “títere”, que lo quería tal y como era, con sus sombras y sus luces. Pero necesita ayuda.
—No te trato como un títere, Nacho... —Intenté alcanzarlo de nuevo, pero me apartó con una furia contenida.
—¡No pueden ayudarme, Sofía! ¡Nadie puede!—De repente, su voz se quebró, y por primera vez, lo vi completamente vulnerable, derrumbado frente a mí. No pude evitarlo. Lo abracé, sin pensarlo dos veces. Esta vez, sin importarme que me saque a patadas.
Al principio, no hubo respuesta de su parte. Estaba rígido, como si el contacto físico fuera algo que le doliera. Pero luego, poco a poco, su cuerpo se fue relajando y, para mi sorpresa, correspondió al abrazo. Me quedé ahí, sosteniéndolo, deseando poder aliviar algo de ese peso tan enorme que cargaba.
—Claro que sí, Nacho.—Susurré, sintiendo su respiración agitada contra mi cuello—. Nosotros podemos ayudarte si vos aceptás la ayuda. Si no, nunca vas a poder salir del pozo, solamente queremos lo mejor para vos. Es por eso que Ryan cree que te va a hacer bien un deporte, algo que te dé enfoque.
Él se separó un poco, pero no completamente. En sus ojos vi algo quebrado, como si la esperanza estuviera luchando por aferrarse a algo que parecía ya perdido.
—Lo único que me ayuda es que ella me quiera.—Su voz sonaba tan quebrada que me dolió escucharlo. Ahí todo tuvo más sentido. La razón detrás de su sufrimiento, su autodestrucción, y ese vacío que había estado cargando tanto tiempo—. Por ella probé las drogas, por ella me acostumbré. Ella me dio esperanzas de que había un “nosotros”, pero ahora está con el imbécil de Danilo
La rabia y el dolor se apoderaron de mí. Por ella… por Nina. Mi hermano había caído en este abismo por ella. La furia creció en mí, y una oleada de furia invadió cada rincón de mi cuerpo. Por ella él está tan destrozado, por ella él se desangraba emocionalmente. Por esa perra.
—¿Nina te hizo probar esas mierdas?—Pregunté, mi voz temblando por la mezcla de rabia y tristeza.
Nacho bajó la mirada, avergonzado. Me dolió verlo así, pero sabía que no podía juzgarlo. Todo era parte de ese espiral de autodestrucción en la que se encontraba.
—Siempre nos juntábamos a fumar... bueno, antes lo hacíamos. Ahora me dejó porque el otro imbécil le da bola.—La amargura en su tono me perforó el alma. No solo le habían robado a mi hermano su estabilidad, sino también su esperanza.
Sus palabras retumbaban en mi mente. Estaba tan cansado, tan derrotado. Le acaricié el hombro, sintiendo su cuerpo tenso bajo mi toque.
—Podés quedarte hoy.—Le dije suavemente—. ¿Por qué no descansás? Te va a hacer bien.
Me miró, y esta vez sus ojos parecían un poco más tranquilos. Asintió, y después le besé en la sien, una forma silenciosa de decirle: “te amo y no voy a permitir que caigas”. Él me rodeó con sus brazos, y por un momento, sentí que tal vez, solo tal vez, había algo de esperanza en él, algo que todavía no se había perdido.
Bajé a desayunar, sintiéndome como si el peso del mundo hubiera caído sobre mí en una sola mañana. Hubiera querido enviarle un mensaje a Ryan para hablar de lo que pasó con Nacho, pero no tenía su número. Y aunque podía haberlo pedido, no lo haría. La idea de hacerlo me hacía sentir vulnerable, como si estuviera pidiendo permiso para que alguien más se hiciera cargo de las emociones que debía gestionar yo misma.
Preferí esperar hasta verlo. Era la mejor manera de hacerle saber lo que estaba pasando. Su aspecto me decía todo lo que necesitaba saber: no había dormido en toda la noche. Parecía agotado, como si sus pensamientos fueran más pesados que el sueño que su cuerpo tanto necesitaba. La preocupación me envolvía al pensar en él, pero tenía que concentrarme en lo que estaba frente a mí.
—¿Nacho no viene?—Preguntó Jenna, su tono de voz preocupado pero con una pizca de curiosidad.