Te Quiero y me Duele

7

Ryan

Oh, mierda.

Me levanté del suelo con dificultad, sintiendo un dolor punzante en el costado que me hizo gruñir entre dientes. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Cómo fui tan idiota? Sí, caí por un maldito barranco.

Cuando mi hermano llegó diciendo que Sofía había desaparecido, no lo pensé dos veces. Fui tras ella con los chicos, mientras la única chica que nos acompañó de las que estuvieron involucradas fue Mili, los otros junto con Meg se quedaron cerca del campamento por si Sofi regresaba. Pero algo dentro de mí sabía que no iba a volver por su cuenta.

El terreno estaba resbaladizo y traicionero, y cada paso que daba me recordaba el golpe que me había llevado al caer. Mi linterna iluminaba apenas unos metros frente a mí, pero no lo suficiente para calmar mi ansiedad. Con la mano libre me sujetaba el costado, temiendo que algo estuviera roto. Pero no tenía tiempo para preocuparme por mí mismo. Tenía que encontrarla.

Fue entonces cuando vi algo. Una mano.

—Sof.—No grité tanto debido a que no podía sacar tantas fuerzas para hacerlo pero aun así gracias al silencio y la desolación, mi voz resonó en la oscuridad.

Corrí, ignorando el dolor que punzaba en cada respiración. Cuando llegué, el aire se me escapó del pecho al verla. Estaba ahí, tendida en la orilla de un lago, medio cuerpo sumergido en el agua helada, el otro cubierto de barro y hojas.

—Sof...—Murmuré, arrodillándome junto a ella. Con cuidado, la giré boca arriba y sostuve su cabeza con mi mano. Su piel estaba fría, demasiado fría. Aparté su pelo húmedo de su cara y el corazón se me detuvo al ver las heridas.

Su ceja estaba abierta, con un hilo de sangre seca en su frente. Su mejilla tenía un corte, no distinguía si era profundo o no, y sus dedos estaban llenos de rasguños y tierra. Parecía tan minúscula y vulnerable que sentí como si algo me estrujara el pecho.

—Bonita, por favor... despertá.—Susurré, casi en un ruego.

Unos balbuceos salieron de su boca, pero sus ojos seguían cerrados. No podía dejarla ahí. La cargué en mis brazos, con cuidado de no provocarle más heridas. Su cuerpo se sentía ligero, frágil, como si fuera a romperse con el más mínimo movimiento. Caminé de vuelta hacia la punta del barranco, buscando un lugar donde pudiéramos ser visibles cuando llegara el equipo de búsqueda.

Cuando encontré un espacio relativamente plano, la recosté con cuidado, apoyando su espalda contra el barranco. Me saqué el buzo y, a pesar de sus heridas, traté de ponérselo para protegerla del frío. Su cuerpo temblaba ligeramente, y no estaba seguro de si era por el agua helada o por el miedo que ambos compartíamos en silencio.

—¿Ryan...?—Su voz era apenas un susurro, débil y temblorosa.

Me incliné hacia ella, aliviado de que estuviera consciente, aunque fuera por unos momentos.

—Shh, tranquila, bonita. Estoy acá.—Deslicé una mano por su pelo, tratando de calmarla.

Ella abrió los ojos, apenas unos milímetros, lo suficiente para mirarme con un dejo de confusión y agotamiento.

—¿Qué pasó...?

—Nos caímos por un barranco.—Respondí, intentando mantener la voz firme. No podía mostrarle lo preocupado que estaba, no ahora. Necesitaba que ella confiara en que todo estaría bien—. Estás herida, pero no te preocupes. Yo te cuido. Ahora descansá, ¿sí?

Ella asintió débilmente, pero un quejido se escapó de su boca. Su dolor era evidente, y cada sonido suyo me hacía sentir más inútil.

—¿Vos...? ¿Te lastimaste?—Preguntó de repente, con los ojos entrecerrados.

Sonreí, intentando aligerar el momento.

—Solo un rasguño, nada que no pueda manejar. Mejor cerrá los ojos, bonita. No pienses mucho, tenés que reservar tus fuerzas.

No quería que se preocupara por mí. Si se enteraba de que apenas podía respirar sin sentir que me rompía por dentro, insistiría en algo estúpido como intentar ayudarme.

Su cabeza se apoyó en mi hombro, y yo me quedé quieto, escuchando su respiración. Estaba más tranquila, pero su cuerpo seguía temblando. Necesitábamos calor.

Me levanté con cuidado, sin despertarla, y busqué entre las ramas secas que había cerca. Si no hacía algo, el frío de la noche nos iba a matar.

Cuando volví, ella seguía con los ojos cerrados. Me arrodillé junto a ella y toqué su mejilla con la punta de mis dedos. Estaba helada.

—Sos una luchadora, Sof. Nunca olvides eso.—Murmuré, aunque sabía que no podía escucharme—. No voy a dejarte. Ni aunque me estuviera muriendo.

El fuego empezó a arder débilmente, y la acerqué un poco más al calor. Me senté a su lado, asegurándome de que estuviera lo más cómoda posible.

Mientras la miraba, con su cara marcado por las heridas pero todavía tan hermosa como siempre, supe que haría lo que fuera por ella. Que no importaba si el frío me calaba los huesos o si me rompía mil veces más, no iba a dejarla sola.

—Descansá, bonita. Yo te cuido.—Murmuré, dejando que mi mano rozara la suya por un instante antes de volver a vigilar el fuego.

Ella no respondió, pero un pequeño suspiro escapó de sus labios. Eso bastaba para darme fuerzas.

Con delicadeza, apoyé su cabeza sobre una roca para liberar mis manos. Busqué en el bolsillo de mi pantalón hasta dar con los fósforos. Las ventajas de fumar... aunque lo mío nunca fue una adicción real al tabaco, más bien una excusa para esos momentos en los que uno necesita despejarse.

Prendí fuego tras varios intentos fallidos, luchando contra el viento que parecía reírse de mí. Finalmente, las ramas empezaron a arder, iluminando nuestras siluetas en la oscuridad. Giré hacia ella, todavía inmóvil, y le hice un gesto para que se acercara.

—Vení, tomá algo de calor.

Ella se movió con lentitud, ayudándome para que pueda moverla hacia el fuego. Sus ojos estaban entrecerrados, y aunque trataba de mantenerse fuerte, el dolor estaba claramente dibujado en su rostro.




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