Te Quiero y me Duele

9

Apenas abrí los ojos, sentí el peso del día cayendo sobre mí como un ladrillo. El cansancio se arrastraba en mis huesos después de haber dormido tan poco. Me quedé hasta tarde terminando los malditos trabajos para el querido profesor Vannucci.

El reflejo en el espejo no mentía. Mis ojeras estaban al nivel del suelo, y mis ánimos aún más bajos. Bajé las escaleras, todavía envuelta en mi nube de irritación. Serví una taza de café, rezando para que la cafeína hiciera su magia.

—¿Qué pasa, Sofi?—Preguntó mi tía con su tono habitual de preocupación.

Negué con la cabeza mientras daba un sorbo, pero fue Nacho quien no perdió la oportunidad de hablar por mí.

—Está enojada porque tuvo que hacer diez trabajos para hoy.—Dijo con una sonrisa burlona.

Sin pensarlo, le di un golpe en el hombro, uno bien firme, pero él no dejó de reír.

—Imbécil.—Murmuré, aunque al final, también yo esbocé una sonrisa.

El reloj no tardó en marcar la hora de salir, así que tomé mis cosas y salí de casa. Romeo ya estaba esperándome afuera. Me saludó con un beso en la frente, como siempre hacía, un gesto tan suyo que siempre me calmaba.

—¿Podés manejar vos hoy?—Le pedí, mostrando mi carpeta llena de papeles—. Tengo que repasar los trabajos.

Rodeó los ojos, pero asintió. Como siempre, abrió la puerta del auto para que subiera. Una vez dentro, encendió el motor mientras yo repasaba los trabajos ya hechos.

Me tomó por sorpresa cuando comenzó a hablar, su voz más seria de lo habitual.

—Mi hermano no es mal tipo. Es odioso y un poco imbécil, pero nadie sería capaz de dar ni la mitad de lo que Ryan daría por su familia.—Murmuró, con un tono que parecía más para sí mismo que para mí.

Lo miré, intrigada por esa afirmación. Algo en la forma en que lo dijo me llamó la atención.

—¿Y eso por qué te da rabia a veces?—Pregunté.

Suspiró, sus manos firmes en el volante mientras parecía debatirse internamente.

—Entre Ryan y yo hay algo que nos separó durante cuatro años. No fue la distancia física entre un país y otro. Fue algo más... un elefante en el cuarto del que nunca hablamos, pero que siempre está ahí.

Sus palabras me dejaron helada por un momento. Era raro escuchar a Romeo hablar con tanta seriedad.

—¿Puedo saber qué fue?—Pregunté, intentando sonar casual, aunque mi curiosidad estaba a punto de explotar.

Él asintió, aunque no parecía muy cómodo con el tema. Estacionó el auto, pero ninguno de los dos hizo el ademán de bajar todavía.

—Una chica.—Respondió al fin, con la voz grave y los ojos fijos en el volante.

Ese simple comentario dejó el aire cargado de algo que no supe identificar. Una mezcla de incomodidad y nostalgia que parecía llenar el auto. No dijo más, y yo no quise presionar. Bajamos del coche en silencio, y antes de entrar a la institución, me entregó las llaves.

—Pero no te preocupes. Ella ya quedó en el pasado para mí.—Dijo de repente, su tono intentando sonar despreocupado.

Quise creerle, pero sus ojos lo traicionaban. Mentía. Lo sabía. Y aun así, asentí en silencio.

Mientras caminábamos de la mano hacia el edificio, no podía dejar de pensar en sus palabras. Una chica. Esa era la grieta que había separado a los hermanos durante años.

Siempre supe que Ryan era complejo. Incluso Romeo, que adoraba a su hermano, hablaba de él con ese "pero" colgando de cada elogio. Ahora entendía por qué.

Una chica entre dos hermanos.

Un escalofrío me recorrió al pensar en lo que esa situación debió haber significado para ambos. ¿Cómo no había dejado cicatrices? Pensé en todas las posibilidades, todas las teorías que podía imaginar sobre cómo llegó a pasar algo así. Quizás ella se enamoró de los dos al mismo tiempo. O tal vez estuvo con uno y después con el otro.

Basta, Sofía. Me dije a mí misma en voz baja, intentando detener el huracán en mi cabeza.

Era fácil juzgar desde afuera, pero ¿quién era yo para opinar? No conocía la historia completa, ni lo que esa chica había significado para ellos. Si ella había sido su primer amor, la herida debía de seguir abierta, incluso si pretendían lo contrario.

Por un momento, sentí la tentación de pedirle a Romeo que me contara más. Quería entenderlo, saber por qué esa historia todavía parecía perseguirlo. Pero al ver su cara seria mientras caminaba a mi lado, supe que no debía hacerlo. No estaba lista para escuchar. Y tal vez, él tampoco estaba listo para contar.

***

La hora del castigo había terminado, pero para mí, todavía quedaba el último trago amargo del día. Me encontraba otra vez a solas con el profesor Vannucci.

Llevaba en las manos los diez trabajos que me había obligado a hacer. Sin disimular mi enojo, los dejé caer de golpe sobre su escritorio.

—No es manera de hacer devolución de trabajos, señorita Herrera.—Comentó, alzando una ceja.

El muy maldito lo estaba disfrutando. Su tono pretendía ser neutral, aunque seguía siendo autoritario. Lo fulminé con la mirada y di media vuelta para irme sin decir nada. Solo quería alejarme de su presencia antes de perder el control por completo.

—No te dije que te fueras.—Dijo, y antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano agarrándome del brazo.

Me detuve a regañadientes y solté un suspiro pesado, mientras giraba para enfrentarlo.

—Te quería agradecer por haber cumplido con lo que te pedí. De verdad.—Su tono parecía genuino, pero algo en sus ojos me decía que seguía jugando a ser el amo del tablero.

Con un movimiento brusco, me solté de su agarre. Lo miré con una mezcla de incredulidad y molestia.

—Que te jodan por imbécil.—Espeté, incapaz de contenerlo más.

No me importaban las consecuencias. Necesitaba decirlo, aunque fuera una vez más. Giré sobre mis talones para irme de nuevo, pero esta vez, no fue suficiente.

Con fuerza, me apretó el brazo otra vez, obligándome a volver a enfrentarlo.




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