Hace una semana había llegado abril, y con él, las brisas de verano se desvanecían, dejando solo el frío reconfortante del otoño. Las hojas caían de los árboles, pintando el suelo con tonos cálidos: anaranjados, rojizos, verdes y amarillos. Era como si el mundo entero se preparara para un cambio, un giro en su propio ciclo natural. Esa sensación de transformación me acompañaba. Desde hace algunas semanas me sentía extrañamente bien. No era solo felicidad; era esa calma que aparece después de una tormenta. Después de casi un año, por fin podía decir que estaba bien, perfectamente bien.
Cuando le abrí la puerta a Mili, su sonrisa siempre tan brillante iluminó mi día. Preparamos café y compartimos unas galletitas de chips de chocolate que ella había traído. El aroma a café caliente llenaba el aire mientras nos sentábamos en el sillón. Era uno de esos momentos simples pero perfectos, donde el mundo parecía detenerse.
Agarré el control de la tele y, casi sin pensarlo, busqué en YouTube «The Way I Loved You» de Taylor Swift. Apenas empezó la música, no pude resistirme. Tomé las manos de Mili y la obligué a levantarse.
—¡Vamos! Hace mucho que no bailamos como locas.—Le dije, mientras mis pies ya seguían el ritmo.
Ambas empezamos a saltar en el living, cantando la letra de la canción como si estuviéramos en un concierto privado. Bueno, cantando era generoso; mi pronunciación del inglés dejaba mucho que desear, pero no me importaba. Mili se reía, y yo fingía ser una estrella del pop, arrastrándola conmigo en ese momento tan nuestro.
But I miss screaming and fighting and kissing in the rain...
And it’s 2 a.m. and I’m cursing your name...
So in love that you act insane
And that's the way I loved you
La música, el ritmo, todo nos llevó a otro tiempo. En la pantalla, aparecieron imágenes de The Vampire Diaries, y un torrente de recuerdos me golpeó. Recordé aquellas noches en las que nos quedábamos hasta las cinco de la mañana viendo maratones de la serie. Era nuestra tradición: fines de semana exclusivos para nosotras, noches de mejores amigas. Extrañaba esos momentos, nuestra complicidad, nuestro pequeño refugio en el mundo.
Breaking down and coming undone...
It's a roller coaster kind of rush...
De repente, el sonido de pasos nos hizo detenernos. Ryan y Nacho entraron al living, interrumpiendo nuestra fiesta diminuta. Me giré hacia Mili, y vi cómo un leve rubor subía por sus pómulos. Nerviosa. Demasiado nerviosa. No era por Ryan, eso lo tenía claro. Él había tenido razón desde el principio: a mi mejor amiga le gustaba mi hermano.
La idea me inquietaba. No porque me molestara —Mili era increíble—, sino porque conocía a Nacho mejor que nadie. Mi hermano tenía la extraña habilidad de romper las cosas frágiles, sin siquiera darse cuenta. Si llegaba a lastimarla, no sé cómo podría perdonarlo.
—¿Podemos hablar?—Escuché la voz de Ryan, sacándome de mis pensamientos.
Desde aquel incidente, había elegido ignorarlo deliberadamente. No quería lidiar con él ni con lo que fuera que estaba sintiendo. Pero no tuve que responder. El timbre sonó antes de que pudiera articular palabra.
—¡Yo abro!—Dije, apresurándome hacia la puerta antes de que Nacho pudiera moverse.
Cuando abrí, mi cuerpo entero se tensó.
Ahí, parado frente a mí, estaba mi tío Diego.
Mi respiración se detuvo. Sentí como si el tiempo se congelara, como si el aire alrededor se volviera pesado y difícil de inhalar. Había algo en su presencia que me llenaba de un miedo profundo, el tipo de miedo que no necesita explicación.
—Hola, Sofía.—Dijo, con una sonrisa que me resultaba incómoda, incluso amenazante.
Sin responder, me giré hacia la sala, sintiendo sus pasos detrás de mí. Con cada uno de ellos, mi pulso se aceleraba, y mis piernas comenzaron a fallar. Intenté mantenerme firme, pero sabía que estaba perdiendo el control.
—¿Tío?—Preguntó Nacho, desconcertado.
Su voz me pareció lejana, casi irrelevante en ese momento. Era como si todo mi cuerpo estuviera entrando en estado de alerta.
—Sof... Ey, ¿estás bien?—Ryan se acercó, preocupado, pero su voz apenas logró llegarme.
Sentí el mundo desvanecerse. Me tambaleé hacia el sillón, tratando de mantenerme en pie, pero sabía que no lo lograría. Extendí mi mano hacia el respaldo, buscando apoyo, algo, alguien.
—Ryan...—Susurré, mi voz temblando.
Fue lo último que dije antes de que mi cuerpo cediera. Lo sentí a él tomar mi mano, pero ya era demasiado tarde. Mis piernas fallaron, y todo se volvió negro.
***
Otra vez esas pesadillas. Pero esta… no eran esos tipos. Era él. Mi tío Diego.
Sentí una mano tibia acariciando mi cara y una voz susurrando repetidamente.
—Por favor, mi amor. Despertá.
Abrí los ojos, todavía agitada, y me encontré con Ryan a mi lado. Me miraba con una mezcla de preocupación y ternura, como si temiera que me rompiera en mil pedazos. Desvié la vista hacia el otro lado de la cama y vi a Mili, quien sostenía mi mano con fuerza.
—Mmm…—Me removí, tratando de despejar mi cabeza, pero mi cuerpo todavía estaba débil. Ambos me ayudaron a incorporarme con cuidado.
—¿Qué te pasó?—Preguntó Ryan, el ceño fruncido mientras me examinaba como si buscara algo roto.
Negué con la cabeza, todavía confundida—. Estoy bien.—Murmuré, aunque no era del todo cierto.
Nacho apareció con un vaso de agua y, como siempre, tenía claro qué hacer. Llamó a la doctora Walton, nuestra psicóloga de cabecera. Mi hermano sabe cuándo llamar a un médico y cuándo a ella. Su precisión en esas cosas a veces me sorprende.