Estaba sentada en la mesa de la cocina, mirando fijamente la tableta de pastillas recetada por la doctora. Un nudo en el estómago se me formaba cada vez que las veía. Me sentía intranquila. La señora Walton me había dado una sola pastilla ayer, solo una, para calmar los nervios, pero me había prometido no tomar más, o al menos una cada ocho o doce horas. Bueno, ya pasaron más de doce horas, ¿no? Sin embargo, ahí estaba, con la tableta abierta frente a mí y una sensación de incomodidad recorriéndome todo el cuerpo. Ayer solo tomé una, ¿pero qué pasaría si tomara un par más ahora? No sería un desastre, ¿verdad? Si tomaba dos, tres, o tal vez cuatro… Solo para calmarme un poco.
No quería ir a la escuela y dar la sensación de estar completamente loca, como si no pudiera controlarme. Nadie debía ver que, por dentro, me sentía a punto de estallar, de perderme. A veces pensaba que si nadie veía lo que pasaba dentro de mí, si podía ocultarlo bien, todo seguiría como si nada. Así que decidí tomar las pastillas. No pensarlo demasiado. Dudar más, me las tragué.
Me levanté de la silla, mirando alrededor como si alguien pudiera ver lo que estaba haciendo. Mi hermano, probablemente, se iría con su nuevo mejor amigo, y yo… yo iría con mi novio, o eso pensaba. Al menos eso era lo que esperaba. Pero no lo vi afuera, y me sentí, de repente, un poco perdida. Miré la casa de Ryan, deseando encontrarlo, porque al menos con él, todo parecía ser más fácil. O al menos eso pensaba en esos momentos.
Me acerqué a la puerta y, antes de poder tocar el timbre, la puerta se abrió. Fue como si alguien me hubiera leído la mente. Ahí estaba Ryan, semi desnudo, con el torso al descubierto. Y, justo a su lado, la profesora Meg, que salía de su casa.
Mi cara se calentó inmediatamente, y no pude evitar sentir una oleada de vergüenza. La profesora Meg sonrió nerviosa, con ese brillo incómodo en su mirada.
—Ay, qué vergüenza, Sofi. Hola.—Dijo, como si tratara de disculparse por lo que veía.
No supe qué decir. Únicamente le devolví una media sonrisa, tan falsa como la sinceridad que intentaba mostrarme.
—Ni vos me viste, ni yo te vi.—Me dijo, tocando mi hombro con una especie de simpatía nerviosa. Me limité a asentir, sin saber cómo reaccionar. Y, sin pensarlo mucho, ella se fue.
Ryan estaba ahí, con esa mirada que no me gustaba, esa mezcla de desdén y diversión que siempre lograba que me sintiera diminuta. Él, con su sonrisa irónica, me miró desde la puerta, apoyando el brazo en el marco.
—¿Se te perdió algo?—Preguntó, con una sonrisa provocativa.
Quería decir algo, pero no encontraba las palabras. Solamente pude pensar lo estúpido que era. Me acerqué a la puerta y respondí, aunque mis palabras sonaban un poco vacías.
—Estoy... buscando a tu hermano.
—No está.—Respondió con esa sonrisa que me ponía de los nervios—. Pero hay algo mejor.—Añadió, señalando su cuerpo con una mirada descarada.
Yo lo miré, intentando no pensar en lo que me decía, pero esa sonrisa irritante no me dejaba en paz. Me odiaba por darme cuenta de lo que estaba sintiendo en ese instante.
—¿A dónde fue? Siempre vamos juntos a la escuela.—Pregunté, intentando mantener la compostura.
—Hoy no.—Respondió, mientras se le escapaba una sonrisa burlona.
—¿Vuelve para la hora de ir al colegio?—Mi voz sonaba más insegura de lo que hubiera querido.
—Mmm, no.—Dijo con una sonrisa aún más sarcástica—. Se fue a hacer unos trámites, y va directo a la escuela. Creo que se olvidó de avisarte.
Yo lo miré con una furia contenida. Me sentía completamente idiota. Y en ese momento, mi cuerpo se sintió raro, como si estuviera a punto de desmayarme. El aturdimiento golpeó de golpe, y todo se puso borroso. Mis piernas no respondían y, antes de que pudiera reaccionar, sentí cómo caía al suelo. Ryan estaba ahí, de inmediato, sujetándome con fuerza, con la preocupación escrita en su cara. Todo lo que él había dicho antes se desvaneció y, por un instante, me sentí vulnerable, expuesta.
—¿Bonita? ¿Estás bien?—Preguntó con tono bajo, acariciando mi espalda, pero todavía con esa mirada inquietante.
Asentí, sin tener muchas ganas de decir algo. Apreté los ojos, tratando de despejar mi mente. A mi alrededor, la confusión solo aumentaba, y esa sensación de irrealidad, de estar flotando en el aire, no me dejaba concentrarme.
De repente, escuché la voz de mi tío a lo lejos. Su tono era severo, preocupante.
—¿Qué está pasando?—Su voz resonó en mi oído.
Ryan me apartó ligeramente de él, y me miró con más preocupación, sus manos tocando mis cachetes, buscando alguna reacción de mi parte. Yo no sabía si quería que él me tocara o si solo deseaba que me dejara en paz.
—¿Qué te pasa?—Me preguntó, sin apartar la vista de mis ojos, mientras miraba mis pupilas dilatadas.
Mi hermano salió de la casa en ese momento, y Ryan lo miró de inmediato, exigiendo respuestas.
—¿Le diste drogas?—Preguntó, su tono acusatorio no me gustó nada.
Mi hermano se mostró molesto y lo negó rotundamente.
—Por supuesto que no.
Todo esto estaba tan fuera de lugar, tan extraño. Yo no podía responder, ni quería. Sabía lo que había hecho, pero no estaba preparada para admitirlo.
—¿Cuántas pastillas tomaste?—Inquirió Ryan, dándose cuenta de lo que había hecho, pero su tono ya no era tan juguetón. Era serio—. Decime la verdad.
Mi mente estaba tan dispersa que no podía siquiera formular una respuesta coherente. Solo traté de apartarlo, pero no fue suficiente. Mis pensamientos estaban desordenados, mi cuerpo se sentía fuera de control. Me levanté y traté de ignorarlo.
—No te hagas la estúpida, Sofía. ¿Cuántas pastillas tomaste?—Repitió, sin perder la calma, pero con una firmeza que no me gustaba.
De repente, me sentí tan expuesta, tan vulnerable, que solo pude reaccionar a la defensiva.
—¡Estúpido tu cerebro!—Le grité, intentando recuperar el control sobre la situación.