Me senté en el sillón como si llevara el mundo entero sobre mí.
—¿Seguís pensando en lo de ayer?—Pregunta Jenna mirando su teléfono.
—Todavía sigo enojada porque estaban los cuatro espiando una conversación que no les concernía.
—Aunque no estuviésemos espiando nos íbamos a enterar igual porque desde la calle se podían escuchar tus gritos.—Rodé los ojos.
—Perdón, Jen, es que... él me... me...—Intentaba formular una frase completa pero seguía encabronada.
—¿Puedo darte mi punto de vista?—Vimos entrar a mi tío por la puerta de entrada y yo asentí con un bufido, pero no era por ella—. Estaban peleando como un matrimonio de cuarenta años.—Volví a rodar los ojos.
—Siendo honesto, ninguno de esos dos chicos me caen bien, y ninguno te conviene.—Interfiere mi tío.
Jenna lo mira con mala cara—. Esos dos muchachos son mejores personas de lo que vos va a ser toda tu vida.
¿Queda claro que ellos dos no se llevan bien? ¿O necesitan más demostraciones? Jenna lo detesta.
—Además, no tenés por qué meterte con las decisiones de ella.
—Tengo todo el derecho del mundo porque mi sobrina no va a estar con ningún imbécil.—Ataca él.
Me escapé de ahí para no ser parte de esa conversación y salí de casa. El aire era frío, pero suave, como si quisiera consolarme. Me envolvía con su tranquilidad, y por un momento, deseé que ese instante se alargara. Desde la casa de al lado, vi salir a Rom. Caminaba distraído, con la cabeza gacha, enviando un mensaje de voz a Ryan. No notó mi presencia hasta que estuve lo suficientemente cerca.
—Hola.—Dije con una pequeña sonrisa, esa que usaba para disimular lo mucho que me dolían las cosas.
Él levantó la mirada, algo sorprendido, y respondió con una sonrisa nerviosa que parecía más un reflejo que una emoción real.
—¿No viste a mi hermano?—Preguntó, directo al grano.
Su tono me hizo encoger un poco. Seguía creyendo en esa idea absurda de que Ryan y yo teníamos algo. Bajé la mirada, sintiéndome desanimada.
—No.—Respondí en un murmullo, incapaz de ocultar del todo mi decepción.
Rom suspiró, pasando una mano por su pelo desordenado.
—Se fue y no lo vi en todo el día. Seguro notaste que no fue a trabajar. Mi mamá está preocupada, sobre todo... por la fecha en la que estamos. No es fácil.
Algo en su voz me dejó desconcertada. Parecía cansado, cargado de algo más que enojo. Quise preguntar a qué se refería, pero la tensión entre nosotros era suficiente como para hacerme dudar. Decidí no insistir.
—Nacho quizá sepa algo. Después le pregunto y te aviso.
Rom asintió con una sonrisa breve, apenas un reflejo de gratitud.
—¿Sabés qué fecha es hoy?—Preguntó de repente.
Fruncí el ceño, tratando de entender la relevancia de su pregunta.
—8 de abril, ¿por?
Él negó suavemente, con una sonrisa triste.
—No me refiero a eso. Hoy es su cumpleaños... y también el aniversario de la muerte de alguien importante para nosotros.
La sorpresa me golpeó, y mi pecho se contrajo al notar la profundidad de su tristeza.
—Lo siento mucho.—Respondí con sinceridad, aunque sabía que mis palabras no podían aliviarlo.
—Él hace esto todos los años.—Siguió, con la mirada perdida—. Desaparece. Desde hace cuatro años. Siempre se aísla en este día. Una semana después de lo que pasó, se fue a Francia, y desde entonces, cada 8 de abril, no sabemos de él...
Rom negó con la cabeza, frustrado.
—Y ahora está acá, pero igual desaparece.
—Va a aparecer.—Intenté animarlo. Me acerqué despacio, sintiendo el peso de su dolor como si fuera mío.
Aunque no lo dijo directamente, su expresión me lo confirmó: él también estaba roto por esa pérdida. Quizá no tanto como Ryan, pero claramente llevaba su propia carga. Alguien importante había dejado una herida imborrable en ambos, y aunque no mencionó su nombre, sabía que hablaba de ella. De "esa" persona que había marcado sus vidas.
Sin pensarlo demasiado, lo abracé. Mis brazos rodearon su cuello, mientras él, sorprendido al principio, terminó aferrándose a mi espalda con fuerza. Su calor era reconfortante, pero su temblor apenas perceptible me rompió un poco más por dentro.
Llevé una mano a su nuca, acariciándolo con delicadeza, y luego dejé un beso en su sien antes de separarme ligeramente. Mis ojos estaban húmedos, pero me obligué a no llorar. No ahora.
—Rom, daría cualquier cosa para no verte así.—Susurré, con la voz quebrada—. Perdón si sentís que te fallé, te juro que nunca quise hacerlo. Vos sos muy importante para mí, y no quiero que me dejes.
Mi garganta se cerró mientras luchaba por contener las lágrimas. Por un momento, su expresión se suavizó, y en sus ojos, creí ver algo parecido al perdón, o quizá al cansancio de seguir peleando contra todo.
Seca mis lágrimas y me besa con ternura. Aquella caricia fue tan dulce, se sentía como el primer beso, volví a enredar mis brazos en su cuello y se lo devolví. Ese momento era perfecto, y pensé que jamás iba a volver a tenerlo de ese modo.
—¿Me avisás si tu hermano sabe algo?—Pregunta cuando nos separamos. Junté nuestras narices y sonreí mientras asentía.
—Todo va a estar bien.—Susurré.
Besa mi frente y entra de nuevo en la casa.
Por un momento, sentí un peso extraño en el pecho. Ayer le dije tantas cosas feas a Ryan, palabras que no pensé dos veces antes de soltar. No tenía idea de lo sensible que estaba por la fecha en la que nos encontrábamos. Actué como siempre, impulsiva, dejando que mi enojo hablara por mí. No me arrepiento de lo que dije, no completamente, pero si hubiera sabido cómo estaba, habría esperado otro momento. No soy un monstruo. De haberlo sabido, nunca habría dicho todo lo que dije.
Y ahora, acá estoy, después de gritarle que quería que desapareciera de mi vida, rogando que esté bien.
Mientras subía la escalera hacia mi casa, la noche era tan silenciosa que los pasos resonaban en el aire frío. Justo antes de entrar, algo me detuvo: una voz que rompió el silencio. Una voz que reconocí al instante, aunque parecía diferente, quebrada, como si fuera otra versión de sí mismo.