Cuando tu mundo se viene a bajo lo que normalmente hacés es hablar con alguien de confianza, sobre todo con un familiar cercano, mamá, papá o algún hermano, en mi caso mi familiar de confianza para hablar ciertos temas es Jenna, ella tiene casi mi misma edad entonces la siento más como una amiga que como la adulta responsable a cargo mío y de mi hermano. Pero en caso de no poder hablar con aquel familiar de confianza siempre te refugiás en tu mejor amiga o amigo, alguien incondicional como Mili. Pero en este caso particular no podía contarle a nadie, estaba sola en esto.
Llevaba días callada, sufriendo en silencio y ahogando mi terror para que nadie sospeche.
—Ya sabés lo que tenés que hacer.—dice terminando de ponerse la camisa para salir de mi cuarto.
Es un monstruo, no solo en mis pesadillas, y resulta que siempre lo había sido pero no me acordaba. Casi dos semanas soportando sus atrocidades, y lo peor es que estaba sola.
«—Soy muy peligroso y demasiado celoso, te conviene ser buena chiquita y hacer lo que yo te diga, y de esto no le vas a decir nada a nadie porque sino voy a matarlos a todos los que se interpongan.—sonríe con perversidad al agregar—: y lo bueno de esto es que vos sabés que soy un hombre de palabra. Ah, y también quiero a los vecinos fuera de tu vida. Vas a terminar con el hermanito menor, vas a romper su corazón, y que no se te ocurra estar con nadie más.
—¿Es necesario que le rompa el corazón?—pregunté entre lágrimas y con voz temblorosa.
—Lo es. Porque si no lo hacés no va a dejar de insistir, y si insiste, voy a tener que poner cartas en el asunto, y ambos sabemos lo que eso significa. Y también sabés, que yo no amenazo.—se aleja un centímetro y vuelve a acercarse, me señala—. Y no intentes ocultarme nada porque soy como Dios, estoy en todos lados.»
Esa fue su amenaza.
Dios mío... ¿En qué momento vivir se me convirtió en una pesadilla?
El sol salió y yo seguía en la misma posición fetal que cuando Diego se fue de mi cuarto a las doce de la noche. No había dormido, mis ojos estaban rojos e hinchados, me levanté de la cama, pero volví a caer sentada, así que me quedé ahí unos segundos intentando recuperar las fuerzas en mis piernas.
La puerta se abrió y me arrastré por la cama hasta llegar a la cabecera con temor y me abracé a mis rodillas, pero al ver a Mili recuperé la tranquilidad.
Me vio tan mal que no dijo nada, solo me abrazó con fuerza, como si no nos hubiésemos visto en años.
—¿Otra vez esas pesadillas horribles?
—Sí.—mentí—. Siento que ya no queda nada, todo lo puro que había en mí ya no está.—respondí llorando mientras secaba las lágrimas que parecían infinitas.
—Amiga, odio verte así. Esos monstruos arrebataron tu inocencia, pero vos seguís siendo pura.
Vuelve a abrazarme y nos quedamos así por unos minutos más.
Ahora venía la parte más difícil, tenía que buscar el momento y el lugar para poder terminar con Romeo. Ni siquiera sé qué palabras usar, no quiero romperle el corazón. Sé lo que dijo Diego, pero no soy capaz de hacerlo, pero si no lo dejo, es capaz de cualquier cosa. ¿Y Ryan? Ryan es más terco que una mula, ¿cómo voy a alejarme de él?
Mili se quedó un rato conmigo y después se fue, no había ido a la escuela en toda la semana, Jenna empezaba a preocuparse pero yo le decía que solamente estaba enferma.
La noche cayó y recién en ese momento me había dado cuenta que no salí en todo el día del cuarto. Salí de casa y vi a Rom que justo estaba por acercarse y tocar a mi puerta. Tenía que hacerlo ahora porque sino después se me iba a hacer más difícil.
Prefería romper su corazón porque sabía que iba a sanar, y no permitir que el psicópata de mi tío por su estúpida y aterradora obsesión conmigo le hiciera algo.
—Necesito que hablemos, es importante.—fui al grano, me dio un beso en la frente y nos sentamos en las escaleras del porche.
—Sabés que siempre podés contar conmigo, ¿no? Podés decirme lo que sea.
Sonreí y puse mi mano sobre la suya que descansaba en su pierna. Era imposible que le rompa el corazón, no estaba en mí, no soy tan cruel como para hacerlo. Decidí serle honesta, al menos diciéndole una parte de la verdad.
—Yo...—estaba a punto de dejar ir a un hombre extremadamente increíble. Alguien que no importa si lleva poco tiempo en mi vida, me enseñó que estando roto también es posible amar. Me demostró cómo se siente el amor y que nadie me va a tratar como solamente él sabe.
—Malía..., sé que no estás bien, faltaste a la escuela toda la semana, cuando te fui a visitar tus ojos estaban cansados y prácticamente sin vida. No tenés que decirme que no estás bien para que yo me dé cuenta.—con su dedo pulgar acaricia mi mejilla para secar pequeñas lágrimas que se estaban asomando.
Entonces, cayeron con más fuerza.
—No... no estoy bien.—sorbí mi nariz. No podía verlo a los ojos, así que miré al frente—. Perdoname, Rom, vos te merecés más que esta pendeja inestable que soy en este momento. Yo no...
—¿Vos querés que nosotros...?—lo miré por primera vez a los ojos, me mordí el labio para ahogar un sollozo y asentí.
—Yo no quiero lastimarte, pero veo lo que somos, te veo a vos y siento que no estoy lista para esto. Que necesito tiempo.—ahora es él quien evita la mirada, estaba con la cabeza gacha y sus ojos llorosos.
—¿Es por Ryan?—pregunta y levanta la mirada para verme directo a los ojos.
Juro que me esperaba cualquier reacción menos esa pregunta.
—¿Qué?—pregunté aturdida.
—¿Me dejás por mi hermano?
—¿Qué tiene que ver Ryan en esto...?
—No me respondas con otra pregunta.—me pide y yo negué.