RYAN
Desde que Lydia no está me sentía sin vida, pero ahora por primera vez desde hace cuatro años me siento vivo, y el único motivo por el cual me despierto con ganas de empezar el día, es porque sé que la voy a volver a ver. Siempre, de un modo o de
otro nosotros terminamos encontrándonos. O gracias a Nacho, él quiere a toda costa que nosotros dos estemos juntos, y déjenme decirles algo, yo también lo desearía. Pero quizás en otra vida, porque en esta no es a mí a quien le toca.
Bajé a desayunar y me extrañó no ver a mi mamá, me parecía raro que no estuviese presente porque no era la hora en la que le correspondía irse a trabajar.
—Buenos días.—creo que de buenos para mi hermanito no tiene nada—. ¿Te pasó algo?—pregunté intentando ser un buen hermano mayor, por lo menos hasta que después vuelva a cagarla.
—Malía terminó conmigo.
Eso no me lo esperaba ya que acababan de volver.
—Bueno... Eh... Lo lamento. Sé cuánto la querés.—no sabía qué decir en un momento como este.
—Me dejó porque necesita tiempo. Y yo quiero respetarlo, de verdad, no la quiero perder.
En ese momento me sentí mal por sentir y querer lo que quiero, soy un imbécil. Siempre hago todo mal, arruino todo. Y por eso, aunque me duela tengo que alejarme de ella. Eso es lo correcto.
—¿Vos no tenés idea de cómo hacer que se enamore?
Ay... Me voy a arrepentir de hacer esto.
—Un beso bajo la lluvia.—él me mira como si quisiera matarme—. Digo, no es que sepa que eso es lo que ella quiere, más bien es experiencia, a las chicas eso le parece romántico.—alteré la verdad un poquito e hice una mueca indicando que eso me parecía una bobería, pero no era así.
Se lo dije porque estaba a punto de llover y quería que ella cumpliese su sueño. Aunque... ahora que lo pienso me parece un poco raro y contradictorio ya que Nacho me dijo que ella le temía a las tormentas. No sé si será lo mismo o si a lo que le teme es a los truenos fuertes, esta noche no los había, así que creo que no metí la pata.
La noche llegó rápido, estaba lloviendo de manera delicada desde temprano, como si supiera que Malía le teme a las tormentas. Y ahora, estaba inquieto por lo que seguramente pasó o va a pasar entre mi hermano y la chica de al lado.
Me siento demasiado patético.
Menos mal que mis pensamientos no se leen, porque sino mi imagen estaría siendo arruinada por mis estúpidos sentimientos. E ilógicos.
Estar enamorado te vuelve tan patéticamente loco y estúpido.
Está bien, aunque a ella ya se lo dije todavía no me lo admití a mí mismo, o al menos no del todo, y es la más pura verdad;
La amo, la amo de una manera inexplicable, de una forma inconfesable, y de un modo incontrolable. La única persona que me hizo perder a razón fue Lydia, ¿qué tiene ella que me hace sentir igual? Dicen que es imposible enamorarse dos veces en la vida, y menos amar con la misma intensidad y locura. Bueno, no lo dice nadie, solo yo. Eso es lo que creo, o al menos creía.
Cuando mi mamá y mi hermano llegaron les dije que iba a dar una vuelta. Las gotas delicadas fueron cayendo de a poco recorriendo mi pelo y mi frente. Había caminado dos cuadras y me detuve, refregué mi cara húmeda por las finas gotas de lluvia y miré al frente.
Lo que vi me extrañó.
Era Mal. La veía rara y estaba intentando deshacerse de unos tipos que insistían en llevarla. Me acerqué y lo pude comprobar: estaba borracha.
—Dije que no quiero...
—Dale, te vamos a hacer sentir como una reina.
Los mato.
—Si querés conservar tus estúpidas manos te recomiendo que te alejes de ella, imbécil. O de lo contrario vas a tener que tomar sopa el resto de tu vida.
—¿Perdón?
—Porque te voy a bajar los dientes.—completé—. A vos y al resto de mariposas que están en este auto de mierda.
Empujé a uno de los idiotas y me dirigí a ella.
—¡Ryan!—dice con una pizca de temor y alivio para después tropezar y caer en mis brazos.
No se desmayó, simplemente estaba alcoholizada al tope.
—Vamos, te llevo a casa.—la cargué en mis brazos y nos fuimos.
—Abrí.—me ordena.
Al entrar subimos las escaleras y la llevé al cuarto, la recosté en la cama y empecé a sacarle las zapatillas.
—Ryan.—me llama acariciando mi pelo mientras yo terminaba de desatar sus cordones.
—¿Mmm?
—En el placard tengo mi pijama.—la miré—. No voy a dormir con esta ropa.—se queja. Tragué saliva con nervios y fui hacia donde me dijo—. Es un short gris y una musculosa bordó.
Vi la ropa de inmediato y se la di. Iba a salir del cuarto pero ella me dijo que no era necesario, entonces me di la vuelta para que pudiera cambiarse de ropa tranquila. Cuando me avisó que podía voltearme la agarré de la cintura y la ayudé a acostarse de la manera correcta lista para dormir. Besé su frente y decidí irme, pero ella es más rápida y agarra mis dedos índice y medio, sus ojos estaban cerrados.
—Quedate..., por favor. No quiero estar sola.
Asentí. Miré hacia la mesita de luz y vi el primer cajón entreabierto, lo abrí un poco más y ahí vi el papel que le había escrito la noche en que dormimos juntos. No puedo creer que lo haya guardado. Sonreí y di vuelta a la cama para sentarme en el lado vacío. Se había quedado dormida en cuestión de segundos.
Sonreí al verla.
—Estar con vos me vuelve loco... Y no estar con vos me vuelve loco también.—dije casi en un susurro.
Soy un maldito cobarde que esperó a que ella se durmiera para poder confesarle aquello.
No sé bien cuánto tiempo pasó, pero no fueron más de algunos minutos, ella se despertó gritando y llorando como si quisieran hacerle daño.
—¡No, por favor no me lastimen, por favor, déjenme ir! ¡No quiero que me pase lo mismo otra vez, por favor les suplico que me dejen!—la zamarreé un poco para que despertara ya que no había otra forma y cuando al fin lo hizo pegó otro grito, pero esta vez por un trueno que sonó demasiado fuerte. Ella me abrazó como si estuviese en peligro de muerte. De verdad, fue aterrador verla en ese estado.