—Creo que deberías hablar con él. No seas tonta.—Dice mi amiga, cruzando los brazos con un aire de determinación—. Eso es lo que espera, y no lo olvides. Él es tu Romeo.
Eso último lo dice con una sonrisa juguetona, pero llena de significado. Sus palabras me golpean con fuerza, como si llevaran un peso que no estaba dispuesta a cargar todavía.
—Está enojado, y no lo culpo.—Respondí con la voz apagada, mientras mis dedos juegan nerviosamente con el dobladillo de mi camiseta—. Pero lo extraño. Extraño que me mire con esos ojos tan lindos y brillantes que tiene. Extraño que me trate como a su Julieta, y aunque sea contradictorio, de verdad me hubiese gustado estar con él.
Mi amiga frunce el ceño, como si mis palabras fueran una especie de rompecabezas que no consigue entender del todo.
—Si vas a verlo, estoy segura de que no te vas a arrepentir.
—Dijo que era mejor como estábamos.—Murmuré, casi como si hablara conmigo misma. Mi voz, apenas audible, está impregnada de inseguridad, y el eco de sus palabras todavía resuenan en mi cabeza.
—¡Pero no es verdad!—Dice ella de repente, alzando la voz de forma inesperada. El salto que doy no pasa desapercibido, pero no le importa—. Él quiere ver que te preocupás por sus sentimientos, que él te importa de verdad.
Sus palabras me atraviesan como una flecha directa al corazón. Me quedé en silencio, dejando que su vehemencia me envuelva.
—Andá a verlo.—Insiste, esta vez con una voz más suave, casi maternal—. Yo te espero acá. No te vas a arrepentir.
Un suspiro escapa de mis labios mientras ella me lanza un guiño cómplice. Contra todo pronóstico, siento cómo mi determinación comienza a cobrar vida. Me levanto de la cama, insegura pero decidida a intentarlo.
Me puse un vestido lila corto con flecos en la parte de la falda, uno de mis favoritos, aunque no lo había usado en mucho tiempo. Me calcé unas zapatillas blancas y dejé mi pelo suelto, cayendo en ondas naturales sobre mis hombros. Mi amiga, siempre impecable con sus consejos de estilo, insistió en maquillarme con tonos suaves y naturales. Aunque me parecía demasiado, para ella, nada era demasiado.
Cuando estuve lista, respiré hondo, como si el aire que llenaba mis pulmones pudiera darme el valor que me faltaba. Salí de casa con el corazón latiendo desbocado y caminé hacia la suya.
La puerta la abrió Irene, con su habitual calidez reflejada en su sonrisa.
—Hola.—Dije, intentando no sonar nerviosa—. ¿Está Romeo? Me gustaría hablar con él.
—Está arriba. Subí con confianza.—Respondió, dándome un gesto alentador.
Asentí y empecé a subir las escaleras, sintiendo que cada paso era un desafío en sí mismo. Al llegar, me paré frente a la puerta de su habitación. Un vinilo negro con su nombre adornaba la madera, haciéndome sonreír. Toqué suavemente dos veces, con los nervios a flor de piel, pero no recibí respuesta.
—¿Romeo?—Llamé en un susurro, mi voz apenas audible en el silencio del pasillo.
Abrí la puerta con lentitud, como si temiera lo que podría encontrar del otro lado. Las luces estaban apagadas, y el espacio vacío me recibió con un frío inesperado. No estaba ahí.
Suspiré mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras de mí con delicadeza. La decepción pesaba en mi pecho como una piedra, él no estaba. Perdí la oportunidad de poder aclarar las cosas.
Iba a irme a mi casa y darme por vencida, cuando de la habitación de al lado empecé a escuchar ruido de algo cayendo al suelo. Fruncí el ceño y me acerqué, la puerta estaba abierta y Ryan que no daba más de borracho.
—Mierda.—Maldice al ver el vaso roto en el suelo.
Toqué a pesar de que la puerta estaba abierta y él me mira. Estaba sin remera y pude ver un tatuaje del Yin y el Yang en su pecho izquierdo. Tragué con fuerza al notar lo nerviosa que me ponía encontrarlo en ese estado.
—Mi hermano se fue con unos amigos del equipo. No está.—Dice con las palabras resbalando de su boca por la ebriedad.
—Ya lo sé. Me di cuenta cuando vine a buscarlo y no lo encontré en su cuarto.—Respondí acercándome y él asiente obvio.
—Me parece raro que al ver que no estaba no te hayas ido.
—Lo estaba haciendo pero te escuché mal y quise ver cómo estabas.—Levanta las cejas con ironía.
—Prefectamente. Mejor insopible.—Ladeé la cabeza y alcé las cejas por sus palabras mal dichas, se mezclaban en su lengua.
—Ry, no estás bien. Yo quiero...—Me acerqué, acortando la distancia entre nosotros, aunque cada paso parecía más difícil que el anterior.
—¿Querés saber qué me pasa?—Completó mi frase, con una voz grave que me hizo estremecer. Asentí, pero lo hice con temor, como si presintiera que no iba a gustarme su respuesta—. Te quiero y me duele horrores. Me duele porque no sos para mí, aunque yo soy completamente tuyo. Y sé que suena patético, pero soy tuyo desde el primer día en el que te vi.
Abrí la boca para contestarle, pero las palabras no salieron. Volví a cerrarla de inmediato.
—Estás borracho...—Intenté excusarlo, más para convencerme a mí misma que a él.
Él negó con un movimiento lento, pero decidido, sus ojos cargados de una mezcla de tristeza y determinación.
—Estoy borracho, no loco. El alcohol cambia mi valentía, no lo que siento.—Respondió con una honestidad que me desarmó. Dio un paso más hacia mí, reduciendo todavía más el espacio que nos separaba—. ¿Y sabés qué es lo que siento?—Su mano se alzó con suavidad, rozando mi pómulo con una caricia que parecía tan frágil como él en ese momento—. Esos ojos podrían poner a mis demonios de rodillas.