Te Quiero y me Duele

20

Ryan

Qué comienzo de fin de semana tan horrible. Ayer por la noche, como siempre, la cagué de nuevo. Terminé borracho, peleando con un tipo solo porque no pude controlar el coraje que me invadió. Y todo por verla, por ver a Sof besando a mi hermano. No soporté la imagen. No sé cómo explicarlo, pero me hizo sentir que había perdido el control.

Ahora, el sábado por la tarde, me encuentro en la puerta de su casa, con el estómago revuelto, esperando que me perdone. ¿Patético, no? Acá estoy, tratando de arreglar lo que destruí por ser tan impulsivo.

Lo que hace el amor, supongo.

Toqué la puerta, y quien me recibió no fue ella, sino su hermano. Sonríe de una manera que casi parece burlona, palmea mi hombro como si fuera un amigo más y me invita a pasar. Todo en él transmite calma, como si no se acordara del desastre que causé.

Cuando entré, me indicó que hiciera silencio. Asentí, preguntándome qué estaba pasando, pero él subió rápidamente por las escaleras, dejándome solo en la entrada del living. No tenía idea de qué esperar. Solamente sabía que tenía que hablar con Sof, que tenía que disculparme por mi idiotez.

La vi. Estaba dormida en el sillón. Mi corazón se detuvo por un segundo al verla tan tranquila, tan perfecta. Me quedé mirándola, observando la paz en su expresión. Me sentí un idiota por todo lo que había hecho, por haberla metido en ese caos. Decidí taparla con la manta, pensando que tal vez eso la haría sentir más cómoda, pero justo cuando terminé, ella despertó de repente, se sobresaltó y, como si fuera una reacción instintiva, me soltó un golpe directo en la mandíbula.

El dolor fue inmediato, pero lo que realmente me sorprendió no fue el golpe, sino cómo ella reaccionó después. A pesar de su enojo, había algo en su mirada que me decía que le preocupaba lo que había pasado. Lo que acababa de hacer.

—Perdón, me asustaste.—Dijo mientras se sentaba, notando que yo estaba en el suelo.

—Creo que lo merecía.—Respondí con una sonrisa torcida, tocándome la mandíbula. Me dolía, pero no me importaba. La verdad, si había algo que había aprendido es que el dolor físico era lo de menos comparado con el dolor de haberle fallado.

—La verdad sí.—Dijo, con una media sonrisa, y por un segundo me sentí un poco mejor. Pero después me preguntó lo que temía.

—¿A qué viniste?—Su voz era dura, pero también había algo vulnerable en ella.

—Quería hablar con vos.—Me levanté, todavía tocándome la mandíbula, un poco torpe.

Ella suspiró pesadamente, se levantó del sillón y empezó a caminar hacia las escaleras.

—No hay nada que vos y yo tengamos que hablar.—Respondió sin mirarme.

No iba a dejarla ir así. No después de todo lo que había hecho.

La seguí hasta las escaleras, tomándola de la muñeca cuando intentó subir.

—Sí tenemos. Quiero pedirte perdón.—Dije con firmeza, sin soltarla.

Ella me miró, sin creerme del todo, pero no se apartó. La observé, la estudié, y me di cuenta de que no sabía qué hacer. La rabia, la frustración, todo lo que había sentido antes, ahora se había transformado en algo completamente diferente. Algo más profundo. Algo que no había anticipado.

—¿Perdón?—Repitió, incrédula.

—Sí. Perdón por ser un idiota.—Dije, ya sin poder disimular la culpa que me pesaba.

Ella asintió lentamente y siguió subiendo las escaleras, pero cuando llegó al pasillo se detuvo. Me miró con unos ojos que me perforaron el alma.

—Ryan, no sé qué es lo que te pasa. No entiendo por qué reaccionaste de esa manera, pero no podés ir por la vida peleándote con todos los idiotas que se te crucen.—Dijo, con una mezcla de frustración y preocupación en su voz.

—Lo sé...—Respondí, acercándome, con una desesperación que nunca había sentido antes—. Pero ¿sabés qué? Mi problema no es con los demás. Es con vos. No sé cómo explicarlo, pero es que...—Me quedé callado, buscando las palabras correctas—. Cuando debí alejarme más me enamoré. Y no sé cómo hacer para dejarte ir. Lo de olvidarte... eso nunca lo aprendí. Y no quiero hacerlo.

Ella cerró los ojos por un momento, como si lo que acababa de decir la hubiera dejado sin aliento. Pero antes de que pudiera contestarme, alcé mi mano, tocando suavemente su mandíbula, y dejé que el silencio nos envolviera por unos segundos. Sus ojos me miraban, luchando entre quedarse o irse. No pude evitar sonreír cuando vi cómo se mordía el labio.

—Esa es la letra de una canción.—Dijo, como si quisiera cambiar de tema.

—Me gusta el remix con Yatra.—Respondí, intentando aligerar la situación, pero sabía que eso no era lo que importaba.

Ella dio un paso atrás, apartándose de mí.

—Andate, Ryan, por favor.—Dijo, sin mirarme a los ojos.

—No. No me voy.—La tomé de los brazos, impidiéndole moverse—. Si querés que me vaya, vas a tener que sacarme vos. Porque yo... no me voy a mover de acá, por lo menos no hasta que me perdones.

—Si no te vas, entonces me voy yo.—Quiso ir y encerrarse en su cuarto, pero la agarré de la muñeca para que no se vaya.

—No, vos no te vas.—Dije firme—. No querés irte. Te querés quedar.




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