Te Quiero y me Duele

21

El miedo me aplastaba como una losa, paralizándome, mientras mi espalda chocaba contra la cabecera de la cama. Por más que intentara aferrarme a la realidad, la sensación de estar atrapada me consumía. Sin espacio para escapar, el terror me robaba el aliento.

—¿Pensás que esto es un juego?—La voz grave resonaba como un trueno en la habitación, mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas. Parecía una película de terror: tormenta, desesperación y demonios.

Intenté hablar, pero mi garganta parecía cerrada por el miedo.

—A-aléjate...—Logré balbucear con voz quebrada.

Diego no respondió. En cambio, me agarró de los tobillos con fuerza, tirando de mí como si no fuera más que un objeto. Mi cuerpo golpeó el colchón, y sentí el peso de la impotencia mientras me acostaba a la fuerza. Mi mente gritaba, pero mis músculos no obedecían.

De repente, un estruendo rompió la tensión. Gritos provenientes de la ventana se colaron en la habitación. Diego se levantó de un salto, sacando una pistola de entre la cintura de sus pantalones.

—¡Bonita!—Era Ryan. Su voz me devolvió una chispa de esperanza en medio del caos.

Mi cuerpo reaccionó por instinto, y me incorporé justo cuando un disparo resonó, atravesando el aire como una sentencia. Corrí hacia la ventana, mi corazón desbocado. Entonces lo vi. Ryan estaba ahí, pero su frente tenía un balazo perfecto, una marca mortal que congeló mi sangre.

—¡No!—Grité con todas mis fuerzas, pero mi voz parecía no tener eco.

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de ver, Diego me atrapó de los brazos, tirándome sobre la cama. Su cuerpo pesado se puso sobre el mío, inmovilizándome.

—Ahora solo falta deshacerme del menor, y ya nadie se va a interponer entre nosotros. ¡Vos sos mía!—Dijo con una sonrisa torcida que hacía temblar hasta mi alma.

Todo se volvió oscuro, y el grito ahogado en mi garganta se transformó en un jadeo desesperado.

Abrí los ojos de golpe, con el corazón galopando en mi pecho como si fuera a romperse.

La oscuridad de mi habitación era un recordatorio cruel de que aquello había sido solo un sueño, pero el terror no desaparecía. Mis manos se aferraron al lugar donde sentía el latir frenético de mi corazón, mientras intentaba calmar mi respiración sin éxito.

La puerta se abrió de golpe, y Nacho apareció, alarmado.

—¿Qué pasa?—Preguntó, acercándose a la cama con rapidez.

No pude responder. Negué con la cabeza mientras los sollozos luchaban por salir. El aire parecía no entrar en mis pulmones, y mi pecho subía y bajaba en un ritmo caótico.

Nacho se sentó junto a mí y puso una mano en mi hombro, y otra en mi cachete , como queriendo anclarme a la realidad.

—Hey, Sofi, tranquila. Respirá, estoy con vos. Respirá despacio.

Me esforcé por concentrarme en sus palabras, en el sonido de su voz. Poco a poco, recordé algo que Ryan me había dicho una vez, un truco que me había ayudado antes. Cerré los ojos y empecé a respirar profundamente, contando hasta tres al inhalar, reteniendo un segundo, y después soltando el aire con lentitud.

El alivio llegó como un susurro en medio del caos. Mi respiración empezó a regularse, y el nudo en mi pecho empezó a deshacerse. Nacho no se movió ni un centímetro, su presencia era una calma inesperada en la tormenta.

Cuando pude moverme, me lancé a sus brazos, abrazándolo con toda la fuerza que tenía, como si de esa manera pudiera arrancar las sombras que me perseguían.

—Estoy acá, Sofi. No tenés que pasar por esto sola.—Murmuró, acariciándome el pelo mientras yo cerraba los ojos, intentando dejar atrás el peso de esa pesadilla.

No respondí, pero me quedé ahí, aferrándome a Nacho como a un salvavidas. Por ahora, eso era suficiente.

El día estaba hermoso, el cielo despejado y un sol radiante que pintaba todo de una calidez casi reconfortante. Abrí la ventana de mi habitación y dejé que la brisa fresca acariciara mi cara. Cerré los ojos, incliné la cabeza hacia arriba y me dejé envolver por la sensación del sol en mi piel. Por un momento, todo parecía estar en calma.

Cuando Nacho se fue, decidí que era hora de soltar todos aquellos pensamientos que me carcomían por dentro.

Cada vez que me deshacía de la sombra tan aterradora de Diego, parecía que volvía a acecharme. Una parte de mí quería llamar a Mili para salir y distraerme, pero la otra parte se quedó anclada en el miedo y la pereza. Al final, me rendí a la inercia y pasé casi todo el día encerrada en mi habitación, refugiada en mi mundo.

No bajé hasta las ocho de la noche, cuando el hambre finalmente me venció. Caminé hacia la cocina con pasos pesados, esperando encontrarme con el silencio habitual, pero en cambio, lo que me encontré no fue precisamente silencio. Ahí estaban Nacho y Ryan hablando y riendo como si fueran amigos de toda la vida. Hace tres meses que se conocen, pero se comportan como si fueran hermanos.

—Hola.—Dije en un tono general, sin detenerme demasiado en ninguno de los dos. Caminé hasta la heladera y empecé a inspeccionar qué podía preparar para cenar.

—¿Te quedás a cenar?—Preguntó Nacho a mis espaldas.

—Dale, me quedo.—Respondió Ryan sin titubear. La naturalidad con la que lo dijo me hizo apretar los labios, formando una media sonrisa.

Cuando cerré la puerta de la heladera con el pie, Nacho se giró hacia mí con una sonrisa traviesa.




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